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En torno a la Revolución de Octubre: Tres preocupaciones lingüísticas de Lenin

Roberto Bein analiza en este artículo las preocupaciones lingüísticas del líder de la gesta histórica de 1917 en Rusia. Con respecto a los tres ejes que aborda, concluye que lo que “caracteriza de manera particular el pensamiento de Lenin es la prevalencia de lo político-ideológico por sobre otros factores”.

Tres preocupaciones lingüísticas de Lenin*

Roberto Bein **

Al leer obras de Lenin y comprobar que en unos pocos años escribió varios miles de páginas sobre los más diversos asuntos, géneros y formatos, uno obtiene la impresión de que ese hombre, de cuyo nacimiento se han cumplido 153 años el 22 de abril de 2023, fue ante todo un ensayista o, para usar un término hoy menos frecuente: un publicista, el cual, además, lideró la revolución que cambió la historia mundial del siglo XX. Esos escritos no solo exponen el pensamiento político, económico y filosófico de Lenin, sino que también registran sus medidas de gobierno, sus discusiones intrapartidarias, sus propuestas de leyes, sus artículos de diario, sus discursos, sus prólogos y muchos otros textos, todos ellos publicados en papel y traducidos a sinnúmeros idiomas, lo cual permite seguir el día a día de la Revolución, tal vez más detalladamente de lo que quedará de nuestros días en los obsesivos registros digitales de los big data espías.

Entre los múltiples temas que Lenin trató encontramos varios relativos al lenguaje, de los que extraeremos tres: la variedad de lengua a emplear (en este caso, del ruso), la enseñanza y alfabetización de adultos y el problema de las nacionalidades en la Unión Soviética, en el que está incluida la cuestión de las lenguas.

 

La variedad de ruso

La nota de apenas una página titulada “Sobre la depuración del idioma ruso” [1] parece una apelación conservadora al purismo y, por consiguiente, un tanto impropia de un líder revolucionario. Aun cuando sepamos que puede haber distancia entre ideología política e ideología lingüística, esa posición parece estar, además, muy alejada de la inclusión de variedades. También es cierto que a principios del siglo XX la enseñanza de las lenguas, tanto de la nacional como de las extranjeras, se centraban en el estándar y que hasta hoy no es infrecuente que la lengua enseñada sea un constructo normado, como la língua padrão brasileña.

‘¡Viva la vanguardia de la revolución!. La flota roja’. Póster de 1920, del artista Vladimir Ivanovich Kozlinsky (1891 – 1967), que se encuentra en la Russian State Library (Biblioteca estatal rusa), en Moscú.

Incluso, cuando Lenin (1924) afirma que “estamos estropeando el idioma ruso. Empleamos sin necesidad palabras extranjeras; y las empleamos mal” (p. 293), esto a los habitantes de Buenos Aires nos puede parecer una anticipación de lo que decía Amado Alonso en El problema de la lengua en América (1935, p. 90): “No hay siquiera necesidad de preguntarse si la gente habla aquí mejor castellano que los limeños o los mejicanos o los madrileños; Buenos Aires ha estropeado y desnacionalizado la lengua culta de su propio país […]”.

Sin embargo, a diferencia de Amado Alonso, Lenin no se referirá a la lengua culta, ni a un problema de variedades internas del ruso ni de contacto con otras lenguas del país, sino fundamentalmente a la lengua de los periodistas que pretenden ser eruditos salpicando el ruso de extranjerismos. Se trata, según Lenin, de un problema político-social, porque los latinismos y galicismos que están apareciendo en la prensa, y para colmo, mal empleados, son absorbidos “por una persona que acaba de aprender a leer en general y a leer periódicos en particular”. Es decir, está apelando a la democratización del lenguaje político y periodístico, como la proclaman hoy los cultores del lenguaje claro o llano, aun cuando sus fines no sean siempre tan luminosos (cf. Becker, 2020).

Lenin da como ejemplos de esas prácticas obstaculizadoras de la comprensión el hecho de que se use una palabra de origen latino cuando existen tres palabras rusas de igual significado, un gesto que no nos es ajeno en la Argentina actual, en la que abundan los empleos innecesarios de palabras inglesas y francesas, como sale, coiffeur, blend, etc. También critica que se emplee la palabra budirovat’ con el sentido de “animar”, “sacudir”, “despertar”, que proviene de la palabra francesa bouder, pero que, además, en francés significa “enfurruñarse, estar de mal humor”, es decir, casi lo contrario. Por eso, añade lo siguiente:

Adoptar el francés de Nishni-Nóvgorod es adoptar lo peor de los peores representantes de la clase terrateniente rusa, que aprendieron algo de francés, pero, en primer lugar, no dominaban el idioma y, en segundo lugar, desnaturalizaban el idioma ruso. (ibíd., p. 294)

Por eso termina la nota convocando a “declarar la guerra al deterioro del ruso”, que es, en realidad, un llamamiento glotopolítico que no se refiere solo a la forma, sino también a los contenidos de lo expresado por otros políticos, como lo demuestra el sarcástico subtítulo de la nota: “Algunas reflexiones en ratos de ocio, es decir, al escuchar discursos en las reuniones”.

 

La enseñanza para adultos

Encontramos dos textos significativos de Lenin respecto de la alfabetización de adultos, aunque seguramente haya escrito más. El primero de ellos es el discurso de saludo al I Congreso de toda Rusia de enseñanza para adultos celebrado en Moscú del 6 al 19 de mayo de 1919; el último día del congreso, Lenin pronunció otro discurso, titulado “Sobre el engaño al pueblo con consignas de libertad e igualdad”, que no analizaremos, porque si bien su temática se podría considerar de actualidad en muchos países, no trata la educación de adultos.[2] El segundo es un artículo titulado Páginas de un diario, publicado en Pravda en enero de 1923. Los consideraremos primero por separado, y luego como secuencia.

En el discurso de saludo, Lenin dejaba en claro que no hablaría de “la esencia de este tema”, es decir, de la planificación educativa, pues ya había sido tratada por Anatoli Lunacharski[3], “quien está más al corriente del problema y lo ha estudiado especialmente” (p. 203). Destacó, entonces, en primer lugar, el inmenso progreso alcanzado en un año y medio desde la Revolución en la enseñanza para adultos, destinada a satisfacer “la inmensa demanda de conocimientos, libre educación y libre desarrollo” que se sentía sobre todo entre las masas obreras y campesinas. Esa política encerraba “la tarea de reeducar a las masas, la tarea de organización e instrucción, de difundir conocimientos, de luchar contra esa herencia de ignorancia, incultura, barbarie y embrutecimiento” (p. 203) recibida, y se la encaró como una de las prioridades de la transformación revolucionaria pese a tener que luchar contra las gravísimas consecuencias de la Primera Guerra Mundial. A continuación, Lenin señaló dos de los obstáculos que hasta cierto punto subsistían en aquel momento: uno era la abundancia de intelectuales burgueses que consideraban que las nuevas instituciones educativas creadas para los obreros y campesinos eran un lugar propicio para poner a prueba sus teorías personales en filosofía o cultura, y que contenían, bajo la apariencia de un arte y una cultura puramente proletarias, “las cosas más disparatadas y absurdas”.

Lenin se refería seguramente a la Proletkult (contracción de proletárskaya kultura), que intentaba, entre otras iniciativas, usar el arte para inspirar la acción política revolucionaria; Lenin la acusaba de desviacionismo burgués. Excede nuestro tema tratar aquí este diferendo, que tiene numerosas aristas ideológicas y políticas:[4] lo que nos interesa es que Lenin era consciente de que incluso personas que apoyaban la revolución podían malbaratar la campaña de alfabetización porque los esfuerzos organizativos, técnicos y metodológico-didácticos de los que dependía su éxito estaban guiados por ideologías diferentes.

El otro obstáculo era el de las bibliotecas. Por doquier se alzaban quejas de que no había suficientes libros para la enseñanza de adultos y que el retraso industrial hacía que hubiera poco papel y poca producción de libros. Lenin reconoció la justicia de esas quejas, pero les añadió de inmediato un componente ideológico. Explicó que cuando el mujik[5] (campesino) desvalijaba la biblioteca de su señor, guardaba los libros en su casa, temeroso de que alguien pudiera arrebatárselos. Esa apropiación particular ocurría porque gran parte de las masas campesinas todavía no entendía las ventajas de la propiedad colectiva: podrían fusionarse todas las bibliotecas de Rusia y entonces habría suficientes libros para todos. Pero esa conducta, que era comprensible en los primeros tiempos, no podía serlo en la etapa posterior de lucha contra el analfabetismo.

‘El Moscú rojo, es el corazón de la revolución mundial’. Póster de 1921 perteneciente a la colección de la Russian State Library (Biblioteca estatal rusa), en Moscú.

El artículo Páginas de un diario, en cambio, es un balance crítico de la campaña de alfabetización basado en un censo de 1920, en el que se consignaba cuántas personas de cada mil sabían leer y escribir. El cuadro ilustrativo está divido en hombres, mujeres y su promedio, en tres regiones (Rusia europea, Cáucaso septentrional y Siberia occidental) y compara los años 1897 y 1920. Si bien había habido un avance, sobre todo en la alfabetización de mujeres (el promedio de toda Rusia era de 131/1000 en 1897, y de 244/1000 en 1920), Lenin observaba que el progreso había sido demasiado lento y que estaban todavía muy lejos del grado de alfabetización de los países de Europa occidental. Para remediarlo proponía una redistribución de los gastos el Estado: invertir menos en otros rubros y más en educación. El presupuesto estatal debía poder satisfacer las necesidades de la instrucción pública elemental. Consideraba que había un exceso de personal en todas las editoriales del Estado, porque la prioridad no debía estar puesta en las editoriales sino en la formación de lectores. También criticó un exceso de personal en otras dependencias. Pero lo principal, aquello que todavía no se estaba haciendo en Rusia, era, según Lenin, elevar al maestro de escuela “a un nivel que nunca ha alcanzado, y que no puede alcanzar, en la sociedad burguesa” (p. 493). Este mejoramiento debía consistir, por una parte, en incrementar su salario; por la otra, en preocuparse por su formación a través de un trabajo metódico, infatigable y perseverante, que debía incluir también la formación para que los maestros dejaran de ser “puntal del régimen burgués”. Lenin pensaba que las relaciones entre la ciudad y el campo tenían una importancia decisiva en la revolución, por lo que también la tenían los maestros para que los campesinos “sean apartados de la alianza con la burguesía y atraídos a la alianza con el proletariado”. Pero además, no solo insistía en la labor docente de los maestros, sino también en la necesidad de formar una serie de asociaciones (del partido, sindicales y privadas) integradas por obreros fabriles que debían trabar relación con las aldeas e impulsar su desarrollo cultural.

Contemplando los dos documentos como una secuencia temporal, vemos que el primero, a año y medio de la Revolución, teorizaba ante todo sobre cómo incide la política, positiva o negativamente, en la alfabetización de adultos: positivamente, por el progreso alcanzado; negativamente, por las posiciones absurdas de los seguidores de la Proletkult y por la falta de unificación y socialización de las bibliotecas. El segundo, en cambio, marcaba el camino inverso: a cinco años de la Revolución era hora de trazar balances sobre cómo ha incidido la alfabetización en el panorama político y cómo había que modificarla para que una parte del campesinado dejara de adherir a ideas contrarrevolucionarias; en este punto, el documento llamaba a planificar tanto la formación de los maestros como la influencia de las organizaciones urbanas sobre los campesinos. Por consiguiente, podemos leer la secuencia como una suerte de dialéctica entre política y educación, más allá de que fueran dialécticos todos los planteos de Lenin.

 

Las lenguas en la cuestión de las nacionalidades en la Unión Soviética

La presencia de un número creciente de pueblos, culturas y lenguas, algunas veces en coexistencia pacífica, y otras, enfrentados violentamente, es una constante en la historia de Rusia, ya presente en la creación, en el año 980, de la Rus de Kiev, el primer gran reino de eslavos orientales. Las sucesivas conquistas territoriales, así como la expansión de otros reinos y pueblos –Lituania desde fines del siglo XII, los tártaros desde el siglo XIV, Polonia en el siglo XV, los mongoles (quienes apoyaron a Aleksandr Nevski en el siglo XIII pero fueron derrotados en 1480) y muchos otros– hicieron que ya a comienzos del Reino de los zares (que abarcó de 1547 a 1721), Rusia fuera un Estado compuesto de muchas nacionalidades. Esa situación se incrementó con las sucesivas conquistas territoriales, que llevaron el reino en la segunda mitad del siglo XVII hasta las costas del Pacífico; esas conquistas continuaron con la dinastía de los Romanov, que gobernó durante tres siglos, de 1613 hasta la Revolución Rusa. La expansión fue máxima al comienzo del Imperio (que duró desde 1721 hasta 1917), en el siglo XVIII, bajo Pedro el Grande y Catalina la Grande. En la primera mitad del siglo XIX, pese a cierta influencia iluminista del zar Alejandro I, su sucesor Nicolás I fue el prototipo de gobernante autoritario que ahogó en sangre varias rebeliones y, respecto de las lenguas, impulsó la rusificación de las nacionalidades no rusas del Imperio. Al mismo tiempo se produjo el esplendoroso desarrollo de la literatura en lengua rusa, aun cuando su aristocracia siguiera usando predominantemente el francés.

Hoy día sabemos, además, que la cuestión de las nacionalidades fue una de las causas determinantes o al menos una de las principales expresiones a través de las cuales se canalizó la disolución de la Unión Soviética en 1991. Aun así, a pesar de que la Federación Rusa haya “perdido” (con respecto a la Unión Soviética) la oficialidad de una serie de lenguas –entre ellas, el armenio, el bielorruso, las lenguas bálticas y el georgiano– a raíz de la independencia de esos países, y de que el ruso sea el idioma oficial de toda la Federación, esta sigue teniendo unas cuarenta lenguas con estatus oficial en sus repúblicas y regiones y se hablan en Rusia más de cien lenguas y variedades (Niewęgłowska, 2011, p. 9s.).

Con relación a las lenguas, en la historia de la Unión Soviética se suelen reconocer cuatro etapas o fases (cf. Lewis, 1973). La primera (1917-1927) es la iniciada por Lenin; de las tres siguientes brindaremos solo una visión esquemática para contrastarlas con la primera, de la que adelantaremos que en ella no solo se autorizó sino que incluso se impulsó ampliamente el uso de las lenguas de los pueblos que habitaban la Unión Soviética. En la segunda etapa, bajo el poder estalinista, se produjo un retroceso en el fomento de las lenguas nacionales y minoritarias; abarcó desde 1927 hasta el XX Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS), de 1956, en el que Nikita Jrushchov, Primer Secretario del PCUS[6], desautorizó la política de Stalin. La represión de las lenguas minoritarias en esa segunda etapa no había sido, sin embargo, completa; si bien en 1930, por ejemplo, Stalin había vituperado “la desviación hacia el nacionalismo local, incluido el respeto exagerado por las lenguas nacionales” (citado por Lewis, 1973), también se había pronunciado contra el chauvinismo gran-ruso. Pero cuando comenzó la Segunda Guerra Mundial e incluso un poco antes, Stalin fomentó un nacionalismo pansoviético en lengua rusa y restringió aún más el espacio de las otras lenguas.[7] La tercera etapa intentó restaurar el equilibrio entre el uso del ruso y el de las lenguas nacionales contra el sesgo centralista y represivo de Stalin. En su Tesis XIX de los nuevos planes de enseñanza (1958), Jrushchov señalaba que en la escuela soviética la enseñanza se llevaba a cabo en la lengua nativa de los educandos, pero luego destacaba la importancia del idioma ruso. Esto derivó en protestas de los docentes por la sobrecarga de lenguas en la currícula, dado que, por ejemplo, un niño armenio que vivía en Georgia debía tener el armenio como lengua de la enseñanza, pero además debía aprender el georgiano como lengua nacional, el ruso como idioma de toda la Unión Soviética y una lengua extranjera. En la cuarta etapa, en cambio, los problemas económicos que se atribuyeron a la descentralización que había aplicado Jrushchov al derribar el duro modelo centro/periferia hicieron que se restituyera la supremacía del Comité Central en todos los asuntos y que desde 1966 se aplicara también una educación homogénea en toda la Unión Soviética, lo cual implicó una nueva rusificación (no tan compulsiva como durante el estalinismo) hasta la disolución de la Unión Soviética en 1991.

Póster propagandístico de Aleksandr Mijáilovich Ródchenko (1891- 1956). La palabra ‘Lengiz’, que se repite arriba y debajo de la imagen, corresponde a las iniciales en ruso de Editorial Estatal, Sección de Leningrado. El texto que sale de la boca de la obrera dice “Libros. Conocimiento en todos los campos”. Litografía vanguardista de 1924. Cartel de la Russian State Library (Biblioteca estatal rusa), en Moscú.

 

Las posiciones de Lenin

El derecho de las naciones a la autodeterminación (1912 y 1914)

La primera etapa, como lo señalábamos, estuvo guiada por las ideas de Lenin. Ya en 1903 los bolcheviques habían aceptado la “teoría de la autodeterminación de todas las naciones que componen un Estado”, teoría que Lenin explicitó en 1912: significaba que cada nación tiene derecho a la secesión (cf. Lewis, 1973). Lenin volvió a exponer esa posición en un largo artículo de 1914 en la revista Prosveschenie titulado “El derecho de las naciones a la autodeterminación”[8], en el que afirmaba sin posibilidad de confusión, que “por autodeterminación de las naciones se entiende su separación estatal de las colectividades de otra nación, se entiende la formación de un Estado nacional independiente” (Lenin, 2000 [1914], p. 2; las cursivas me pertenecen, R.B.). En el artículo también criticaba acerbamente a tres políticos que en sus órganos de prensa se habían opuesto al apartado 9 del programa de los marxistas de Rusia, precisamente el referido a la autodeterminación. Los acusaba de oportunistas que reflejaban “las actuales vacilaciones nacionalistas en general” y de que habían copiado, sin un solo argumento propio, lo dicho por Rosa Luxemburgo en su artículo de 1908-1909 “La cuestión nacional y la autonomía” .[9]

Además de reafirmar su posición, en este artículo Lenin distinguía dos épocas distintas del capitalismo y, por consiguiente, dos tipos de nacionalismo: una primera, en la que los movimientos nacionales adquieren el carácter de movimientos de masas en contra del feudalismo; y una segunda, en la que hay ausencia de movimientos democráticos burgueses de masas porque lo que prevalece es el antagonismo entre el proletariado y la burguesía, y entre el capital internacional y el movimiento obrero internacional, en aquellos Estados capitalistas que tengan una estructura acabada y un régimen constitucional establecido desde hace mucho tiempo. Según Lenin, la lucha contra el feudalismo, es decir, la etapa progresista del capitalismo, estuvo siempre ligada a movimientos nacionales. Lenin también explicaba por qué ese proceso implicaba el monolingüismo:

La base económica de estos movimientos estriba en que, para la victoria completa de la producción mercantil, es necesario que la burguesía conquiste el mercado interior, es necesario que territorios con población de un solo idioma adquieran cohesión estatal, eliminándose cuantos obstáculos se opongan al desarrollo de ese idioma y a su consolidación en la literatura. El idioma es el medio principal de comunicación entre los hombres; la unidad de idioma y su libre desarrollo es una de las condiciones más importantes de una circulación mercantil realmente libre y amplia, correspondiente al capitalismo moderno, de una agrupación libre y amplia de la población en cada una de las diversas clases; es, por último, la condición de un estrecho nexo del mercado con todo propietario, grande o pequeño, con todo vendedor y comprador (ibíd., p. 2).

Frente al argumento de la falta de recursos de las nacionalidades pequeñas y débiles para constituirse en Estados independientes con su lengua propia, Lenin fija una posición que resuena en nuestro presente: como principio, los revolucionarios deben apoyar la autodeterminación de todas las naciones y, por tanto, la posibilidad de usar y desarrollar su propia lengua, lo cual es distinto de considerar la factibilidad de ese proceso en determinado momento histórico. En otras palabras, Lenin piensa que se debe partir de otorgar a todas las nacionalidades los mismos derechos de autonomización; la dificultad de su concreción no puede ser un argumento en contra del principio, aun cuando reconociera que por aquel entonces solo la nación rusa podía formar en Rusia un Estado nacional autónomo e independiente. Pero “nosotros, los proletarios rusos, no defendemos privilegios de ningún género y tampoco defendemos este privilegio.” Lo que debían hacer los revolucionarios era, según Lenin, unificar a los obreros de todas las naciones del Estado para alcanzar sus objetivos, pero eso no se podía hacer sin luchar contra todos los nacionalismos ni sin defender la igualdad de todas las naciones. Y daba como ejemplo que los revolucionarios respetarían firmemente la posibilidad de que Ucrania formara un Estado independiente. Es más: en otro pasaje del artículo Lenin proponía estrechar los lazos de los ucranios con Rusia “concediendo a los ucranios el libre uso de su lengua materna, la autodeterminación administrativa, una Dieta autónoma, etc.” (cursiva nuestra, R.B.).

Lenin también temía que el nacionalismo de los campesinos rusos exacerbara el de las otras nacionalidades si no se les concedía iguales derechos autonómicos y lingüísticos. Pensaba que cuanto más lenta fuera la transformación democrática en Rusia, “tanto más empeñados, rudos y encarnizados serán el hostigamiento nacional y las discordias entre la burguesía de las diversas naciones”, e insta a fijarse en cómo la dominación alemana de Polonia ha despertado el nacionalismo polaco, “al principio, en la aristocracia, después en los burgueses y, por último, en la masa campesina (sobre todo después de que los alemanes iniciaron en 1873 una campaña contra el idioma polaco en las escuelas).” (nota al pie 9, p. 41). Por eso plantea que el nuevo estado de cosas le planteará al proletariado de Rusia una tarea bilateral: luchar contra todo nacionalismo y, en primer término, contra el nacionalismo ruso.

Estas posiciones de Lenin, leídas en su conjunto, podrían sorprender, puesto que, por una parte, brindan argumentos para justificar los nacionalismos de las repúblicas menores que Rusia y defender su derecho a la autodeterminación (incluido el derecho al desarrollo de la lengua propia) donde haya resabios feudales y el capitalismo todavía no haya terminado de desplegarse; pero, por la otra, habla de la necesidad de combatir todos los nacionalismos, sobre todo el nacionalismo ruso, el cual, al ahogar la lengua y cultura de otros pueblos, puede despertar, por reacción, estos otros nacionalismos. La síntesis entre la lucha internacionalista de la clase obrera y la autodeterminación de las naciones se expresa finalmente en los siguientes términos:

Completa igualdad de derechos de las naciones; derecho de autodeterminación de las naciones; fusión de los obreros de todas las naciones; tal es el programa nacional que enseña a los obreros el marxismo, que enseña la experiencia del mundo entero y la experiencia de Rusia (ibíd., p. 41).

 

 Las “Notas” de 1922

Hemos tratado hasta ahora los artículos de 1912 y 1914, es decir, anteriores a la Revolución de 1917. Luego, en octubre y diciembre de 1922, tuvieron lugar dos plenarios del Comité Central del Partido Comunista a los que Lenin no pudo asistir porque ya se encontraba muy enfermo. En ellos se terminó de concretar la creación de la Unión Soviética a partir de la unión de la República Socialista Federativa Soviética Rusa con varias otras (Ucrania, Bielorrusia y Transcaucasia; esta última reunía a Georgia, Armenia y Azerbaiyán). Pese a su enfermedad, Lenin conservaba todo su prestigio y ascendiente, por lo que se lo designó presidente de la nueva unión, con el título de Presidente del Consejo de Comisarios del Pueblo de la Unión Soviética, cargo que retuvo del 30 de diciembre de 1922 hasta el 21 de enero de 1924, fecha de su muerte. Del 30 y 31 de diciembre de 1922 provienen precisamente unas notas dictadas por Lenin, que en la edición de sus obras completas están tituladas “El problema de las nacionalidades o de la ‘autonomización’”. La cuestión de las autonomías y de las lenguas se convertía, por supuesto, en un problema central en la transformación de las repúblicas en una nueva unidad política.

Estas notas comienzan el 30 de diciembre describiendo un incidente ocurrido en Georgia: protestas de los georgianos contra la opresión de los burócratas rusos. Lenin dice que los obreros soviéticos y sovietizados, que todavía constituyen una minoría ínfima, “se ahogarán en ese océano de la canalla gran rusa chovinista como la mosca en la leche”. El incidente llegó incluso a la violencia física, por lo que “podemos imaginar el embrollo en que nos hemos metido”. También era consciente de que la libertad de salir de la unión, es decir, el derecho a la autonomía, era “un simple pedacito de papel ante la embestida de los burócratas del gobierno central. A nuestros fines y a la vista del desarrollo de la segunda etapa de la política lingüística soviética que habíamos desarrollado más arriba, resulta interesante y premonitorio que estas notas contuvieran una fuerte crítica a Stalin, cuyo “apresuramiento”, su “pasión por lo puramente administrativo” y su “encono contra el famoso ‘socialismo nacionalista’” habrían desempeñado un “papel fatal” en el incidente.

Las notas continúan el 31 de diciembre con una clara distinción entre el nacionalismo de la nación opresora y el de la nación oprimida. Lenin le exige a la nación opresora no una igualdad formal, sino también una desigualdad que compense la que prevalece en la práctica, dado que los integrantes de una nación grande “casi siempre somos culpables en el terreno práctico histórico de infinitos actos de violencia” (p. 485). Para el proletario no solo sería importante sino esencial en su lucha de clase gozar del máximo de confianza por parte de los componentes de otras nacionalidades, para lo cual haría falta compensar de una manera o de otra la desconfianza, el recelo, las ofensas que en el pasado histórico les produjo el gobierno de la nación dominante.

Por tanto, planteaba Lenin, se debían tomar cuatro medidas prácticas en esa situación. Las primeras tres eran netamente políticas: 1) se debía mantener y fortalecer la unión de las repúblicas socialistas; 2) el aparato diplomático debía ser totalmente homogéneo políticamente (Lenin señalaba incluso que solo en él no se había admitido a ninguna persona influyente del antiguo aparato zarista); 3) había que castigar ejemplarmente a los camaradas causantes del incidente en Georgia. Pero a nuestros fines nos interesa especialmente la cuarta medida:

Póster ‘No hubo y no hay mejores chupetes / ¿dispuesto a chupar hasta la vejez? / Se venden en todas partes. / Resinotrest (es el nombre de la empresa productora. N.d.T.)”. Cartel de Aleksandr Mijáilovich Ródchenko (1891-1956). Litografía en color de estilo 1923, que se encuentra en la Russian State Library (Biblioteca estatal rusa), en Moscú.

En cuarto lugar, es necesario introducir las reglas más rigurosas en cuanto al uso del idioma nacional en las repúblicas no rusas que forman parte de nuestra Unión, y verificar esas reglas con especial cuidado. No hay duda que, con el pretexto de la unidad de los servicios ferroviarios, de la unidad fiscal, etc., surgirá entre nosotros una infinidad de abusos auténticamente rusos. Para luchar contra esos abusos hace falta una inventiva especial, sin hablar ya de la especial sinceridad de los que emprenden esa lucha. Será necesario un código minucioso, y sólo los nacionales que habitan la república dada serán capaces de elaborarlo con algún éxito. (p. 489)

Lenin incluso exigió que se fuera cimentando la idea, para el próximo Congreso de los Soviets, que salvo en el aparato militar y diplomático, en el que había que mantener la unión de las repúblicas socialistas soviéticas, en los demás aspectos habría que volver atrás y “restablecer la autonomía completa de los distintos Comisariados del Pueblo”, lo cual incluía la autonomía lingüística.

Igual que en el caso de la educación de adultos, podemos contemplar estas posiciones de Lenin, la de 1912/14 y la de 1922, como secuencia, en este caso como posiciones anteriores y posteriores a la Revolución. En las primeras ponía el acento en la defensa a ultranza del derecho a la autonomía y en su justificación teórica; en las segundas, en los problemas prácticos –el incidente en Georgia como caso de la imposición del nacionalismo ruso, pero también la necesidad de homogeneizar el ejército y el cuerpo diplomático– lo llevaban, al parecer, a una mayor voluntad de mantener cohesionada la nueva unión pero evitando el chauvinismo gran-ruso para no exacerbar los nacionalismos oprimidos; para que la rebelión no ocurriera, el desarrollo de las lenguas nacionales llevado a cabo por expertos locales cobraba una importancia grande.

 

Síntesis

Hemos recorrido tres de las numerosas cuestiones lingüísticas que tuvo que resolver la Unión Soviética desde su constitución hace poco más de un siglo en la visión de su máximo dirigente. Quedan muchas otras que fueron igualmente tratadas y muy debatidas en esos años; entre ellas, las lenguas escolares, las de la literatura y en especial el lenguaje poético, las lenguas de la ciencia, las traducciones – hay quienes aseguran que la traducción simultánea no nació en los juicios de Núremberg en 1945, sino en la Unión Soviética ya en 1928 en ocasión de la celebración del VI Congreso de la Internacional Comunista (cf. Tokareva, 2017, p. 214) – y, por supuesto, los debates acerca de si la lengua forma parte de la superestructura ideológica, el origen y el destino de las lenguas y muchas otras. Pero lo que en los tres asuntos aquí reseñados: la variedad de ruso comprensible para todos, la educación de adultos y la relación entre lengua, nación y autonomía– caracteriza de manera particular el pensamiento de Lenin es la prevalencia de lo político-ideológico por sobre otros factores. Así, en la discusión acerca de la variedad de ruso le importaba menos la pureza del idioma por sí misma que las trabas que ponía el uso de palabras no rusas a la democratización de la lectura; en la educación de adultos, los argumentos principales del texto de 1919 no giraban en torno a lo pedagógico sino que exponían por qué esa educación era una prioridad para la transformación revolucionaria y cómo había que evitar que fuera un campo de experimentación para políticas disparatadas, y en las “Páginas para un diario”, de 1923, apoyado por las estadísticas, tampoco se desarrollaba una nueva metodología, sino la estrategia para lograr que los campesinos abandonaran su ideario reaccionario; por último, en los textos sobre la autodeterminación de las naciones, Lenin no hacía consideraciones sobre cuestiones más bien etéreas, como la relación entre lengua e identidad, sino que planteaba que para alcanzar el desarrollo capitalista pleno (como etapa previa al socialismo, aunque no lo dijera en ese texto), los territorios con población monolingüe debían cohesionarse como Estado, y para ese fin se debía garantizar el pleno desarrollo de su lengua e incluso de la literatura en esa lengua; en las notas de 1922 intentaba resolver conflictos políticos en la organización de la recién creada Unión Soviética y proponía medidas para su consolidación, entre las que se encontraba el desarrollo y respeto de las lenguas no rusas. La cuestión de las lenguas cumplía, pues, un papel destacado en el pensamiento y la acción políticos de Lenin.

Podemos comprender más el papel importante que Lenin le adjudicaba a la cuestión de las lenguas si reparamos en la realidad catastrófica de la que partía la Revolución de Octubre (siglos de autocracia zarista, una brecha gigantesca –incluso lingüística, entre el francés y el ruso– entre ricos y pobres, un país devastado por la Guerra Mundial y la guerra civil, una escasa adhesión de la población campesina a las ideas revolucionarias, una complicada situación económica, política y militar en el escenario internacional). Además, al tratarse de la primera revolución socialista, no había modelos, ni siquiera discursivos. Tal vez por eso, para diferenciarse de estilos discursivos anteriores, Lenin apelaba a un discurso sobrio, ascético; según lo analizaron los formalistas rusos (cf. Schklowski e.a., 1970), su estilo deconstruía las frases revolucionarias altisonantes y reemplazaba las palabras “poéticas” o filosóficas por sinónimos del lenguaje cotidiano. Esto implica que además de la cuestión del lenguaje en la Unión Soviética tratada por Lenin existe una cuestión del lenguaje del propio Lenin, pero esto sería materia de otro artículo.

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* Una primera versión de este artículo fue publicada en Speranza, A. M. (Coord.), Bravo de Laguna, G. y Mestriner, I. (Comps.). (2022). Lenguaje y cultura: Homenaje a Angelita Martínez. La Plata: Universidad Nacional de La Plata. Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación. (Memorabilia; 4), pp. 571-589.

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**  Roberto Bein es profesor consulto de la Universidad de Buenos Aires. Sus especialidades son la política lingüística y la traductología, sobre las que ha publicado libros y artículos y dictado seminarios y conferencias en la Argentina y en el exterior.

   

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Textos de V.I. Lenin

Las cuatro referencias siguientes (a diferencia de la quinta) corresponden a la edición de las Obras Completas de la Editorial Akal, Madrid, 1978:

  • Sobre la depuración del idioma ruso (1924). C., vol. XXXII, pp. 293-294.
  • Discurso de saludo, 6 de mayo, I Congreso de toda Rusia de enseñanza de adultos (1919). C., vol. XXXI, pp. 203-206.
  • Páginas de un diario (1923). C., vol. XXXVI, pp. 495.
  • El problema de las nacionalidades o de la “autonomización” (1922). C., vol XXXVI, pp. 484-489.
  • El derecho de las naciones a la autodeterminación. (2000 [1914]). Primera publicación en ruso: Prosveschenie, 1914, Nos. 4, 5, 6. Esta edición en español (2000): Marxists Internet Archive. Recuperado de https://www.marxists.org/espanol/lenin/obras/1910s/derech.htm

 

Bibliografía

Alonso, A. (1935). El problema de la lengua en América. Madrid: Espasa-Calpe.

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Notas

[1] La edición consultada (de Akal) dice que la nota fue escrita por Lenin en 1919 o 1920, pero que se la encontró tan sólo en 1924; se la publicó entonces en Pravda.

[2] En ese discurso, Lenin denuncia la argumentación con que los enemigos políticos critican arteramente el presunto incumplimiento de objetivos como pan, paz, trabajo, libertad e igualdad para desautorizar al gobierno revolucionario, cuando en realidad son ellos quienes están atacando el socialismo y la democracia.

[3] Anatoli Lunacharski fue Comisario [ = Ministro] de Instrucción Pública desde 1917 hasta 1929.

[4] La Proletkult fue liderada, entre otros, por Aleksandr Bogdánov, precisamente cuñado de Anatoli Lunacharski.

[5] “Mujik” es la transliteración habitual al castellano, pero Lidia Becker me señaló que “muzik” (el sonido [ʒ]) sería más próximo al sonido ruso.

[6] El cargo de Secretario General del PCUS (llamado “Primer Secretario” entre 1952 y 1966) fue, desde 1922 a 1991, el de jefe del partido y del gobierno de la Unión Soviética.

[7] La política lingüística durante la II Guerra Mundial fue especialmente dura contra el alemán. La República Socialista Soviética Autónoma de los Alemanes del Volga, creada en 1924 (había sido región autónoma ya desde 1918), fue disuelta en 1941 y sus habitantes deportados al Asia Central (cf. Berend, 2006: 80), tras el ataque alemán contra la Unión Soviética, pues Stalin consideraba que los alemanes del Volga podían actuar como quinta columna del Reich.

[8] Hay un artículo de León Trotski de 1917 con el mismo título (al menos en español).

[9] Excedería este artículo tratar aquí el conocido diferendo entre Lenin y Luxemburgo respecto del derecho de las naciones a la autodeterminación (y respecto de otros asuntos, como la cuestión nacional, el partido revolucionario, la naturaleza de la crisis capitalista, etc.).