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La revuelta de los cuerpos: Doce tesis sobre servidumbre y resistencia

En tiempos de exhaustiva represión nos quedan los cuerpos como territorio de liberación; y sus usos, deseos y luchas como lugares de articulación y resistencia. Aquí 12 tesis de Andrés Saldarriaga respecto de los cuerpos. [Foto portada: Juan Sebastián Álvarez]

1

Toda lucha está referida a un territorio. El cuerpo es el territorio de la experiencia individual. La lucha debe comenzar en el territorio más íntimo. Será entonces, también, una lucha por el territorio más íntimo.

2

El cuerpo es un territorio colonizado por una infinitud de potencias ajenas a él, contrarias a él, potencias que lo vampirizan. El cuerpo es el combustible de la mega-máquina social. Nuestros cuerpos son, como bien grita Evaristo, carne pa´ la picadora.

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La lucha se plantea como liberación del cuerpo, como decolonización del cuerpo.

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El cuerpo constituye un frente común. Ya no nos quedan ideologías ni principios por los que unirnos en la lucha, sólo nos queda la común certeza del dolor de nuestros cuerpos. Las múltiples luchas que emprenden los sujetos en tanto cuerpos vivientes (luchas por el aborto, por o contra el género, por la jornada laboral, por la salud, por el aire, por el alimento, por el agua, por la tierra… en suma: por la vida), luchas que aluden en últimas siempre al sufrimiento (cada vez distinto) de los cuerpos, podrían llegar a converger en una lucha común por el cuerpo, en la revuelta de los cuerpos sufrientes.

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El cuerpo es la imagen sensible de lo común: cada uno es un cuerpo. El cuerpo es lo más común, pero cada individuo es un singular en el uso de su cuerpo. O por lo menos cada uno desea usar a su manera su propio cuerpo, ser un sí mismo a través de su cuerpo. Ese deseo existe, cualquiera lo puede sentir en su propio cuerpo. Pero nuestra realidad es la negación de ese deseo. De otra parte, es claro que el cuerpo no es una sustancia común, sino más bien la encarnación de la idea de lo común. El modo en que cada uno vive su cuerpo es una forma de singularización de lo común. En la diversidad de formas y de usos del cuerpo reside la riqueza de esta imagen de lo común. Se debe concluir entonces que la diversidad de los cuerpos es una forma de la riqueza social, y que por el contrario la homogenización de los cuerpos (“conservando las diferencias”, como acotaría con sorna la publicidad) es un proceso sistemático de expropiación y de empobrecimiento de la sustancia social. Cabe oponer aquí a la riqueza de las naciones (riqueza constituida a partir del dominio del Capital sobre la Vida) la riqueza de lo común, de la sustancia social comunizada. Mientras la presunta riqueza de las naciones está formada por la masa o el cuantum de los cuerpos en tanto fuerzas de trabajo vivo que generan valor económico (y esto revela el carácter del Estado moderno como organización política del capital), la riqueza de la comunidad, de la sustancia social, reside en la proliferación de la singularidad.

6

Los cuerpos están catalogados. Todos figuramos en alguna sección del catálogo. El catálogo o la clasificación de los cuerpos es llevado a cabo por todos y por nadie al mismo tiempo. El problema no es tanto la existencia de un catálogo —aunque el problema de los cuerpos se puede reducir al hecho de su clasificación y de las jerarquías que a la fuerza se extraen de dichas clasificaciones. El problema que enfrentamos es el del uso de los cuerpos. La cuestión entonces es con qué finalidad somos catalogados (cada clasisificación de los cuerpos tiende a una finalidad: cuerpos objeto del deseo sexual, cuerpos óptimos para el trabajo, cuerpos indecentes y por lo tanto prescindibles, en fin), con qué objetivo se nos integra en una escala o espectro de cuerpos. En todo caso se trata del uso despótico de los cuerpos. Los cuerpos son usados contra sí mismos por otros cuerpos. Tenemos que preguntarnos siempre, entonces, para qué o para quién obra mi cuerpo, a quién o a qué sirve mi cuerpo. Antes de intentar una solución para el enigma spinoziano sobre el cuerpo (“nadie sabe lo que puede un cuerpo”), preguntemos más bien a qué son obligados nuestros cuerpos. Antes de imaginar nuestras posibilidades, establezcamos de manera precisa la lista de nuestras servidumbres.

7

Se nos obliga a vivir en ambientes saturados de veneno, a morir de formas lentísimas y extremadamente dolorosas; se nos obliga a vivir cansados y al mismo tiempo a vivir como si nuestras energías fueran inagotables; se nos obliga a vivir adoloridos, enfermos, hambrientos, saturados, insatisfechos, ahítos, en los huesos o nadando en grasa; no se nos permite sentir placer y al mismo tiempo se nos obliga a sentir placer; se nos obliga a tomar drogas y no se nos permite tomar drogas; no nos dejan trabajar y al mismo tiempo se nos obliga a vivir para trabajar. El cuerpo es el lugar de las contradicciones sociales. Experimentamos la dominación literalmente en cada fibra de nuestro cuerpo. La experiencia de la libertad se reduce a los actos físicos más simples e irrelevantes (como levantarse del pupitre y abandonar el salón de clases, ejemplo muy querido por los profesores de filosofía moral, especialmente los kantianos).

8

Vivimos bajo el paradigma del uso despótico de los cuerpos: casi siempre nuestro hacer es un hacer para otro, un ser para otro —mas un ser para otro como lo es una herramienta cualquiera. En un ejercicio de imaginación filosófica, opongamos al paradigma del uso despótico el paradigma de la auto-encarnación de los cuerpos. Pero ¿acaso un cuerpo no está ya, y desde siempre, encarnado en sí mismo? ¿No es un cuerpo su propia encarnación? Sí y no. Lo es por naturaleza; pero no lo es en tanto el cuerpo es usado contra sí mismo, cuando es movilizado contra la propia vida. Somos nuestro cuerpo y al mismo tiempo no somos lo que nuestro cuerpo se ve obligado a hacer. Encarnamos nuestro cuerpo sólo de manera ilusoria. Encarnar el propio cuerpo de manera real es tener la vivencia material del sí mismo. El paradigma de la auto-encarnación no significa otra cosa más que ser-en-el-propio-cuerpo, ser de manera real y libre. Auto-encarnarse es constiuir el cuerpo como expresión íntegra del sí mismo, como expresión real y visible de la singularidad.

9

En el trabajo de la singularidad sobre su propio cuerpo también acecha la servidumbre. El cuerpo se convierte en otra forma de mercancía, pero ya no la mercancía más deseada por el Capital, a saber, la mercancía fuerza-de-trabajo, sino otro tipo, cuyo valor no es tanto material como simbólico, y que podríamos denominar mercancía suntuosa. El cuerpo se convierte en objeto de lujo. El valor de uso del cuerpo reside en este caso en su valor simbólico como objeto de exposición. El cuerpo aparece así como objeto que se puede personalizar, como personalizamos cualquier adminículo electrónico. Es así como personalizamos nuestro cuerpo (es decir, singularizamos la materia común) echando mano de tatuajes, de estilos de cabello, de la moda, produciendo músculos innecesarios pero evidentes, cargando encima accesorios, personificando hobbies, entre otras cosas. El trabajo de la singularidad se convierte en exhibición. De allí surge la infinta procesión de los cuerpos-escaparate. Esta industria florece y se diversifica de maneras sorprendentes, pues se nutre del común deseo de singularidad.

10

Nos han arrebatado nuestros cuerpos ¿quién los tiene, quién los posee? Nadie. O nada, más bien. Fuerzas abstractas pero terriblemente concretas en sus consecuencias nos despojan constantemente de nosotros mismos. Somos cuerpos desgarrados, deshilachados por las tensiones que tenemos que soportar, por las fuerzas contrarias a nuestros deseos (¿en realidad son nuestros deseos, o son los deseos de otro?), fuerzas que nos penetran y que nos someten. Ni siquiera la superficie de nuestro cuerpo nos pertenece, pues ha sido usurpada por las marcas y estilos de moda, por las industrias que producen los medios de vida que nos envenenan, por las ideologías políticas, por las estratificaciones sociales y económicas, por los medios de comunicación, por el entretenimiento, por la religión, por la publicidad (religión y publicidad, por ejemplo, son dos poderes que se dispuntan entre sí de manera feroz el despojo de los cuerpos). Nos deshollan vivos y utilizan nuestra piel en la confección de sus banderas. La enajenación está inscrita en la piel. En suma: actúo para otro, mi cuerpo no me pertenece, yo soy otro pero no sé quién o qué sea ese otro que me obligan a ser, vivo bajo el modo de la despersonalización —soy el cuerpo de otro.

11

¿Es posible la vivencia de los cuerpos, la auto-encarnación del cuerpo como expresión sensible del sí mismo, como prueba visible de la libertad? La revuelta de los cuerpos es tan necesaria como difícil. Emancipar nuestros cuerpos puede ser la última tarea titánica que enfrentemos como especie. O puede que ni siquiera nos alcance el cuerpo para eso. Estamos cansados y no sabemos hacia dónde o cómo movernos. Desesperados y desorientados, dirigimos toda la rabia contra nosotros mismos, y en primer lugar, por supuesto, contra nuestro propio cuerpo: nos atracamos de comida, de bebida, de series, de amantes, de ropas, de trabajo, de ejercicio, hasta reventar. Y nada cambia. O sí, pero en sentido negativo: todo empeora. De esta manera nuestros cuerpos han llegado a convertirse en dispositivos de auto-neutralización. Es la vida que padecemos en nuestro cuerpo lo que nos enseña que la servidumbre es la condición universal.

12

Quizá sea el deseo, esa fuerza que caracteriza a lo vivo, lo que pueda guiar a nuestros cuerpos. Quizá la revuelta de los cuerpos, de la Vida contra el Capital, sea sólo posible a partir del deseo. Ser el propio cuerpo, en toda su integridad, en común, con otros cuerpos y gracias a otros cuerpos, más allá de toda servidumbre, ése es el anhelo de todo cuerpo que todavía pueda imaginar una vida opuesta a esta inacabable masacre de los cuerpos. Aferrémonos a ese anhelo, al deseo de vivir que mueve por naturaleza a todo cuerpo vivo, de vivir más y mejor y de manera más intensa. Tal vez sea el deseo de sí mismo (un deseo que carga todo cuerpo como una memoria oscura y vaga) lo que al fin nos logre devolver algo de fuerza para iniciar una revuelta. Deseemos el cuerpo, pues desear el cuerpo es desear la destrucción de un mundo que nos arrebata el cuerpo.

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*Profesor del Instituto de Filosofía de la Universidad de Antioquia.