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Y después de todo, ¿qué es feminizar el fútbol?

¿Qué es feminizar el fútbol? ¿Basta con crear una liga femenina para insertar a la mujer en el fútbol? ¿Por qué se le ha negado siempre un lugar en canchas y tribunas? Todas estas son preguntan difíciles de responder y, sobre todo, de derrumbar. En la lucha histórica de las mujeres también cabe el fútbol y hoy más que nunca lo vivenciamos. Disfrutar y ejercer el deporte que mueve las pasiones de todes, ese también es un campo de disputa.

Por: Manuela Arango y Camila López, Sororidad Roja. Hablar de fútbol es pensar el escenario de lo masculino por excelencia. El balonpié trae a colación imágenes de hombres, en toda su diversidad, en las canchas y las tribunas. Son ellos los apoderados de los roles posibles del escenario deportivo, los protagonistas y coprotagonistas de cada sentimiento y quienes tienen la validez para hablar sobre él, jugarlo, criticarlo y vivirlo. Lo masculino y varonil ha sido el lenguaje predominante que ha hablado y escrito el fútbol, y muy pocos cuestionan que así sea.

Sin embargo, en los lugares más recónditos que ocultan las despampanantes cámaras y campañas de fútbol, se han encontrado siempre las mujeres. En un rol que se considera pasivo y casi imperceptible, las mujeres han mantenido a flote una industria y un sentimiento de encuentro alrededor del fútbol. Solamente la generación de condiciones sociales y familiares para que el hombre pueda disfrutar de un espacio que “sólo le pertenece a él”, en donde vive sus pasiones abiertamente y goza de una singular manera de romper con lo cotidiano, es motivo suficiente por el cual las mujeres ya deberían tener un papel protagónico en la organización del fútbol. Su rol en el cuidado y la reproducción son vitales para generar estos espacios de ocio.

Aun así, estos roles reproductores y del cuidado se han transformado y muchas mujeres se han alejado de ellos. Las mujeres ocupamos hoy diferentes papeles activos y directos en lo que respecta al disfrute del fútbol. Árbitras, jugadoras, comentaristas, reporteras e hinchas, hemos acompañado y aportado a la evolución del fútbol, e incluso, cuestionado muchas de sus prácticas, formas de encuentro, de organización, de financiación, etc. Así pues, ¿cómo no preguntarnos por qué es tan complicado encontrar en este deporte nuestro espacio? ¿por qué nos resulta incómodo o por qué somos incómodas en estos escenarios?

Una primera respuesta parte de la definición de los roles de género. Socialmente a los hombres y las mujeres —excluyendo sistemáticamente a las disidencias de género— nos han sido asignados actividades y actitudes ante la vida que muy forzosamente pueden romperse. Así pues, ocupar espacios que tradicionalmente han sido relacionados con la fuerza, la táctica y la estrategia propia de lo “masculino”, representa un atentado a la forma social. Que una mujer goce de las mismas pasiones y sociabilidades que genera el fútbol es una situación anómala, por no decir intimidante, que se ha insertado en la lucha de las mujeres por muchos años.

Otra respuesta se bosqueja cuando se alude a las capacidades biológicas y sociales que tanto hombres y mujeres han desarrollado históricamente y que se relacionan con la posibilidad de disfrutar del fútbol. Específicamente nos referimos al fútbol femenino como una posibilidad profesional para las mujeres. Diferenciar el fútbol femenino del masculino es un paso importante en el reconocimiento de la posibilidad de acceder a los mismos campos profesionales y de disfrute. No obstante, al fútbol femenino se le juzga de menor categoría, sin la técnica y la grandeza del espectáculo de los 90 minutos a los que se está acostumbrado. Al fútbol femenino se le entiende tranquilo, calculador y menos explosivo. Se aplaude a las mujeres que ingresan a él, no con el mérito y la oportunidad histórica de compartir un mismo escenario, sino con la complacencia que al débil se le otorga en sus logros pírricos.

Los valores que promueve la sociedad en torno al fútbol femenino, lejos de vindicar la fuerza poderosa de la revolución femenina, vinculan toda práctica de las mujeres con la delicadeza y el cuidado. Se aferran a la producción del eterno femenino, a la mujer como alteridad y, por ende, como un sujeto al que se le complace pasivamente. Y esto se replica en otros escenarios del fútbol. La formación de públicos del fútbol femenino se concentra en el encuentro mañanero y familiar. Un espectáculo sobrio, digerible y sin demasiadas complejidades, sin mucha gracia ni méritos. Todo lo contrario al fútbol masculino, lleno de emociones y conceptos “inalcanzables” para las mortales. La respuesta, entonces, no se enmarca en la calidad de las jugadoras a la hora de patear el esférico; más bien está relacionada con la atención que se le brinda a esta liga por parte de los equipos, patrocinadores e hinchadas.

Lo anterior tampoco significa que el fútbol debe ser gozado de la manera tradicional con que se ha vivido el masculino. De hecho, el fútbol no puede entenderse sólo como un asunto de hombres, como una apología a lo masculino. El fútbol es también rebeldía y una singularidad que se disfruta más allá del deporte. Un ejemplo de las rupturas cotidianas que permite el fútbol se encuentra precisamente en cómo lo vivencian los hombres. Pese a que el estadio y los partidos de fútbol son lugares repletos de testosterona, el fútbol, como muy pocos escenarios de encuentro, ofrece la posibilidad a los hombres de expresar todas sus emociones tal cual las viven. En ningún otro lugar es posible retratar con tanta facilidad el llanto, el abrazo, la emoción y el amor masculino. Quienes lloran en una final o quienes le gritan te amo a su compañero de equipo no son señalados como “menos hombres”. Al reconocerse el estadio como el ámbito de la libertad de las pasiones, el hombre deja de ser sólo la personificación de la fuerza y la producción, y pasa a ser también un ser afectable, móvil, vivificado por la emoción. Pero, claro, esto no sucede con todes quienes habitan las tribunas.

Las mujeres que estamos en las gradas somos estigmatizadas o menospreciadas. No se nos permite disfrutar ni ser parte de la emoción del juego y del gol. Insistentemente se nos invisibiliza y deja de lado en la toma de decisiones. Se nos reduce el campo de acción al amor por un equipo. Pero el hecho de que las mujeres, cada vez más, nos hagamos a este lugar, es consecuencia de luchas anteriores que poco a poco ganan espacio. La entrada de las mujeres a las tribunas y canchas cuestiona cómo el machismo ha sido transversal a la consolidación de todo lo que entendemos hoy por fútbol. Se enfrenta a la masculinidad encarnada en los cánticos, las expresiones y otras acciones del fútbol, y aporta a nuevas formas de comprenderla. Incomoda, con el cuerpo y la palabra, la participación de lo masculino y la concepción de lo femenino, abriendo cada vez mayores oportunidades.

Eso es feminizar el fútbol. Darle cabida a nuevas formas de pertenecer y celebrar el encuentro alrededor de un balón. Tomar y transformar lugares, espacios y roles, y visibilizarlos. Disputar el sentido en el que se vive uno de los espectáculos y deportes que más recoge a la humanidad, y dignificar la presencia de todos los géneros en él. Reconocer que las mujeres llevamos mucho tiempo sosteniendo y aportando a la construcción de este espacio, y tenemos mucho más por hacer en él. En conclusión, permitir que nuevas formas de socialización se hagan visibles también en el fútbol, como un verdadero sentir popular y revolucionario.