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Protesta Embera Katio en Bogotá. Entre ataques y posibles salidas

La protesta de la comunidad Embera Katio en Bogotá enfrentó al clima de progresismo en el que nos encontramos sumidos con la imagen de la movilización popular. La historia sigue y los pueblos se desbordan por sus márgenes. Algunas consideraciones, retos y posibles salidas.

No quise pasar por alto lo que sucedió el pasado miércoles, 19 de octubre en Bogotá con los integrantes de la comunidad Embera Katio, pues ello me suscitó emociones y reflexiones al respecto, algunas de ellas nuevas, otras que, en cambio, se reafirmaron. En este sentido, no quise perder la oportunidad para presentarlas antes de que el hecho se desvaneciera de la memoria colectiva con un simple “¡qué gonorrea!” o “¡qué terrible!”. A continuación, algunas posiciones y advertencias sobre lo que puede suceder en el futuro por decisiones que ha tomado el gobierno nacional y gobiernos locales “progresistas”.

Evasión del conflicto y reafirmación del orden establecido

No hay mejor “vieja confiable” para negar o evadir un conflicto que defender a la policía y dar una orientación de cómo se debería luchar. La comunidad Embera, que representa cerca del 3% de la población colombiana, ­-según datos de la ONIC-, exige desde hace mucho tiempo mejores condiciones de vida en sus lugares de residencia en Bogotá, ciudad cuyo gobierno ha sido evasivo cuando se le pregunta por el cumplimiento de los acuerdos logrados con dicha comunidad.

Ante estas exigencias y por lo sucedido el anterior 19 de octubre, la respuesta de Petro, después de twittear, fue la de visitar a los agentes de policía heridos durante las manifestaciones. De inmediato viene a mi memoria la imagen de Iván Duque vistiendo una chaqueta y una gorra de la Policía Nacional tras las protestas, fuertemente reprimidas, del 9 y 10 de septiembre de 2020, en las que fueron asesinadas 13 personas en Bogotá. Sin duda alguna, la línea de diferencia entre uno y otro acto, para este caso, es poco perceptible.

Aquí, un “cocacho” de advertencia y recorderis para toda la izquierda: la policía representa al Estado y este, independientemente del gobierno que lo esté ocupando, es burgués. En lo personal, no aplaudo los atentados que contra la vida de un agente de policía se hagan, aunque en una lucha de clases es inevitable que suceda; pero tampoco lo lamento y mucho menos, lo lloro. Hacerlo lo considero un acto de burla hacia la memoria de quienes han caído en la lucha  ya que ha sido esa misma policía la que ha provocado muchas de estas muertes. Valga aclarar que tampoco quiero exponer aquí un manual de cómo protestar o de cómo usar la violencia en la protesta social, esa sería otra discusión.

Por otra parte, no dejó de sorprenderme la implícita colocación de Avianca como otra víctima de lo ocurrido. El intento de toma de uno de sus edificios por parte de la comunidad Embera sería lo que presumiblemente desató el enfrentamiento, pues los agentes de policía que resultaron heridos estaban ahí para impedir la ocupación. Así es, la poderosa aerolínea Avianca: cuyo jefe y máximo accionista hoy enfrenta un proceso judicial por su participación en el escándalo de Odebrecht. Avianca: la que tantas veces ha batido el récord de quejas por irregularidades en sus servicios. Avianca: la misma a la que Duque le tiró un salvavidas en plena pandemia -habiendo muchas más personas necesitándolo- y que el mismo Petro criticó tal acto de descaro. Pero bueno: ¡la policía estaba allí defendiendo la democracia! Aquí entra la pregunta: ¿Acaso se busca quedar bien con alguien? ¿Con quién?

“Papayazo” para la reacción

Algunos aspectos del “cambio” que el actual gobierno dice encarnar, parecen ser un simple quedar bien ante la opinión pública. Sin embargo, es peor de lo que parece y es más bien un quedar bien ante la derecha colombiana, aquella cuyos sectores más radicales seguirán viendo en Petro y en toda aquella persona que se diga defensora de la vida y los derechos humanos, un claro enemigo a destruir.

Ese quedar bien no es otra cosa más que una cesión ante esa derecha y, con ello, la oportunidad perfecta de esa derecha de justificar sus constantes ataques contra quienes protestan en las calles. Ataques que, como se ha evidenciado en muchas ocasiones, van con una pesada carga de clasismo, racismo, xenofobia y sexismo.

Aquí, lo peor de que se le presente dicha oportunidad a esa derecha no es esa carga de odio y discriminación con la que se muestra, sino que la justificación de sus ataques, en muchos casos, logra surtir efecto entre la población (claramente, con la ayuda indispensable de los medios de comunicación tradicionales), como ha sucedido en otros países donde han salido victoriosas expresiones de lo que muchos autores, como Boaventura de Sousa Santos, por ejemplo, han llamado “la nueva ola reaccionaria o conservadora”. Esto, sin mencionar que, hasta la misma alcaldesa de Bogotá, Claudia López, tan alternativa como se ha presentado, dejó ver sus prejuicios contra la comunidad Embera y su poco interés por escucharlos al decir que “se gastan las ayudas en licor”.

La deslegitimación de la movilización

Una forma de deslegitimar la movilización no es solamente poner el foco exclusivamente en los hechos de violencia que se presenten en una protesta, también lo es reducir la resolución de problemas a los espacios institucionalizados y usar el diálogo para legitimar una posición.

Una vez terminados los hechos de ese 19 de octubre y después de visitar a los agentes de policía heridos, Petro se reunió con los líderes de la comunidad Embera movilizada. No hay duda de la importancia que tiene el escuchar a la comunidad movilizada, es el primer paso para conocer sus problemáticas, sin embargo, pretender que solo bajo la institucionalidad se pueden resolver sus problemáticas, es desconocer la organización construida (criticable o no), desconocer su cultura y con ello, caer en su infantilización.

Por otra parte, con los espacios de diálogo no se puede pretender que la comunidad deje de movilizarse, pues ello permite la defensa de los logros que hasta ahora la comunidad Embera ha logrado y, cómo no, el fortalecimiento de su organización.

Reflexiones finales

Considero que no se debe olvidar la importancia del principio de crítica y autocrítica que tanto debe mantener la izquierda que, en el presente gobierno, lastimosamente, poco se ha visto. Si bien hay que mostrarse firmes y cerrar filas ante cualquier ataque de la derecha, sea de la naturaleza que sea, reconocer los errores siempre debe estar a la orden del día. Menciono esto por la falta de reconocimiento al hecho de que el Estado le ha faltado muchas veces a los sectores populares, a los Embera en este caso y que, en cambio, ante esa falta de reconocimiento se niega la voz de quienes se manifiestan con las posiciones tomadas anteriormente expuestas. En este caso, el papel del movimiento social debe ser el de liderar la veeduría social y política del gobierno, en aspectos jurídicos y comunicativos principalmente.

Por otra parte, es importante tener presente lo que muchos columnistas y organizaciones sociales han mencionado: la Paz Total, una de las banderas principales del actual gobierno, no debe limitarse al silenciamiento de los fusiles o a un dialogar por dialogar con todos los actores armados. Debe, en cambio, considerar las transformaciones necesarias -estructurales- para que dicha paz sea posible.

Por último, si bien hay momentos en que se debe negociar con el Estado por cuestiones de táctica, no hay que dejar de insistir en la profundización de las contradicciones de clase, esto porque el enemigo (la derecha) no dejará de actuar en son de sus intereses y se radicalizará en la medida en que el bloque popular actúe. Esta es una tarea principalmente del movimiento social, no porque al gobierno actual no se le deba exigir lo mismo, sino porque, siendo un gobierno de corte progresista (tirando a liberal), en la realidad no hay que depender de que este entienda el mensaje, pues no se le pueden pedir peras al olmo. Es el movimiento social, en sus múltiples expresiones organizativas y de movilización, quien puede hacer posible esta profundización de la contradicción. ¡No hay que perder la clave!