No sabes el tamaño del reto hasta que lo asumes: ¡Once días!

El compromiso por la defensa de la educación nos lleva a asumir retos que jamás se pasaron por nuestra mente. De repente, cuando antepones tu individualidad por un bien colectivo, te encuentras aguantando hambre para que otros y otras tengan la posibilidad de estudiar. Katherín Daniela Díaz narra su experiencia como huelguista de hambre por once días, alentada por el amor eficaz de Camilo Torres Restrepo y el compromiso revolucionario de Berta Cáceres. [Portada: Karen Blasquez Producciones].

Por: Katherín Díaz.* Lo sabes, sabes en el fondo cuándo es necesario hacer algo, una voz dentro de ti te lo dice… No sabes el tamaño del reto hasta que lo asumes, hasta que te enfrentas cara a cara con él. A lo largo de mi vida jamás me imaginé hacer una huelga de hambre, jah ¿Quién aguanta hambre por gusto? Nadie. ¿Por qué lo hice? Por convicción, porque no deberíamos tener que elegir entre comer o estudiar.

Mensajes van, mensajes vienen:

– La huelga de hambre es un hecho

– ¿Quiénes son huelguistas?

– Hasta ahora hay cinco compañeros

– Me quiero sumar… ¿Cómo es? ¿Cómo sería? 

Y me sumé. La noche anterior fue la noche más larga y confusa, te llenas de preguntas, de posibilidades, hasta haces proyecciones: “se inicia el martes, si el viernes no se obtiene una respuesta satisfactoria al pliego te alistas para aguantar hasta el lunes, máximo cinco días y regreso a casa…” porque sabes lo inoperantes que son los que creen que tienen el mundo en sus manos por ocupar un cargo administrativo, tan caprichosos y egocéntricos, aún no entienden lo que significa, o quizás sí lo entiendan y sólo se pegan como sanguijuelas a sus puestos burocráticos sin ayudar en mínimo al bienestar general; pero ni al caso,  no fueron ni tres ni cinco días, ¡fueron once!

Los primeros días pasaron mientras esperábamos respuesta, mirando a Napo, Juan di, Humberto y Areiza, y mirándome a mí misma en ellos. El hambre se presenta de formas distintas cada día, lo más difícil:  conciliar el sueño. Unas veces dolía la cabeza, otras sentía una rabia que recorría todo mi cuerpo, no soportaba que me hablaran y no quería hablar, aunque en medio de todas esas sensaciones que no es muy fácil describir, se descubre que no todo es malo, que hay compañeros a tu alrededor y eso es lo más lindo, lo que vale la pena; las canciones de Areiza, trenzar el  cabello a Alejo y a Paula, la sonrisa y los ojos tiernos de Humberto, los comentarios y las películas raras de Juan di, y el apurado andar de Napo mejoraron esas largas horas de espera. 

¿Uno de los días más recordados? El día de los buñuelos. Recién despertando de una siesta en plena tarde sube Napoleón hasta donde nos encontrábamos y nos comenta que había llegado el secretario departamental y con él traía unos buñuelos (En realidad eran jugos, pandeyucas, buñuelos, etc.). “¿Vamos a bajar?” Preguntó. Recuerdo que no bajé, no quise presenciar el acto más ridículo de la vida, ¿Buñuelos? ¿Para qué? Una bolsa de buñuelos no resuelve nuestras exigencias, además ¿qué burla era esa? Recuerdo que después de esto el “diálogo” con la Gobernación se puso más indolente. Frases como “ustedes están ahí porque quieren, yo siempre he tenido la voluntad” nos permitían ver con qué tipo de persona tratábamos y la calidad de gobernador que tenemos. Esa fue la misma “voluntad” con la que meses atrás no se había logrado concretar nada. El mismo que dijo que iba a firmar y no firmó, envió siempre delegados.

Experimenté muchas sensaciones a lo largo de los días, no paraba de pensar que nadie merece sentir eso que yo sentía, nadie merece sentir hambre. No paraba de pensar que al menos yo sabía que algún día iba a terminar, pero muchos no tienen ni idea de hasta cuándo lo van a sentir y además continúan experimentando la dificultad de vivir en un sistema que oprime y empobrece cada día. No paraba de pensar en Camilo y en su categoría de amor eficaz y el compromiso de los estudiantes, en Berta que en una de esas largas noches me tranquilizó con la fuerza de sus palabras, que me hicieron recordar los retos que tenemos como movimiento social, que la libertad lo vale, que nuestros pueblos se lo merecen, merecemos el goce de una democracia verdadera, del ejercicio pleno nuestra sabiduría sin los intereses enfermos del capital y no paraba de pensar que esta lucha no es separada de aquellas.

Pensaba en tantas cosas, como en la construcción de la vida digna que tanto queremos, que requiere de todas nuestras fuerzas, tiempo, esmero, creatividad y amor; pensaba en la promesa que le hice a mamá de no hacerla llorar, luego de que me dijera que si me tenía que recoger de la huelga me iba a “dar más encima”. Pensaba en el cúmulo de ancestros que han dado hasta su vida por defender la vida misma, porque eso es lo que hacemos, dar hasta la vida por la otra.

¿Qué me queda? Junto con los kilos que perdí también se fue el miedo, por fin siento aquello que dice una consigna por ahí “el miedo cambió de bando”, después de esto florecen aún más ganas de seguir estudiando y luchando: liberando.

Fueron once días. Once días que no son suficientes en el largo camino de la lucha por una educación liberadora, once días que son sólo el inicio de un largo camino de dignidad que espero continuar con los compañeros que estuvieron ahí conmigo y los que vengan de ahora en adelante.

* Estudiante de Derecho en la Universidad Surcolombiana. Integrante de la organización estudiantil Digna Rabia, que se articula con el Congreso de los Pueblos.

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