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Mujeres de Nuestra América: Haydée Santamaría, un ´Macondo socialista´ y un consejo, “no idealizar la Revolución”

En La Habana, Cuba, Casa de las Américas inició los homenajes por el centenario de una de las mujeres más destacadas de la revolución continental, Haydée Santamaría: fundadora del Movimiento 26 de Julio, asaltante del Moncada junto a Fidel, sobreviviente y primera directora de esa institución cultural de trascendencia mundial. Desde Lanzas y Letras acompañamos la celebración de su vida y obra compartiendo este perfil que le dedicó Ernesto Cardenal*.

Participó en el asalto de Fidel al cuartel Moncada, junto con su hermano Abel y su novio Boris. Cuando estaba presa le llevaron al calabozo el ojo de su hermano. Ella les dijo: “Si le arrancaron un ojo y no quiso hablar, menos que hable yo”. Después le llevaron los testículos de su novio, y le dijeron: “Ya no tienes novio”.

Haydée ha dicho que después que le mataron al hermano y al novio no pensó en nadie más que en Fidel. En Fidel que no podía morir. Fidel tenía que estar vivo para hacer la Revolución. Si Fidel estaba vivo, su hermano, su novio y todos los otros no habían muerto, estarían vivos en Fidel que iba a hacer la Revolución.

“En el Moncada fue tanto el sufrimiento que llegó un momento que estaba insensibilizada. Abel está muerto. Boris está muerto, ¿cómo no lloro ni siento nada? ¿Por qué no sufro? Así pensaba yo. Vine a reaccionar cuando vi a Fidel. Melba y yo estábamos en los altos, en el vivac, cuando sentimos una bulla y ella me dijo: ‘Allí está Fidel’. Cuando vi a Fidel vivo reaccioné y empecé a llorar, creo que estuve la noche entera llorando… Lo del Moncada fue muy·fuerte, para todos, porque uno no estaba preparado para eso horrible que pasó”.

También ha dicho: “Como cuando una mujer va a tener un hijo: los dolores hacen gritar, pero esos dolores no son dolores. Es la misma sensación que yo tenía en el Moncada: un dolor profundo, pero sentía que había nacido algo de mi ser, que yo había dejado de ser una niña para ser mujer. Hay dolor porque uno dejó mucho allí”.

Haydée Santamaría es la directora de la Casa de las Américas. Nos dice que últimamente ha estado también trabajando junto con su marido en el lugar más apartado de Camagüey. Tan apartado que después de eso no hay más tierra, lo que hay es mar. Ella le puso a ese lugar “Macondo”. Pero es un Macondo socialista. Es un lugar tan retirado, que es asombroso. Pero es un Macondo en el que se lee a García Márquez, y en el que hay una secundaria básica. Ella desea que llegue García Márquez, y lo ha invitado, para que vea un Macondo como el que él imaginó, transformado ahora por la Revolución. Ella se crió en un ingenio de azúcar, era en Las Villas, muy cerca de carreteras y de todo. Había una escuelita rural donde en un aula había seis grados. En este Macondo no había carretera, y la han hecho. Allí ni jeep entraba. Y ahora hay centros escolares desde preescolar, y cada aula con su grado, y una secundaria básica, y además tres internados. ·

Allí no hay hoteles. No hay árboles tampoco. Es uno de los pocos lugares de Cuba donde no hay vegetación. “Yo siempre digo: Aquí no hay ni mar ni montaña. Y vivir sin mar y sin montaña es una cosa tremenda. Yo digo que es el único lugar de Cuba en que no hay ni palmas… Muchas veces para consolarme yo misma me decía: Yo fui a una escuelita de seis grados juntos, donde había bancas y nos sentábamos todos. Muchas-veces no sabíamos ni en qué grado estábamos, porque era una sola maestra y un día se daba todo lo que tocaba en primero y al otro todo lo que se daba en sexto. Aquí este Macondo tiene una secundaria básica, grandes centros escolares y buenos internados”.

También nos dice que no hay que idealizar la Revolución.

“Muchos encontrarán tal vez que no es todo lo bello que ellos pensaban. Pero eso les ayudará también, para que sepan lo que cuesta hacer una revolución. Yo les sugiero que vean todo. Que no les enseñen solamente nuestro Museo de Alfabetización, que les enseñen todo lo que nos falta por hacer”.

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* Cardenal, E. (1972). En Cuba. Editorial Carlos Lohlé, Ciudad de México.