Masacre en Llano Verde: la violencia sigue siendo la peor pandemia

El pasado martes 11 de agosto el país se estremeció con una nueva masacre. Esta vez fue Llano Verde, en el oriente de Cali, el barrio que protagonizó la más triste instantánea de nuestra realidad. Pero el sufrimiento no empezó la semana pasada, ¿qué está pasando en las ciudades colombianas? [Foto de portada: mikolente].

Esta semana había muchos temas para escribir: la casa por cárcel contra Álvaro Uribe, lo que se mueve de cara a 2022 en los sectores alternativos y progresistas o los casi 500 mil contagios de COVID-19 en Colombia. Pero entre el caos de la pandemia y los gobiernos delincuentes hay una noticia estremecedora por su crueldad y sevicia: la masacre de cinco niños en Llano Verde, Cali, y la violencia que ronda la ciudad.

El martes 11 de agosto en la noche, se encontraron los cuerpos, cuatro de ellos fueron asesinados por disparos y uno degollado, y todos con muestras de tortura. Desaparecieron esa mañana. Los mataron por no vincularse a las bandas que reclutan menores a la fuerza. Jair Andrés Cortés tenía 14 años, Jean Paul Cruz 16 años, Luis Hernando Preciado 14 años, Arturo Montenegro 13 años y Leider Hurtado 14 años. Y como si no fuera suficiente terror, el jueves 13 en la noche explotó una granada en el mismo barrio de Llano Verde, dejando quince personas heridas y otra más muerta.

Sin embargo, la tragedia de las familias de Llano Verde no comenzó con esta brutal masacre. Las familias afrodescendientes que viven allí han recorrido un vía crucis de desgracias. Todos los dolores, conflictos y violencias del país se condensan en este barrio del Distrito de Agua Blanca, al oriente caleño.

Llano Verde era hasta hace unos años un proyecto del que muchos se sentían orgullosos por ser ejemplo de reconciliación. Allí viven familias desplazadas por la violencia de todo el suroccidente colombiano, que cuando llegaron a Cali se instalaron el Jarillón del Río Cauca, de donde posteriormente fueron desalojados y reubicados en Llano Verde. Sin embargo, con los años el destino de este barrio, al igual que el de muchos otros en nuestras ciudades, fue la pobreza y la exclusión, y con esto el microtráfico, las fronteras invisibles y la violencia.

Esta brutal masacre ocurre en un contexto de aumento de la violencia en Colombia, en el suroccidente colombiano y en el departamento del Cauca; de aumento de las masacres y de incremento de la violencia hacia menores de edad. El año pasado hubo 36 masacres, y en el último mes asesinaron a tres campesinos en Córdoba y ocho más en Norte de Santander. Por no hablar de las masacres del Cañón del Micay, del Putumayo o de la Cárcel Modelo.

Igualmente es creciente la violencia contra menores edad, aun cuando paradójicamente el Congreso ha expedido leyes para castigar a quienes les agredan. Esta misma semana conocimos, además de la masacre de Cali, el asesinato de dos niños en Nariño y en Cauca, que se suman a los asesinatos y violaciones cometidas por la fuerza pública en los últimos meses.

Aunque la violencia nunca se fue del todo, con el uribismo ha retornado con renovada capacidad de destrucción. No dejemos que vuelvan a estar nunca en el gobierno. Es la única garantía de no repetición.

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