Juntxs haremos la historia, vámonos

El movimiento estudiantil históricamente ha escalado sus formas de lucha ante la negativa de los gobiernos en escuchar sus exigencias. Juan Diego Castro, colaborador de nuestra revista, nos ofrece su testimonio sobre la Huelga de Hambre instalada en la Universidad Surcolombiana, pues pareciera que este es un requisito fundamental para que el gobierno ceda y se logre alcanzar la Matrícula Cero. [Portada: Karen Blasquez Producciones].

Por: Juan Diego Castro.* La primera pregunta que se nos pasó por la mente al estar parados a pocos metros de la entrada de la Universidad Surcolombiana fue ¿cómo vamos a entrar? Gran parte del equipo ya había llegado y tres huelguistas estábamos ahí, Katherin, Diego Areiza y yo, Juan Diego Castro, lo único que faltaba era la excusa o la forma, pero estaba más que servida. En el proceso de pensar cómo armar nuestro Caballo de Troya, llegó Napoleón en un taxi, (recuerdo que todos sus elementos estaban en bolsas negras), le miré mientras le saludaban y regresamos a nuestro pensar. Esperamos a un docente amigo del movimiento estudiantil para apoyarnos con el ingreso en su vehículo, pero ese día no llevó el carnet que lo identificaba ante la institución y nos dejó en las mismas.

La idea inicial era esperar a que algún carro entrara para que abrieran el portón, pues ya varias veces el personal de seguridad abría las puertas de par en par para que entraran personas en cuatro o dos llantas -que seguro eran de los administrativos o uno que otro profe de por ahí-. Ya el equipo estaba casi completo, solo faltaba el último huelguista. La declaración política estaba programada para las diez de la mañana, hora en la que se leería ante una rueda de prensa. La cita era a las 9:00 a.m. en la entrada y marcando 40 minutos tarde, Humberto no daba luces de su llegada. La prensa local ya estaba siendo informada de lo que estaba pasando en la universidad así que el tiempo comenzó a jugar en nuestra contra y entonces vimos la oportunidad reflejada en un carro que estaba esperando verificación de ingreso y sin espera, ni permiso, nos montamos los bolsos, las colchonetas, los botellones de agua y las fuerzas en la espalda; los muchachos que habían llegado al lugar en bicicleta, se plantaron en la entrada con ellas para no dejar cerrar, en ese momento llegó Humberto, justo a tiempo, como un regalo de Cronos.

Logramos entrar y oficialmente se pudo decir que “nos tomamos” pacíficamente la Universidad Surcolombiana, sin esperar verificación alguna del jefe de seguridad, nos dirigimos rápidamente a armar nuestras carpas, a desdoblar los carteles que se habían pintado días atrás, e instalarnos para el pronunciamiento, iniciando así a escribir un nuevo capítulo de la historia del movimiento estudiantil de la Universidad Surcolombiana y del movimiento estudiantil a nivel nacional -aunque en ese momento aún no lo sabíamos o no lo dimensionamos como ahora-.

Ya no podíamos darnos más tregua con la pasividad y la resiliencia, era momento de radicalizar la protesta, el requisito para alcanzar la matrícula cero era claro, con dos meses de preparación de contenido, equipo logístico, derechos humanos, equipo psicológico y de salud, estábamos listos y listas para iniciar un viaje obligado por nuestra convicción y por la falta de respuesta ante las necesidades del Sur colombiano. Recuerdo que lo último que comí antes de salir de casa, fue un plato hasta el tope de huevos pericos con café y un trozo de fruta, dándome por servido y sabiendo que aquello sería lo último que comería en días.

Ya alzadas las carpas nos armaron con sueros que tenían marcados nuestros nombres y pastas para la gastritis, de ahora en adelante estábamos en manos del equipo de apoyo, el equipo de negociación y la supuesta “voluntad” de los entes territoriales que pedían solo debíamos ser pacientes ante su gran indiferencia.

Las horas pasaban, al segundo día me llegó un mensaje muy largo de mi madre donde la recriminación era directa y clara, me decía que aún no entendía por qué yo estaba en la universidad y, entre otras cosas, por qué debía “aguantar hambre” si en casa todo estaba. El dinero para mi siguiente semestre se tendría. Su deseo era verme allí, pero yo no compartía su preocupación, me conflictuaba más la idea de saber que al acostarme a dormir, un compañero o compañera de mi carrera o de cualquier otra área de eso que llamamos conocimiento, no podría continuar con sus sueños de estudiar, que en lugar de pensar qué cursos vería el siguiente semestre, tendría que forzarse a trabajar para poder comer; si el contemplar la idea de aguantar hambre -sin saber incluso el tiempo que se haría-, podría cambiar esa decisión entre comer o estudiar de una persona o un grupo de personas, esa idea contemplada se debía convertir en acción. Así se hizo y por ello esa mañana me monté el bolso y mis fuerzas en los hombros y es por eso que no compartía la preocupación de mi madre.

Aún días después, me lo pregunto, sino hubiesen sido las cuatro personas con las que compartí durante once días la sensación de aguantar hambre en la universidad con quienes pudo ser esa entrega, ¿quién más sino nosotrxs? Por esto estoy seguro del grado de valentía y dignidad que veía dibujado todos los días en los rostros de Humberto, Napoleón, Kathe y Areiza, y de todas las caras del equipo que nos cuidaba a cada hora que marcaba el reloj. Sabía que estaba con las personas correctas, que también comparten la indignación del mundo y las injusticias que lo acechan; y por difícil que se nos plantee la situación, estaríamos codo a codo, juntxs, luchando contra cualquier contingencia. De todo, quedan unos kilos para el movimiento estudiantil, y ánimos profundos de continuar luchando por las transformaciones que merece este país donde lo hecho fue un avance, y el aprender que desde la organización y la unidad seguiremos haciendo la historia.  

* Estudiante de Ciencia Política de la Universidad Surcolombiana. Miembro del Equipo Editorial de la Revista Lanzas y Letras. Consejero del Consejo Estudiantil de Ciencia Política.

 

VOLVER ARRIBA