Como una canción que no deja de sonar en nuestras mentes, la posibilidad de la instalación de una Huelga de Hambre estuvo presente durante varias semanas en la cabeza de Humberto Perdomo. La inoperancia del gobierno y sus profundas convicciones políticas los llevó a poner su vida al límite por más de 260 horas. [Portada: Karen Blasquez Producciones].
Luis Humberto Perdomo Romero.* Me despierto, son las seis de la mañana, en tres horas debemos estar en la Universidad para la instalación de la Huelga de Hambre. La noche fue larga, estuvimos en una reunión ultimando detalles entre las personas que conformamos las diferentes comisiones y los huelguistas. Quiero revisar nuevamente el pronunciamiento y después dejar listas otras cosas. El jueves hay sesión Ordinaria del Consejo Superior Universitario, no lo habíamos pensado con Camilo, pero, es mejor que él asista. Yo no estaría en condiciones. ¿Cuántas horas de hambre aguantará mi cuerpo? Me pregunto a cada rato. He dicho que 6 días, para darme tranquilidad, en medio de un aire de autoconfianza e insensatez juvenil. Recibí varios comentarios por mi delgadez, que en el fondo también me preocupaba. “No falta que al segundo día me retiren descompensado” me debatía, pero ¡Ni en chiste! Hasta la matrícula cero, ya no hay vuelta atrás.
Son las 8 a.m., me levanto del computador. No hay nadie en mi casa. Con mis hermanos habíamos comentado la posibilidad de que desarrolle una Huelga de Hambre, ellos saben que las cosas en la Universidad no son fáciles, los últimos meses observaron los fuertes debates entorno a decisiones y la situación político-administrativa, son conscientes de que cada reivindicación debe tener de fondo un mecanismo de presión para que verdaderamente se nos escuche. No expresaron si estaban de acuerdo o no, solamente nos extendimos hablando de las implicaciones que tendría. Con mis papás había hablado, pero no con mucho detalle, quise que comprendieran las causas para que reflexionaran sobre la relevancia de esta Huelga. Claramente es difícil en ellos una aprobación a esta iniciativa, pues, siempre habrá una preocupación constante por mi bienestar. ¿Qué madre o padre estaría listo para aceptar que su hijo entregue su vida (en el último de los casos) por una reivindicación universitaria, por más de acuerdo que esté con esta?
Me vestí cómodo. ¿Estaríamos sentados? ¿Acostados? ¿Caminaríamos? No sé, las horas pondrán las condiciones. ¡Rápido! Pronto pasarán a recogerme. En una maleta empaco 3 camisetas, 3 pantalones, algo para dormir, una cobija, los implementos de aseo. Pienso que esta Huelga no pasará del fin de semana, el viernes o sábado regreso. ¿Me falta algo? Sí, otra maleta; es indispensable llevar agenda, computador, apuntes para mis compromisos de Práctica, documentos para el Consejo Superior y cosas que me permitan despistar el tiempo.
Desayuné muy poco, para des escalar la alimentación. Aunque, a decir verdad, se me había cerrado el estómago, ¡primer logro! pensé. Llegué a la Universidad pasados los minutos. ¡Ya estaban en el portón! ¿Quiénes? Los y la huelguista, las personas de DD. HH., Comunicaciones, Salud, los profes. Había sonrisas, abrazos, alegría y rebeldía. Por la premura de la situación, asistíamos a un reencuentro afanado después de meses sin vernos en medio de esta eterna cuarentena.
Instalamos la Huelga con el pronunciamiento. Los medios de comunicación asisten a cubrir un acontecimiento que ya advertía su relevancia política en la historia de la Universidad, del Departamento. Cada periodista busca el mejor plano para las tomas y lograr el relato de cinco jóvenes buscando conseguir lo que con cartas, reuniones y plantones no habían podido. Acá estamos, Kathe, Juan Di, Napo, Areiza y yo, en quienes encuentro el profundo amor, valentía y grandeza de quien vela por el bienestar colectivo entregando algo que pueda ceder, en este caso, llevando nuestras vidas al límite…
Las horas se fueron entrelazando las unas con las otras, entre sugerencias del equipo médico, respuestas a periodistas, llamadas y mensajes de apoyo. A las 4 p.m. asistimos al plantón por la Matrícula Cero y apoyo a la Huelga en la entrada de la Universidad, por la carrera primera. Decenas de personas llegaron, habían reemplazado el miedo a la pandemia por la valentía de salir a exigir lo que es justo y es un derecho. Si les soy sincero, me quedo sin palabras al describir aquél efusivo momento.
Tomar la decisión de hacer una Huelga de Hambre no fue fácil, en medio de este plantón queríamos expresarlo a nuestras compañeras y compañeros. “¿Una huelga de hambre en medio del Covid-19?”, era la pregunta recurrente de nuestras familias, equipo médico y docentes. ¿Tenemos otra opción? Vivimos en un país en el que estudiantes y jóvenes quedamos relegados a ser elemento decorativo de muchas políticas gubernamentales, sin posibilidades de construir conjuntamente. Esta huelga de hambre es para levantar una voz de protesta más fuerte, exigir lo que a falta de voluntad nos han negado, es para y responsabilidad de los gobernantes que desde un par de meses nos tienen en vilo la financiación de la matrícula.
Estar en una huelga de hambre despierta una sensibilidad antes desconocida, un estado emocional y mental que se soporta en la fragilidad que provoca cada acto desacertado, por más simple que parezca, de las personas o gobernantes que nos rodean. Nace la capacidad y se percibe la necesidad de comprender al otro(a) desde la humanidad y la empatía, en medio de una sociedad en la que se despierta con mayor facilidad la indiferencia y casi es imposible escucharnos los unos a los otros.
Cada día en Huelga de Hambre es un descubrimiento personal y un entrecruce de emociones casi vertiginoso. La primera noche citamos al gobernador en la Universidad. En su reemplazo llegó Luis Alfredo, el Secretario de Educación, junto a un asesor, quienes nos manifestaron que el gobernador tenía “agenda estrecha” durante la semana. Una respuesta carente de empatía, fría, perpleja… indecente. Al siguiente día, mientras completamos las primeras 24 horas de hambre vimos en la prensa la foto de un desayuno entre el Gobernador y el Ministro de Salud.
También requiere ser conscientes de lo que es llevar la vida al límite, en un acto de dignidad humana misma. El segundo día, desperté en una carpa, me estremeció una leve molestia en el estómago y me conmovió reflexionar sobre las estúpidas lógicas del país en el que nací, en el que jóvenes debemos presionar con nuestra vida el acceso a un derecho que constitucionalmente debe ser garantizado. En la tarde, en reemplazo del alcalde Gorky, hizo presencia Giovanni, su Secretario de Educación. La conversación giraba sobre los mismos compromisos que dos meses atrás habían confirmado, pero no cumplido. Miro a cada huelguista, hay evidente agotamiento, dolor de cabeza y la somnolencia ocupaba nuestros cuerpos. En lo personal, hago esfuerzo para comprender lo que se discutía, ya no era fácil seguir el curso de la conversación, ¿esto es señal de qué?
El tercer día, la hermandad, el amor, la solidaridad y esfuerzo colectivo demuestran la entereza para asumir los momentos de mayor rabia y frustración. Luis Alfredo llega en la tarde. ¿A qué? Él es un elemento decorativo, como lo hemos sido los jóvenes tantas veces. Siempre asiste a las reuniones, sin la facultad de tomar decisiones, por esto rechazamos su presencia y hacemos énfasis en la del gobernador. Transmite el mensaje de que Luis Enrique nos requiere en su despacho, y nos da buñuelos para que no dejemos de comer ¿Qué? No lo puedo creer. Todo el día permanecí con un dolor leve de cabeza, ahora siento un vacío en mi estómago que sube y me presiona el pecho, el cuerpo se me calienta, si me hubiera visto en un espejo, seguramente estaría rojo de la rabia. No era posible semejante burla. En la vida podré olvidar muchos detalles, nunca las emociones que me invadieron aquella tarde; unos buñuelos que sólo quise ver en mi imaginación, pero quedarán para siempre en mi memoria. Nos desconocieron, nos maltrataron, pero, no lograron quitarle el valor que le dábamos a esta Huelga, la cual fortalecen las personas que justo en ese momento estaban por las calles de Santa Inés (barrio universitario de la comuna uno) manifestándose alegremente en un carnaval en apoyo, o quienes por redes sociales asumían como propia.
Lo que en un primer momento produjo rabia, más tarde fue una fusión extravagante de emociones, estaba sensible, sonreía sin fuerza, sentí escalofrío, tenía un nudo en la garganta, hasta que solté la primera lágrima, lloré por un largo rato, para mi sorpresa no paraba de llorar. Ahí estaban y estarán, las manos y las palabras de cada una de las personas con las que hemos tejido procesos de movilización desde hace años atrás. Cada abrazo y lágrima fue un alivio al reconocernos fuertes por el apoyo que entre todas y todos nos ofrecíamos esa tarde.
Todos los días hablábamos como huelguistas, nos contábamos las percepciones, las emociones. Con los días, Napoleón, Kathe y Areiza estaban más relajados para hablar de lo que querían comer una vez saliéramos de la Huelga. Juan Di de vez en cuando hablaba de recetas que quería preparar, un día hasta leímos todo un recetario vegetariano que le habían llevado. Yo era más limitado, no podía pensar en comida. Discutíamos entre huelguistas los avances que se tenía en los diálogos, a veces nos albergaba la rabia por unos funcionarios de escritorio que tramitaban los asuntos como si aguantáramos hambre en sus mismos horarios de oficina. Siempre alguien en medio de su sensatez nos llevaba nuevamente a la tranquilidad.
Cada día recibíamos llamadas de familiares y amigos que con preocupación consultaban por nuestro estado de salud. Hubo días en los que mis padres tenían un tono de incomprensión, tal vez preocupación en su voz, por las horas que pasaban sin resolver nada. Otro día me dejaron más ropa para complementar la que había llevado para 3 días.
Así transcurrieron los once días con sus noches y cada una de sus horas, albergando la incertidumbre y la esperanza. Siempre con la firmeza de aguantar hasta lograr un acuerdo sobre nuestras exigencias, que cada día se postergaba en medio de lo que imaginaba: “no pasaría de ese fin de semana”. Todos los días las 5 personas huelguistas despertamos en el salón en el que nos ubicaron. En medio de un ruidoso “Buenos Días Alegría”, al estilo del reproducido vídeo de un anciano en redes sociales, Areiza nos saludaba desde su colchoneta, nos saludamos, sonreímos y divagamos sobre las horas de hambre. Nos bañamos, vestimos y empezamos a beber la primera botella de suero, lo que en broma reconocíamos como desayuno. Después emitimos un comunicado y el resto del día nos ocupamos en algunas actividades básicas para no gastar mucha energía. Fueron días de convivencia en el que nos conocimos y reconocimos, en medio de la incertidumbre, la alegría, la rebeldía, fuimos tejiendo una relación que nos permitió fortalecernos y cuidarnos.
Cada mañana las personas de Salud llegaban a tomarnos los signos vitales, las odiábamos temporalmente por sus agujas, pero, en ellas tuvimos la confianza para sentirnos cuidados(a). Las personas de DD. HH., Comunicaciones, quienes asumieron logísticamente, los y las profes permanecían al tanto de nuestro estado de salud. Un caluroso saludo, abrazo o mensaje de apoyo fueron los detalles que mayor significado tuvieron en aquellos días. En esas miradas desconcertadas, alegres, resistentes, reconocí como nunca la empatía y la humanidad que una persona le puede ofrecer a otra. Sobre todas las cosas, descubrí que nadie es tan fuerte como se cree, siempre seremos frágiles y en los brazos o en la mano de la persona que esté a nuestro lado encontraremos mayor apoyo y fortaleza, esa es la razón de vivir, construir, tejer colectivamente.
Conscientes del amor por nuestra Universidad, por el cuidado del otro y la confianza en él y la otra, sabiendo que Surcolombiano(a) cuida Surcolombiano(a) dijimos: Hasta la matrícula cero, ya no había vuelta atrás.
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* Estudiante de Ciencia Política de la Universidad Surcolombiana y actual representante ante el Consejo Superior Universitario de esta. Miembro del colectivo ambientalista “Globo Verde”.