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"Che Guevara Muerto". Jhon Berger ante la imagen de una decisión

En 1967 la prensa difundió la fotografía del Che muerto en Bolivia y rodeado por unos atónitos militares. Algo pasó por la cabeza del reconocido crítico de arte Jhon Berger que lo transportó a otras dos imágenes: “La lección de anatomía del Profesor Tulp” de Rembrandt y “Lamentación sobre Cristo muerto” de Mantegna. ¿Qué querían demostrar sus asesinos? ¿Un Guevara exhibido como un criminal? ¿Un Guevara recreado como un Cristo? 

CHE GUEVARA MUERTO 

Por John Berger*. El Martes 10 de octubre de 1967, una fotografía fue transmitida al mundo para probar que Ernesto Guevara había muerto el domingo tras un enfrentamiento entre dos compañías del Ejército Boliviano y una fuerza guerrillera sobre la ribera norte del Río Grande, cerca de una aldea en la selva llamada Higueras. La foto de su cadáver fue tomada en un establo en la pequeña población de Vallegrande. El cuerpo fue puesto en una litera, y ésta, sobre una pileta de cemento.

Durante los dos años precedentes, “Che” Guevara se había vuelto una leyenda. Nadie sabía a ciencia cierta dónde estaba. No había testimonios convincentes de nadie que lo hubiese visto. Su presencia, sin embargo, era constantemente asumida e invocada. Al comienzo de su último comunicado -enviado desde una base guerrillera “en algún lugar del mundo”, a la Organización Tricontinental de Solidaridad en La Habana- se citaba un pasaje de José Martí, el poeta revolucionario cubano del siglo XIX: “Es la hora de los hornos y no ha de verse más que la luz”. Fue como si, en su propia y manifiesta luz, Guevara se hubiera vuelto invisible y a la vez omnipresente.

Fotografía del cuerpo del Che Guevara ampliamente difundida por la prensa internacional

Ahora está muerto. Sus chances de sobrevivir eran inversamente proporcionales a la fuerza de la leyenda. La leyenda, ahora, debía sellarse. “Si Ernesto ‘Che’ Guevara realmente fue abatido en Bolivia, como parece ser probable”, dijo el New York Times, “tanto un hombre como un mito han sido sepultados”.

Nosotros no conocemos las circunstancias de su muerte. Podríamos hacernos alguna idea de la mentalidad de los hombres en cuyas manos cayó, a partir del trato que dieron a su cuerpo tras la muerte. Primero lo ocultaron. Después, lo exhibieron. Luego lo sepultaron en una tumba anónima, en un lugar desconocido. Después lo desenterraron. Más tarde afirmaron haberlo quemado; antes de eso, le cortaron los dedos para su posterior identificación. Esto podría sugerir que tenían serias dudas sobre si era realmente Guevara el que habían matado. También podría sugerir que no tenían ninguna duda, pero temían a su cadáver. Yo me inclino por esto último.
El objetivo de la radiofoto del 10 de octubre fue poner fin a una leyenda. Pero para muchos de los que la vieron, su efecto puede haber sido muy diferente. ¿Cuál es, entonces, su significado? ¿Qué cosa representa con exactitud, y más allá de todo misterio esta fotografía hoy en día? Personalmente, yo nada puedo hacer, excepto analizar cuidadosamente el impacto que tuvo sobre mí.

Existe una semejanza entre esta fotografía y la pintura de Rembrandt La lección de anatomía del Profesor Tulp. El lugar del profesor lo ocupa un coronel boliviano, impecablemente vestido. Las figuras a su derecha observan el cadáver con el mismo interés, intenso pero impersonal, que los doctores ubicados a la derecha del profesor. La misma cantidad de figuras hay en el Rembrandt que en el establo de Vallegrande. El aire de quietud del cadáver y su ubicación respecto a las figuras que se inclinan sobre él, son asimismo muy similares.

“La lección de anatomía del Profesor Tulp”. Rembrandt

Nada de ello debería sorprender, ya que la función de las dos imágenes es la misma: en ambas se muestra un cadáver siendo formal y objetivamente examinado. Más aún, ambas apuntan a hacer de los muertos un ejemplo: en una, para el avance de la medicina; en la otra, como una advertencia política. Existen miles de fotografías de muertos y de víctimas de masacres, pero en raras ocasiones se trata de una demostración formal. El Doctor Tulp está mostrando como ejemplo los ligamentos del brazo del cadáver, y lo que él dice es aplicable al brazo de cualquier hombre normal. El coronel está mostrando como ejemplo el destino final -decretado por la “divina providencia”- de un reconocido líder guerrillero, y lo que dice apunta a hacerse extensible a todos y cada uno de los guerrilleros del continente.

Recordé también otra imagen: la pintura de Cristo muerto de Mantegna, actualmente en la Pinacoteca Brera de Milán.

“Lamentación sobre Cristo muerto”. Andrea Mantegna

El cuerpo se ve desde la misma altura. Las manos están en idéntica posición, los dedos curvados en el mismo gesto. El paño sobre la parte baja del cuerpo está arrugado y dispuesto de la misma manera que los pantalones verde oliva, manchados de sangre y desabrochados, de Guevara. La cabeza se levanta en un mismo ángulo. La boca se ve igual de floja y carente de expresión. Los ojos de Cristo han sido cerrados, y junto a él hay dos dolientes. Los ojos de Guevara están abiertos, porque no hay dolientes: sólo el coronel, un agente de inteligencia norteamericano, un grupo de soldados bolivianos y treinta periodistas. Una vez más, la similitud no debe sorprender. No hay tantas formas de exhibir a un criminal muerto.

Sin embargo, en esta ocasión la semejanza va más allá de lo meramente gestual o funcional. Los sentimientos que me produjo esta foto en la primera plana del diario vespertino en la tarde del miércoles, fueron muy cercanos a lo que -no sin cierta imaginación histórica- yo había asumido como la reacción que un creyente de la época tendría frente al cuadro de Mantegna. Comparativamente, el poder de una fotografía es de menor duración. Cuando hoy miro la foto, sólo puedo reconstruir mis primeras emociones incoherentes.

Guevara no era ningún Cristo. Si vuelvo a ver el Mantegna en Milán veré en él el cuerpo de Guevara. Pero esto es sólo porque en algunos casos extraños, la tragedia de la muerte de un hombre completa y ejemplifica el sentido de toda su vida. Soy extremadamente consciente de eso respecto de Guevara, y algunos pintores también fueron una vez conscientes de ello respecto de Cristo. Tal es el grado de correspondencia emocional.

El error de muchos comentaristas de la muerte de Guevara ha sido suponer que él representaba sólo su capacidad militar o una determinada estrategia revolucionaria. Así, sólo pueden hablar de un revés o de una derrota. Yo no estoy en posición de calcular la pérdida que la muerte de Guevara pudo significar para los movimientos revolucionarios de Sudamérica. Pero lo cierto es que Guevara representó, y representará, mucho más que los pormenores de su proyecto. Él representó una decisión, una conclusión.

Guevara descubrió que la condición del mundo tal cual es, resulta intolerable. Ésta, sin embargo, sólo recientemente se ha manifestado como tal. Las condiciones bajo las cuales vivían dos tercios de la población mundial eran las mismas entonces que ahora. El grado de explotación y esclavitud era también enorme. El sufrimiento involucrado era igual de intenso y de extendido. El desperdicio de recursos era asimismo gigantesco. Pero nada de esto resultaba intolerable, porque se ignoraba la dimensión real de la verdad sobre esta condición, incluso para aquellos que la sufrían. Las verdades no son siempre evidentes en las circunstancias a las que se refieren: ellas nacen – a veces, demasiado tarde. Esta verdad, en particular, nació con las luchas y las guerras de liberación nacional. A la luz de esa naciente verdad, el significado del imperialismo cambió.

Sus exigencias serían vistas de otra manera. Si antes había demandado materias primas baratas, mano de obra explotada y un mercado mundial controlado, hoy exige además una humanidad que no cuente en absoluto.

Guevara presintió su propia muerte en la lucha revolucionaria contra este imperialismo. “En cualquier lugar que nos sorprenda la muerte, bienvenida sea, siempre que ese, nuestro grito de guerra, haya llegado hasta un oído receptivo, y otra mano se tienda para empuñar nuestras armas, y otros hombres se apresten a entonar los cantos luctuosos con tableteo de ametralladoras y nuevos gritos de guerra y de victoria”.

Su muerte vislumbrada le proporcionó la medida de lo intolerable que hubiera sido su vida de haber aceptado la intolerable condición del mundo tal cual es. Su muerte vislumbrada le dio una idea de la necesidad de cambiar ese mundo. Fue por esa licencia otorgada por el presentimiento de su propia muerte, que pudo vivir con el orgullo que hace falta para ser un hombre.

Ante la noticia de la muerte de Guevara, escuché a alguien decir: “Él fue el símbolo mundial de las posibilidades de un solo hombre”. ¿Por qué es cierto eso? Porque él reconoció lo que era intolerable para cualquier hombre, y actuó en consecuencia.

La dimensión bajo la cual Guevara había vivido, se volvió repentinamente una unidad que llenó el mundo y extinguió su propia vida. Su muerte presentida se volvió real. La foto habla de esa realidad. Ya no existen las opciones. En su lugar hay sangre, el olor a formol, las heridas desatendidas en el cuerpo sin lavar, las moscas, los pantalones desaliñados: los pequeños detalles privados del cuerpo se han vuelto en la muerte, tan públicos e impersonales y rotos como una ciudad arrasada.

Guevara murió rodeado por sus enemigos. Lo que ellos le hicieron mientras vivía fue probablemente consistente con lo que le hicieron después de muerto. En sus últimos momentos no tuvo nada que lo sostuviera, excepto sus propias decisiones previas. El ciclo, así, se cerraba. Sería una vulgar impertinencia pretender algún conocimiento de su experiencia de ese instante o esa eternidad. Su cuerpo sin vida, tal como se ve en la foto, es el único reporte que tenemos. Sí tenemos derecho, en cambio, a deducir la lógica de lo que ocurre en el momento en que el ciclo se cierra. La verdad fluye en dirección opuesta. La muerte vislumbrada por Guevara ya no mide la necesidad de cambiar la intolerable condición del mundo.

Consciente ya de su muerte real, él encuentra en su vida la medida que lo justifica, y el mundo-como-su-experiencia se hace tolerable.
El presentimiento de esta lógica final forma parte de lo que habilita a un hombre o a un pueblo a luchar en desventaja contra situaciones que lo sobrepasan. Esto forma parte del secreto del factor moral, que cuenta como tres a uno frente al poder de las armas.

La fotografía muestra un instante: aquel en que el cuerpo de Guevara, preservado artificialmente, se ha convertido en un mero objeto de demostración. En ello descansa su horror inicial. Pero ¿qué es lo que se intenta demostrar? ¿Acaso ese mismo horror? No. Se trata de probar, en el propio momento del horror, la identidad de Guevara y -supuestamente- el carácter absurdo de la revolución.

Pero, en virtud de ese mismo propósito, el instante se ve trascendido. La vida de Guevara y la idea o el hecho de la revolución, inmediatamente invocan procesos que precedieron a ese instante y que hoy continúan. Hipotéticamente, la única manera en la cual el propósito de quienes armaron y autorizaron esta fotografía podría haber sido logrado, era preservar artificialmente, en ese instante, el estado total del mundo tal como era; esto es, detener la vida. Sólo de esa manera hubiera podido negarse el contenido del ejemplo vivo de Guevara. Así, o bien la fotografía no significa nada porque el espectador no tiene la menor idea de lo que ella implica, o bien su significado rechaza (o cualifica) aquello que demuestra.

He comparado esta foto con dos pinturas porque las pinturas anteriores a la invención de la fotografía son nuestra única evidencia visual de cómo las personas veían lo que veían. Pero en su efecto, la fotografía es profundamente diferente de una pintura. Una pintura   -al menos una que logra su cometido- se pone de acuerdo con los procesos invocados por su tema. Sugiere, incluso, una determinada actitud hacia esos procesos. Podemos mirar un cuadro como algo casi completo en sí mismo.

Frente a esta fotografía, en cambio, nos vemos obligados, o bien a descartarla por completo, o bien a completar su significado por nuestra cuenta. En cualquier caso es una imagen que, tanto como cualquier imagen muda podrá jamás hacerlo, nos convoca a una decisión.

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* John Berger fue escritor, crítico de arte y pintor. Falleció el 2 de enero de este año. El artículo que presentamos fue tomado de https://zonaexperimentaldefotografia.wordpress.com. Traducción de Diego Fernando Guerra. Incluido por primera vez en forma de libro en The Moment of Cubism and Other Essays, Weidenfeld & Nicolson, Londres, 1969.