El tres de agosto será recordado como el peor regreso del público a las tribunas, o al menos será así para Colombia. Las escenas de terror que se vivieron en el estadio El Campín nos hacen hablar de nuevo sobre fútbol, barras y violencia. Vuelve el espectáculo deportivo y con él las expresiones más nefastas de la convivencia en el fútbol, ¿por qué el balón pie es un fenómeno de pasión y violencia? ¿Cómo leen desde la institucionalidad estos hechos? A continuación, las letras de Jorge Vélez
Las brutales imágenes que se difundieron el día de antier en medio del partido entre Independiente Santa Fe y Atlético Nacional dieron la vuelta al país. Tras 513 días sin público en las tribunas de El Campín, el tan esperado retorno de las hinchadas al máximo escenario de los capitalinos no será recordado por el marcador final, sino por la desigual refriega que se dio en las tribunas.
Los hechos
En la noche del miércoles se disputaba el partido entre Independiente Santa Fe y Atlético Nacional. Sobre la tribuna norte se ubicaron hinchas de entorno familiar, tanto de Santa Fe como de Nacional. Allí se encontraban madres e hijos con los colores de sus equipos representativos. Finalizado el primer tiempo, y desconociendo qué pudo provocar los primeros insultos entre los hinchas, quienes estaban situados en la parcial roja, se desplazaron hacía la las gradas de los hinchas verdes y los acorralaron con actitud de pelea. Algunos funcionarios de alcaldía los intentaron contener.
Mientras sucedía esto, sobre la tribuna oriental norte se encontraba un gran número de hinchas verdes, incluyendo las filiales de la barra Los Del Sur, que, al percatarse de lo que sucedía en la parte alta, subieron a la tribuna a “defender” a los pocos hinchas que estaban siendo hostigados. En ese momento, desde el otro extremo del estadio, miembros de la Guardia Albi-Roja Sur atravesaron el campo de juego para proteger a los pocos hinchas de Santa Fe que permanecían en las gradas. Todo terminó en un acalorado enfrentamiento entre ambas barras al nivel de la cancha.
Lo sucedido podría resumirse a un circulo vicioso de enfrentamientos entre unos y otros, que, aunque extraño por la cercanía de los Los Del Sur con la Guardia Albi-Roja, demuestra que la falta de solidaridad de algunos hinchas puede generarse una escalada de violencia de manera fortuita.
Enemigos virtuales
Pero, lo que pudo ser una serie de coincidencias, malos entendidos, una mala planeación de seguridad o unas acciones de intolerancia (de por sí ya graves), tomó otro rumbo ante la brutal agresión que sufrió un hincha de Santa Fe a manos de cuatro hinchas de Nacional. Este intento de asesinato nos devuelve una serie de preguntas sobre lo que pasó y llevó a estos niveles de violencia. ¿Realmente esta agresión tiene un vínculo directo con lo que ocurrió antes en el partido? ¿Patear repetidamente la cabeza de un sujeto que está desmayado en el suelo puede leerse como un acto de defensa o justicia, o, por el contrario, la escaramuza de agresiones se convirtió en una disculpa para que un grupo especifico de personas ejercieran violencia al cuerpo de un enemigo virtual?
Y hablo de un enemigo virtual porque en el fondo el color de la camiseta del agredido es irrelevante. No importa si es azul, roja, verde o lleva el mismo escudo; todo se reduce a la construcción de un enemigo que encarna una otredad, representada desde lo simbólico, la afinidad, la idiosincrasia, el honor o la pertenencia de grupo. No son extraños los casos de violencia alrededor del fútbol entre barras de un mismo equipo, entre miembros de una misma barra o integrantes de un mismo combo. También se asumen conductas violentas activas o reactivas bajo el mismo color de la camiseta, por lo que estos actos violentos deben superar la idea de la defensa de un equipo o el sacrificio entre barras.
Sin embargo, este tipo de situaciones tienen análisis ligeros que explican lo sucedido como un mero reflejo de lo que somos como sociedad. Si bien dicha premisa es parcialmente cierta, también se debe matizar. La violencia en el fútbol tiene relación directa con las condiciones de posibilidad, materiales y simbólicas, de los individuos tanto dentro de las barras, como por fuera de las mismas. De esta manera, aunque sus condiciones económicas y socioculturales nos ofrecen pistas sobre estos comportamientos, es importante realizar valoraciones desde la agencia del sujeto, individuos capaces de tomar sus propias decisiones y dimensionar sus consecuencias.
La violencia y los micrófonos del poder
Los ejercicios de violencia no son necesariamente un proceso lineal, binario o equilibrado. Para nuestro caso, resulta irrelevante conocer quien inició las agresiones, cuando hay un herido con trauma craneoencefálico y una fractura de nariz. No obstante, sí es relevante entender cómo se produjeron los hechos, quiénes y cómo participaron, qué pasará con los otros tres agresores de Edison Ducuara y conocer si existieron otros ejercicios de violencia de gravedad. La violencia en el fútbol debe dejar de ser un asunto anecdótico, y contrario a lo que dicen los micrófonos oficiales del fútbol colombiano en cabeza de Carlos Antonio Vélez, el show bajo estas condiciones no debe continuar. El color de la camiseta o el escudo se diluyen cuando la violencia es el medio y el fin.
Sólo un día después de lo acontecido en el Campín, hinchas de Santa Fe atacaron con machetes el equipo de boxeo de Risaralda, compuesto por niños y jóvenes de entre 12 y 15 años, con la excusa de confundirlos con hinchas de Nacional por el color de sus camisetas. Los hinchas cardenales despojaron de sus pertenencias a los menores de edad, dejando algunos heridos por los machetazos propinados en cabeza y piernas. Este círculo de agresiones y violencia que se vive en Bogotá no puede convertirse en un círculo de justificaciones. Las barras deben responder institucional y socialmente por lo que sucedió, pero también se deben sentar precedentes que permitan analizar y sancionar los hechos.
Sin embargo, también es necesario sancionar socialmente a las voces que resuenan en los canales oficiales del fútbol en el país, pues fungen como legitimadores de la represión. Su interés es que el fútbol nunca pare, sin importar el contexto o la situación adversa. De eso también fuimos testigos durante el Paro Nacional. Así pues, parece que lo primordial para estos señores de corbata y frak es el statu quo de sus apoltronados asientos, siendo irrelevante lo que pase o deje de pasar con quienes pone los muertos, los de abajo.
Y para la muestra, la simpleza analítica de Vélez le permite criticar los graves hechos asociándolos a las primeras líneas conformadas durante el paro nacional. Su miopía le alcanza para decir que la violencia en los estadios y en la protesta social es la mismo. Legitima el actuar de la Policía con el argumento de neutralizar, como él dice, a una sociedad enferma, desenmascarando una visión del fútbol profundamente esencialista y clasista.
A través de las voces de estos hombre, blancos y de clase alta se reproducen las consignas policivas, autoritarias y déspotas que legitiman la violencia del Estado. Ante esto, como sociedad deberíamos limitar su capacidad de alcance, a pesar de que hagan parte de los grandes medios de comunicación. Lo sabemos; el fútbol y su negocio realmente no se verán afectados por lo sucedido, por el contrario, lo poco o mucho que hacen las barras sociales y populares del país, como lo alcanzado durante el Paro Nacional, será señalado y borrado del mapa de las conquistas sociales.
En conclusión, este suceso genera un retroceso en cuanto al estigma de las barras y las hinchadas del fútbol en general, que, ahora, termina por manifestarse en un regionalismo pasivo que espera a la catástrofe para destilar odio sobre equipos, colores o regiones.
Terminó un partido con un marcador irrelevante y manchado de sangre. Esa saña y capacidad de querer matar al otro supera el color de una camiseta.