Débora Arango, en el aniversario de su nacimiento

El 11 de noviembre de 1907 nace en Medellín Débora Arango. Con sus desnudos, retratos de políticos como animales y uso de símbolos religiosos vendría a transgredir las “buenas costumbres” para revolucionar todos los cánones a los que se veía sometida como artista, como antioqueña y especialmente como mujer. 

Por: Manuela Vives. A principios del siglo XX el desarrollo industrial, económico y cultural se apoderaba poco a poco de la ciudad de Medellín. La llegada de las industrias textiles, la expansión de los barrios habitados por obreros que venían de los pueblos aledaños a trabajar en las nacientes empresas y la expansión arquitectónica de la ciudad constituyeron el contexto que hizo de Débora Arango la mujer que cambió la historia del arte antioqueño.

La envigadeña, nacida en 1907, fue testiga de las transformaciones sociales que vivió Medellín en las primeras décadas del siglo XX. Una Medellín que se movía entre la profunda devoción al catolicismo y la vida nocturna de prostíbulos atestados, habitados por los mismos que de camándula en mano defendían las “buenas costumbres” de la sociedad antioqueña. Este panorama marcó profundamente la mirada de Arango, quien a diferencia de las mujeres de su época, que solo tenían permitida la pintura de naturalezas muertas y retratos, se rebeló contra una sociedad patriarcal e hipócrita, haciendo de sus obras un medio para la denuncia de la injusticia, de la doble moral, del descaro político y de la indiferencia de una sociedad que de dientes para afuera se mostraba como ejemplar pero que por dentro estaba siendo carcomida por la corrupción y el egoísmo.

Hablar de Débora Arango es hablar, necesariamente, de la revolución femenina. La pintora desafió las leyes artísticas y culturales de su época, no sólo por atreverse a representar en sus obras los desnudos femeninos sino por lo que esos desnudos denunciaban. Contar a través de las imágenes las historias de prostitutas, monjas, mujeres de la calle, madres, entre otras, rompió con el mandato de lo que podía narrarse y lo que no.

La representación de la justicia como una mujer de cuerpo voluptuoso sometida al asedio de los hombres y al manoseo sin vergüenza, no fue solo la declaración de una mujer incómoda con la sociedad que establecía para las mujeres unos roles determinados que la condenaban a mantener un sistema social patriarcal, sino también  la denuncia de una sociedad corrupta desde sus cimientos, una sociedad que objetualiza sus principios y los vende al mejor postor a cambio de un poco de bienestar inmediato.

En definitiva, Débora Arango abrió una puerta no solo en la representación de las mujeres en el arte antioqueño sino también en la denuncia, demostrando que el fin del arte tiene un sentido que va mucho más allá de la mera decoración, que trasciende el lugar de la belleza para instalarse como un arma poderosa de expresión, de señalamiento, de descontento y de transformación. Las obras de Débora Arango se constituyeron como un espejo que mostró a la sociedad antioqueña todo aquello que siempre se había guardado bajo el tapete pero que estaba profundamente arraigado al imaginario social. El uso de los símbolos sacros y religiosos rompió con la hegemonía de la obediencia, aquella que obligaba a las mujeres a aceptar pasivamente lo que les fuera dado sin cuestionar nada, sin mirar críticamente el mundo, sin sentar una postura. Y fue precisamente el uso de estos símbolos lo que le costó la censura y el rechazo social, pues la sociedad al sentirse expuesta en su doble moral, al no poder soportar ver en las obras de Arango el reflejo de una verdad cruda e incómoda, sintió como una afrenta lo que consideraban la profanación de lo más importante, a saber, la religión y el Estado.

El cuestionamiento de estas dos instituciones es lo que da a Débora Arango ese sentido irreverente y transformador que partió en dos la historia de las mujeres en el arte en Colombia, pues más allá de la representación gráfica de los cuerpos desnudos, lo que Arango hizo fue cuestionar lo incuestionable, decir lo indecible, resistir lo irresistible.

La vida y obra de Débora Arango debe ser hoy ejemplo para las mujeres colombianas, debe ser un recordatorio constante de la importancia de revisarnos como sociedad, de no callar ante la injusticia, de alzar nuestras voces cuando sea necesario. Que la obra de Arango siga siendo un tábano que nos invite a mirar críticamente el mundo que nos rodea y a proponer, desde nuestra particularidad, acciones que contribuyan a los cambios que nuestra sociedad reclama a gritos.

 

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