Por Daniel Mendez*. Toda la rutina comienza a las 4:30 de la mañana, cuando Juan debe levantarse para el trabajo, tomar una improvisada ducha con agua y balde, beber el café que su compañera ha preparado, y salir inmediatamente a tomar uno de los nodos de transporte público que lo llevará al edificio de ingenieros donde trabaja como vigilante, al otro extremo de la ciudad. Juan se encuentra preocupado, no sólo por las últimas noticias de atracos a mano armada o por las riñas entre bandas que ocurren día a día a pocas cuadras de su barrio y que los noticieros no paran de mostrar en su habitual batalla sensacionalista. Lo que hoy tiene intranquilo a Juan es que en cuestión de días termina su contrato que había logrado hace un año por prestación de servicios y pese a los horarios de 12 horas, los malos tratos que recibe por parte de sus jefes y el bajo sueldo; al menos puede asegurar un plato de comida una vez al día para él y el resto de su familia.
En otra latitud de la ciudad se comenta de una noticia que escasamente muestran los informativos privados. Advierten de los 28 líderes sociales asesinados, varios de ellos en pueblos del Cauca. Hombres vestidos de negro caminan de rancho en rancho advirtiendo y amedrentando a los campesinos para que dejen de oponerse a la llegada de la minería. De ésta situación vociferan burócratas y ministros que repiten sin alguna vergüenza que los paramilitares son otro mito de pueblo como el Mohán o la Patasola. Llegan a asegurar sin escrúpulos que sólo se trata de otra paranoia comunista, de las que gritan los uribistas al predicar que se acaba la familia, que a sus puertas ha llegado la amenaza atea homosexual castroobamachavistasantista.
Isola acaba de salir del trabajo. Agitada y con el cansancio a cuestas, la joven madre debe pasar a visitar a su hija e inmediatamente salir a la universidad. De su rutina diaria, odia su paso obligado por la quinta avenida en horas de la noche, más que la soledad o el camino oscuro; ella teme a los repetidos desmanes y comentarios salidos de tono de los hombres, hombres y animales que toman por excusa el pasar de su belleza. Odia sentirse vulnerable e insegura en cada momento, no es para menos, dos mujeres son asesinadas a diario, muchas a cargo de sus parejas y exparejas, otras veces por la mala yerba de un extraño.
En pleno centro, María debe salir corriendo al ver cada vez más cerca a los funcionarios de la alcaldía acompañados de una veintena de uniformados. Es semana santa y queda mal visto exhibir de tal modo la pobreza y los altos índices de desempleo e informalidad. María angustiada empieza a empacar las frutas y los dulces, hasta que siente un fuerte agarrón en su brazo que la arroja hacia el concreto. Con tristeza y desolación observa cómo los agentes se llevan en cuestión de minutos el fruto de un día de su esfuerzo. Pero a criterio del gobierno ella es la culpable, pues su conducta no es permisible en el nuevo código de policía.
En la televisión muestran la captura de Mateo y Milena. Aunque la distancia los separe, medios de comunicación los vinculan como agitadores y colaboradores de la guerrilla, pese a que el primero sea animalista y estudiante; y la segunda una lideresa popular muy reconocida. Cuesta creerlo, pero en realidad se les acusa de organizar y salir a marchar. Esto demuestra que muchos medios optan por mentir y mantener al público exaltado, sembrándole la semilla del escarnio público y el miedo.
Alberto se encuentra ahora ensimismado, lo que recibe no le alcanza para estudiar y mantenerse al ritmo de la urbe, a pesar de estar rodeado por gente en los recesos y en las clases, la competencia en la academia lo destruye. Debe tragar cada percance en soledad, aunque a veces no tenga ni siquiera para tragar.
A Ismael lo invaden las preocupaciones, hace más de un año que no encuentra un trabajo fijo. Prefiere buscar cualquier oficio en la pequeña ciudad donde vive; a tener que regresar a la capital con el rabo entre patas, una extraña ironía para quien busca el boleto del progreso. Mientras pasa por la puerta, se cruza la mirada con Juan que le pregunta hacia dónde se dirige. El responde: “vengo a la entrevista para la vacante”. Juan recuerda que pronto su puesto va a estar vacante. Ahora lo mira con recelo, aprieta el botón para abrir la compuerta y lo anuncia en la oficina de recursos, recursos humanos, recursos con tiempo de caducidad y que pueden desecharse.
Doña Gloria escucha atentamente el discurso del pastor, mientras éste en tono de mando grita los tormentos del infierno y les recuerda a sus feligreses que es tiempo de pasar cartera. Alerta sobre el peligro que corren los niños por la influencia de la ciencia y los pecados del laicismo, infunde terror por los comunistas que roban infantes, para luego volverlos ateos y homosexuales. Finalmente les indica no olvidar de cancelar su diezmo luego de que acabe la ceremonia. Doña Gloria, fanática de tales sermones, pretende aconsejar a su hija Isola cada vez pasa por su casa a recoger a su primogénita. A punta de reproches Doña Gloria le advierte a su hija la premura que tiene por verla organizada en un hogar, al lado de un padre macho reprimido y ella de mujer sirvienta como madre de casa. Indignada Isola arroja la puerta de facto y toma a la niña en brazos; es lo último que necesitaba escuchar antes de tomar el bus y regresar de nuevo a su casa.
“¡Me hacen falta 30 años de experiencia, debí haberme graduado del colegio de su madre cuando mi mama todavía me tenía en panza, negrero hijue…!”, Juan sale de su turno y se rompe de la risa al oír tal grito de Ismael al salir de la entrevista de trabajo. “Ahora imagínese aguantarse al negrero y a la madre por un año entero 24 horas seguidas” dice Juan en tono jocoso. Ambos se parten de la risa, Ismael lo invita un tinto para conversar a la vuelta de la esquina, la ciudad no les ha quitado la charla y la decencia, desahogan un poco de suerte en esta vida. Ismael se pregunta si es que no hay forma de echar atrás su mala racha y Juan mientras escucha no puede olvidarse de María y de su hijo Alberto que, por encima de todo, logró alcanzar una beca y ahora estudia en la universidad pública más prestigiosa de la gran capital.
Ismael le augura una mejor suerte que la que él ha tenido que sobrellevar. En un ambiente de vaga confianza, Juan le habla un poco de su esposa, en cómo llegaron hace más de 5 años a esta pequeña ciudad por culpa de los hombres de capucha y ropa negra que tanto la radio nombra. En ese instante Ismael recuerda los ojos de su compañera Isola y los problemas que ella calla pero que su mirada de preocupación siempre la delata. La radio de doña Sonia, la del tinto, anuncia que los muertos ahora ascienden a 29, ambos se comprometen a un nuevo encuentro, pagan lo servido y cada uno toma el transporte hacia su morada. Doña Sonia aburrida de tanto miedo y pesimismo apaga la radio, cierra el chuzo y también va de regreso hacia su casa.
¿Una causa?, ¿Un posible desenlace?
En la ciudad caben muchas historias y personas, pero saltándonos un poco del problema de clase, o más bien, ahondarlo un poco en otra perspectiva, existen varios elementos comunes que son transversales al diario vivir en una ciudad capitalista. Un estilo de vida basado en la urgencia, la inseguridad, en lo extraño, en el dolor y el miedo, siempre es una incertidumbre de no saber de lo que prepara el mañana. Un estilo de vida que encarna la naturaleza del modelo económico y lo inhumano del neoliberalismo. Un sistema que funciona bajo la coerción y el miedo, principalmente bajo el miedo.
Frente a este problema, que sin olvidarnos de lo físico y de lo palpable, se le debe incluir un trasfondo a una realidad emocional y en el campo de lo subjetivo. Es un frente que debemos conquistar a diario en nosotros mismas/os y con nuestros compañeros/as y vecinos. ¿Cuál es el papel que juega entonces la organización popular en este aspecto?
Las formas en las que el miedo se hace efectivo se presenta de distintas formas, algunas explicitas como lo que viene ocurriendo con el asesinato sistemático de líderes sociales y los montajes judiciales. Otras aunque implícitas, no dejan de tener efecto en quien las vive, el sentimiento de vulnerabilidad y el miedo de estar en nuestros barrios. La violación, el hurto y el asesinato son elementos que se vuelven comunes a nuestra manera vivir, un estilo de vida que pide a gritos protección de un padre, sea celestial o estatal, que nos proteja del peligro, incluso sin pensar que éste padre más que un salvador, es cómplice o artífice de las raíces del problema.
Por tanto una organización de talante popular, en su forma de hacer real la política, debe enfrentar desde el fondo y poco a poco las raíces del problema. Para romper la soledad hay que trascender la individualidad, la organización debe hacerle saber a cada persona miembro y en cada persona en la que incide, que ella no se encuentra sola, que al igual que muchos, comparte sus dolencias y problemas y estos también pueden superarse en compañía, sin asumir otras cargas que sean ajenas pero si aligerándolas para poder sobreponerlas.
La solidaridad en el pueblo ayuda siempre a enfrentar el miedo, ya sea disipando paranoias creadas desde arriba y atacando a las que verdaderamente corresponde. Ejemplos varios tenemos: mujeres que se organizan para atacar y defenderse de los desmanes del patriarcado y el machismo, al tiempo que ayudan a otras mujeres y otros hombres a crear formas de relación más equitativas.
Organizaciones barriales que ante el problema del desabastecimiento, hacen ollas y cocinas colectivas para saciar el hambre de sus habitantes de la mejor manera posible. Agrupaciones de estudiantes que se reúnen a través de grupos de estudio, para reforzar sus conocimientos mutuamente, y de paso colaborarse de quien más lo necesite. Organizaciones de trabajadores que defienden conjuntamente sus derechos y que a la vez defienden al trabajador informal, no sólo denunciando hechos, también adelantando acciones que impidan el atropello por parte de la fuerza pública.
La realidad se muestra fragmentada y es nuestro papel juntarla. No sólo son discursos ni palabras amigables, muchas veces tenemos que escuchar y saber escuchar, algo que se nos pasa muchas veces pero tiene su razón en una matriz de vida que no permite la libre expresión, la opinión divergente y el desahogo. No se trata de caer en amiguismos, pues eso hace que se pierda el trasfondo político de lo que hacemos; se trata de romper con antivalores y emociones que nos infunde el capitalismo: miedo, fugacidad, soledad, ignorancia, egoísmo, autoritarismo, dependencia, tristeza aislamiento, inseguridad, etc. Pero por sobre todo romper con ese canibalismo pretencioso al que nos ha sometido el valor de la competencia. Ante esto debemos proponer: Amor, solidaridad, aprendizaje, compañerismo, democracia, fraternidad, sororidad, permanencia, autosuficiencia y quizá el que nos mantiene siempre unidos, la alegría popular. Alegría llevada por medio de los cantos, juegos, historias, murgas y leyendas que se pasan entre madre e hija, compañera a compañero, de colega de trabajo a vecino, de ciudadana a ciudadano.
Finalmente recalcar, que es el pueblo el que cuida al pueblo, el pueblo el que trabaja y por tanto debe ser el que de su fruto disfrute. A ustedes, a los detenidos, a los desaparecidos, a los que viven con temor de luchar y vivir en las calles, a la gente de los barrios, a los que nacimos con el estigma de ser excluidos. A las madres, a los damnificados, a los jóvenes, a los campesinos, a los trabajadores formales e informales, a las niñas y a los niños, a los estudiantes, a los habitantes de la calle. A los indígenas, a nuestros alegres compañeros negros, a los mestizos y a los que no tenemos más raíces que las que crecen en el cemento. A mis compañeras, a mis compañeros, a la persona que me inspira en este artículo. Recuerden que todos nosotros nunca estamos solos, y como pueblo es nuestro sentir el querer organizarnos.
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*Daniel Mendez es ingeniero electrónico y comunicador popular. Integrante de los Procesos Urbanos del Congreso de los Pueblos en Popayán (Cauca).