Las últimas elecciones locales demostraron un boom de candidatos y candidatas que ofrecían una “alternativa” en el “centro” político. Algunos de estos, con éxito, asumieron la dirección de ciudades centrales en el país. Es el caso de Daniel Quintero, el mismo alcalde de Medellín que decidió dar entrada libre al Esmad en las universidades y hoy discute la posibilidad de destruir los campus universitarios tal y como los conocemos. Aquí una carta abierta al alcalde más “progre” del país. [Foto de portada: diseños de Puro Veneno].
Señor Daniel Quintero:
Me dirijo a usted, fiel encarnación de la crisis ética y política del país.
Hoy 20 de febrero del 2020, día en que usted, otro de los decepcionantes “independientes”, muestra con quiénes se compromete a la hora de gobernar —evidentemente, no con quienes fuimos sus votantes… mea culpa, mea culpa, mea culpa… nos dijimos que “¡era el mal menor!”, así de mal está todo— es importante explicarle por qué es una barbaridad lo que ha hecho. Por qué está mal que viole a la universidad con la violencia de los esbirros del orden por el orden, que quiera combatir una manifestación violenta. Que vuelva inseguro el único lugar donde tenemos el privilegio —y no debería serlo— de refugiarnos de la violencia de una sociedad podrida por la muerte.
¿Le preocupa la violencia?, ¿le preocupa el terror? ¿Se da cuenta de que le escandalizan más unos explosivos artesanales que el asesinato de un joven de 15 años esta semana en San Javier? Esto pasó un par de horas antes del asesinato de un hombre de 30, aparentemente por cruzar una frontera trazada por los violentos que ostentan el poder y que también tienen explosivos. Señor alcalde, ¿por qué no les manda al valiente y heroico ESMAD? Esto en medio de las guerras que no son capaces de detener con todas sus operaciones y que parecen acolitar de Orión hacia acá. Nada más por dar un somero ejemplo. Mientras desenvuelve su show, a nadie le queda duda de que Medellín está repartida en feudos, en fiel y terrible representación del orden en Colombia. Solo se le pide a los respectivos señores que mantengan el control y garanticen cierta seguridad —nunca se fue aquello de la donbernabilidad, con sus respectivos cambios de apelativo—. Incluso permiten que se peleen insignificantes fronteras de sus territorios, pues al fin y al cabo no amenazan el orden institucional, no importa mucho a quién se lleven por delante. La ideología de mantener en orden el negocio (o la vuelta) es la misma y todo está bien mientras se mantenga la apariencia de orden para mostrar, ¿no? Lo que importa es que aquí los muertos no hacen tanto ruido como las papas bomba.
Compañero, —su sonrisa abierta significa que le puedo llamar así, ¿cierto?— hablemos de la universidad pública. A muchas personas les suena a simple egocentrismo aquello de que es difícil comprenderla si no se la ha habitado. Allí se da algo único que parece no darse en las privadas, instituciones de gran calidad académica, sin duda, pero donde tanto los fines como la composición humana varían significativamente.
Se trata de que, quizás debido a las condiciones materiales de muchos de los que llegamos a ella —por mérito y no por privilegio—, realmente la sentimos como una segunda casa. Uno resulta amando cada espacio de la universidad pública. En la universidad pública se come, se duerme, se hacen amigos, se conversa, se comparten ideas, se debate, se hace pereza, se vive, se ama; pero también pasa que uno se ve confrontado y se siente incómodo: ese es el aprendizaje que más cuenta. Uno se encuentra con personas de todas partes y siente que tiene un deber con la universidad, que no es simplemente un usuario o un cliente. Uno se siente seguro, seguro como no se siente en su otra casa donde la muerte espera en cualquier esquina.
¡Y claro que estudiamos! ¿Vos lo sabés, no? Siempre presumiste de que venías desde abajo. Estudiamos entre todo lo demás porque quienes crecimos en las barriadas sabemos que solo podemos estudiar en la universidad pública, que ella es nuestra esperanza y nuestro lugar. Y no se trata solo de las condiciones materiales. No me refiero solamente a la incapacidad de pagar una universidad privada; algunos nos ganamos becas estatales que nos permitirían estudiar en cualquier universidad, y aún así la buscamos a ella. Se trata de que cuando uno ha crecido viéndole la cara poco amable a este país, le cuesta encerrarse en una burbuja bonita, llena de futuro y de salvación individual. Se trata de que solo la universidad tiene ese ambiente, ese espíritu de creer en que la educación, las ciencias y las artes son la solución —o al menos una gran parte— a los problemas del país; y de pensar que nosotros podemos ser los protagonistas de esa solución, no solo los que siempre han protagonizado el problema. Compañero Quintero, ¿en qué clase te enseñaron que los problemas de esta sociedad se solucionaban con pie de fuerza? Así los vienen “solucionando” hace décadas, ¿siglos? Y nada. Y uno cree en eso de la educación, en eso que creías hace unos meses, porque ve crecer a sus compañeros y llega a creer que esto tiene arreglo. Una ingenuidad. Pero así es la universidad pública, es la utopía que aloja utopías.
¿Creés que vas a solucionar el tropel con un grupo de robots desalmados que entran rompiéndolo todo, que interrumpen toda la existencia universitaria?
Uno aprende a convivir con la manifestación violenta llamada “tropel”, aunque no este de acuerdo con ella, porque uno conoce peores violencias. Por ejemplo, la de hoy protagonizada por el ESMAD. Ese cuerpo brutal liderado tras bambalinas por vos, el hombre fresco, aparentemente descomplicado, de camisa y bluejean que parece cercano a todos. Que al medio día es sensato convirtiendo un metro ligero en uno pesado y en la tarde le da por violar la institución que en una democracia liberal tiene la función de ser el caldo cultivo de la sociedad y que por tanto debe estar libre de la intromisión de los caprichos del gobernante de turno. ¿Quién te está hablando al oído? Vos y yo sabemos que nadie es independiente, que siempre dependemos de los otros, ese es uno de los aprendizajes de la universidad pública, ¿o vos a qué universidad fuiste?
No, es claro que usted no es mi compañero, ni el de ninguno de los que gaseó hoy en aras del falso orden que rige a esta ciudad. Señor alcalde, muchos decían hoy mientras los gases de su horda nos obligaban a salir llorando de los salones —fue usted quien interrumpió las clases, no ellos—, que usted pasó por la universidad pública sin comprender nada. Esto es evidente ahora que se ha reafirmado en su bárbaro error y ha anunciado que lo repetirá. No ha sido el primero en no comprender… ojalá no sea el peor, la macabra competencia es reñida. Pero déjeme explicarle algo: por qué el estudiantado de la Universidad de Antioquia nunca ha atendido ni atenderá a una orden de evacuación.
En el momento en que el ESMAD ingresó, los capuchos ya no estaban. Quizás eran infiltrados, quizás no, lo que importa es que, a pesar de los gases, los estudiantes se quedaron haciendo presencia. ¿Por qué? Porque lo público desarrolla el valor de la responsabilidad con lo público, más allá de las diferencias políticas. Y usted está agrediendo lo público. No está agrediendo a los explosivistas, ellos realizan su acto y se van. Su medida es un mal chiste. Usted está agrediendo uno de los resquicios que ha sobrevivido a la privatización de los espacios de socialización y de desarrollo de lo humano, de un “progreso” que no es solo económico. Usted está agrediendo uno de los únicos lugares donde sabemos que nadie nos va a hacer daño indiscriminadamente, eso hasta que llega el ESMAD. Usted “tiene” que garantizar “el orden”, pero para hacerlo está dispuesto a violentar a cientos de personas, ¿qué orden es ese? Usted está agrediendo a las personas que se forman en el espacio que encarna la utopía de un país mejor. ¿Entiende la gravedad de agredir un símbolo?
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Señor alcalde, uno comprende que no es fácil gobernar en este país, menos en esta ciudad. Que lo deben estar presionando de muchos lados, que debe tener favores por pagar. Algo similar le debe estar ocurriendo a Claudia. Nótese que la ingenuidad me da para todavía tenerles buena fe. El truco de la “independencia”, de la política luego del fracaso de los partidos, es la promesa de complacer a todos. Pero eso es un riesgo demasiado grande. A las alas retardatarias de la sociedad, ustedes —Claudia, Daniel— nunca les han gustado y nunca lo harán, por más que copien la mano dura y la seguridad demoníaca. Al final siempre se toma partido y siempre se le rinde cuentas a alguien. A diferencia del “presidente”, ustedes todavía pueden enderezar. ¿Para quiénes van a gobernar? El cuento de “gobernar para todos” parece que solo significa gobernar para los mismos, para los de la billetera gorda y la mano en el pretil.
Señor alcalde: recupere la dignidad y retire ese decreto, se lo pido encarecidamente. Respete la universidad. Recuerde sus años en ese recinto que vigila La mujer creadora de energía, de Rodrigo Arenas Betancourt. Y si sigue en la línea que va, está bien. Entonces las cosas están claras. Usted es uno más, nada ha cambiado. Pero no olvide que algo que tampoco cambia es que aquellos que hemos habitado la universidad pública —habitar es diferente a solo transitar por ella, a usufructuarse de ella— no sabemos qué significa abandonarla, por más que usted, un personaje pasajero, dé orden de evacuar. ¿De cuándo a acá a uno le ordenan que se vaya de su casa?
Sebastián Castro T.
Febrero 21 de 2020
Medellín