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“Camilo Torres fue una de las personas más influyentes en mi vida”: Luis Currea y la vida después de Golconda

Luis Currea fue uno de los sacerdotes más destacados de Golconda. A pesar de haber estado en el centro del torbellino, estudiando con Camilo Torres y compartiendo desde la infancia con su primo René García, su vida ha sido prácticamente inexplorada desde que salió en exilio hacia los Estados Unidos. Lanzas y Letras logró hablar con él en una de las pocas ocasiones que se ha referido a aquellas convulsionadas épocas. 

Luis, nos gustaría empezar por preguntarle cómo fue la infancia y la juventud en una familia como la suya. ¿Qué tan receptivo termina siendo su núcleo familiar a la idea de hacerse cura en aquella época? 

Yo nací en Bogotá y me crié en Chapinero. Mi relación con la Iglesia fue algo que me vino desde la infancia porque mi familia era extremadamente religiosa, así es que fue casi espontanea, desde la más tierna edad. Mi niñez fue muy feliz pero muy normal. Lo único es que cambié muy a menudo de colegio en mis estudios elementales; llegué a recorrer cuatro colegios distintos.

En mi infancia sucedió uno de los episodios extraños de mi vida. Me habían regalado unos soldaditos de plomo a los que yo me les comía la punta del fusil. Cierta vez caí gravemente enfermo y ni el médico, ni nadie, sabía qué había pasado. Algo muy extraño me sucedió: me vi a mí mismo flotando en lo más alto de la pared de mi cuarto, viendo mi cuerpo en la cama rodeado por mis abuelos, mis padres y mis hermanos. Momentos después ya estaba nuevamente en mi cuerpo, curado del envenenamiento.

Yo entré al Seminario sin una decisión madura de por medio, más bien por otro hecho que cambió mi niñez. Un cierto día estaba en el suelo jugando con bolas de cristal cuando mi tío, el sacerdote Joaquín, empezó a preguntarle a mi mamá que si yo sabía sumar, restar, multiplicar y dividir. Mi mamá respondió que sí a todo, y en ese momento se decretó mi entrada al seminario. Yo tenía diez años. Y a pesar de que el Seminario comenzaba con el primer año de bachillerato y a mí aún me faltaban tres años, mi tío insistió. Él era superior en el Seminario y no le importó esa dificultad. Yo acepté feliz porque había muchas cosas nuevas por delante. Ya pagaría yo con mis continuos deslices en los estudios.

Durante mi juventud pasé 16 años de interno en el Seminario, y hoy pienso que el sistema educativo para el sacerdocio es completamente inadecuado: aislados de la sociedad, de la política, de la cultura, de las amistades, de las mujeres y de todo el resto de la humanidad. Es un sistema incorrecto que solamente produce sacerdotes inmaduros e incapaces de funcionar apropiadamente en la sociedad.

De los tres años que pasé en el Seminario con Camilo Torres recuerdo con admiración las cosas que hacía. Recién entrado resolvió quitar el colchón para dormir en las tablas, y ponerse piedritas en los zapatos en su idea de entregarse todo a Jesucristo. Los superiores del Seminario pronto se enteraron y le dijeron que aquellas prácticas no eran buenas, y él lo entendió muy bien.

Camilo hizo algo que nadie en el Seminario había hecho hasta entonces. En la parte trasera del Seminario había unas canteras y allí vivían algunas familias muy pobres, Camilo decidió aprovechar sus recreos para subirse a esas canteras, ayudar y formar amistad con las personas pobres de las areneras.

Camilo también fundó un grupo de estudios sociales que se reunía una vez por semana.  Yo formé parte de ese grupo, éramos 15 seminaristas y Camilo era el jefe del grupo. Todo esto me preparó para lo que más tarde sería Golconda.

¿Y cómo nació en usted esa vocación al sacerdocio? ¿Recuerda algo en aquella formación que lo vinculara más adelante a Golconda?

En mi familia existía una tradición, según la cual todos los hombres entrabamos al Seminario y todas las mujeres al Convento. Cuando mi tío decidió que yo debía ir al Seminario, lo hice a pesar de que me faltaran tres años para primero de bachillerato, como ya había dicho.

Recuerdo que Camilo y un compañero, Bernardo Rueda, fueron los encargados de atender la enfermería del Seminario. Ambos se encargaron de hacer infinidad de diabluras que hicieron época por lo simpáticas que resultaban. Yo no tenía ni idea en ese momento de lo que sería Golconda, yo era un niño aburguesado, mi contacto con los pobres era una imagen muy lejana y de una vista muy superficial. Solamente comencé a conocer de los pobres cuando me nombraron, más tarde, ayudante del padre Sánchez en el barrio Santander.

Fue durante ese tiempo en el Seminario que fue naciendo mi vocación al sacerdocio y mi amor por Dios. Fue lo atractivo que yo encontraba en el ejercicio de las funciones de un cura.

Luis Currea es el tercero de derecha a izquierda.

Yendo más allá de la época del Seminario, ¿jugó algún papel relevante la figura de Camilo en su vida? Y además, ¿qué otras personas marcaron su pensamiento político y religioso en ese momento?

Camilo Torres influyó de una manera extraordinaria en todos los campos. En sus estudios siempre era el primero, Camilo era un ejemplo en la manera en que rezaba en la capilla, en el juego, en la amistad, en la simpatía que desplegaba para con todos sin hacer discriminación de nadie.

Muchas serían las personas que podría yo nombrar, pero me limitaré a algunos pocos: Monseñor Alberto Uribe Urdaneta que fue mi profesor de historia. Sus clases eran una canción, fue además mi director espiritual y sus consejos me han servido de meta para toda la vida, especialmente el valor de la franqueza que me transmitió.

Monseñor Alfredo Rubio que fue profesor de latín y vicerrector del Seminario menor. Me enseñó con su ejemplo de concluir cualquier meta por más dificultades que pudieran surgir. De mí, el cura Rubio como lo llamábamos, solía decir que era su “adorable tormento”, pues mi latín era pobrísimo.

El padre Enrique Acosta, sus clases de filosofía y sus sermones eran inmensamente agradables. Lo recuerdo como director del Movimiento familiar cristiano. Pero cuando salió la encíclica del papa Pablo IV sobre la familia y no se le daba la más mínima esperanza a las parejas de poder tener un control sobre la natalidad y las relaciones sexuales en el matrimonio, el padre Acosta se retiró del sacerdocio y no siguió con el Movimiento familiar.

Había una copla que algunos de nosotros cantábamos: “cuando querrá el Dios del cielo que la tortilla se vuelva, que los pobres coman pan y los ricos mierda, mierda”.  Pero recuerdo que el padre Noel Olaya nos dijo que esa copla no era apropiada porque lo que queríamos era que todos pudieran comer pan sin discriminar a nadie. Yo creo que el padre Noel fue la fuente teológica que influyó más en todos los que asistimos a Golconda. Estuve muy cerca de Noel cuando estaba elaborando su trabajo sobre Teología de la liberación. Noel partía de la Trinidad: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, y luego seguía con una comparación de la ideas, la política, y las culturas e ideologías. Luego hacía notar que nuestro completamiento se diferencia de acuerdo con las ideas, la política o la cultura que tengamos. Aunque se comprenderá que lo que he dicho de Noel es ridículo, porque no se puede tratar de reducir su pensamiento. Lo que dije es una muy baja cosa, solo para intentar dar una idea remota de que la teología de Noel parte un punto completamente distinto al de la teología de Gustavo Gutiérrez.

A pesar de todo esto, Camilo Torres Restrepo fue una de las personas más influyentes en mi vida. Todavía recuerdo cuando tuvo que dejar el sacerdocio luego de que el Cardenal Concha Córdoba le exigiera retirarse de la capellanía de la Universidad Nacional por su participación en política. En ese tiempo Camilo emprendió una labor que llevo a cabo por todo el país con la más grande resonancia política para Colombia.

La frase más recitada por Camilo era: “La revolución imperativo cristiano”. Esa es una frase de profundidad increíble, hace trascender a la religión cristiana a un campo político y, aun, bélico. Hace de la religión un campo profundamente humano.

Yo fui compañero de Camilo por tres años en el Seminario mayor. Recuerdo con gran vividez cuando llegó al Seminario acompañado por Isabelita, su mamá. “Isabelita” llegamos a llamarla todos los seminaristas porque hablaba con todos nosotros como si hubiéramos sido amigos de toda la vida. Camilo fue un estudiante del colegio Cervantes y había hecho unos retiros espirituales dirigidos por un fraile dominico, ese fue el momento en que decidió hacerse sacerdote. Camilo en ese momento tenía una novia hija del doctor Montalvo, quien había sido ministro de gobierno del presidente de la república, el doctor Miguel Abadía Méndez.

Después de despedirse de su novia se fue con su maleta a la estación de tren para irse a Chiquinquirá; pero cuando iba a salir el tren llegó Isabelita y con gran dramatismo se colocó enfrente del tren hasta el punto de que Camilo no tuvo más remedio que bajarse del tren e irse con Isabeita. Ante la inquebrantable decisión de Camilo de hacerse sacerdote, su mamá permitió que entrara al Seminario conciliar en Bogotá.

Camilo fue a Lovaina y estudió sociología. Recuerdo que en unas vacaciones vino a Bogotá y se reunió con nosotros los que éramos del círculo de sociología. Cuando regresó de Europa fue nombrado capellán de la Universidad Nacional.

Finalmente me vienen a la memoria mis dos entradas a la cárcel. La primera vez fue en Medellín y la segunda en un campamento del ejército en medio de la nada, entre Barranca y Bogotá. Allí me mantuvieron preso por dos semanas por algo que yo no había hecho. Me acusaban de haber ayudado a un guerrillero, y yo no había hecho nada. Si no hubiese sido por mi primo René y la monja del Marymount que fueron directamente al presidente de la república a reclamar dónde estaba yo, no sé qué hubiera sido de mí. La primera vez, lo único que habíamos hecho mi primo René y yo, fue ir a Medellín por solidaridad con el padre Vicente Mejía a quien habían puesto preso el día anterior tras haberse solidarizado con estudiantes de la Universidad de Antioquia.

Fuente: Archivo Komuni – Colectivo de Investigación Independiente. El Espacio, 17 de octubre de 1969 | Luis Currea (detenido) es el segundo de izquierda a derecha.

Usted es uno de los sacerdotes firmantes del primer documento de Golconda de 1968, estuvo desde el comienzo. ¿Cómo llega a Golconda y debido a qué? ¿Influyó en algo el sitio en que desarrollaba su trabajo pastoral?

Mi primo hermano es René García Lizaralde, cuando éramos niños nuestras casas estaban muy cerca, vivíamos en una plaza y nos hablábamos casi todos los días. Después ambos entramos al Seminario de Bogotá, pero mi primo se cambió de Seminario y se fue a estudiar con los jesuitas, y esta circunstancia nos separó por lo menos seis años. Cuando él se ordenó estuvo trabajando con la juventud obrera, y un día llegó a mi parroquia y dijo que habían nombrado a otro sacerdote y no le habían dado ningún puesto. A mí me habían nombrado una parroquia que comprendía dos barrios distintos: Florencia y Florida Blanca. Sin consultar con ningún obispo yo le encargué tomar Florencia, que yo me encargaría de Florida Blanca. Los dos, mi primo y yo fuimos a parar a Golconda.

Me gustaría agregar algo a mi historia de sacerdote: fui ordenado en el año 1960 y mi primer puesto fue como ayudante en la iglesia de Chapinero, era una parroquia de clase media alta. Más tarde fui designado a la parroquia del barrio Santander al sur de Bogotá, una iglesia de barrio pobre. El rector de esa parroquia era Monseñor Sánchez, un sacerdote inmensamente productivo, fundador de las hermanas de la paz, todas las hermanas tenían que ser graduadas de alguna carrera universitaria.

Finalmente me nombraron párroco en un barrio muy pobre, no tenía agua ni luz. Las mujeres venían por la mañana a coger agua en unos tarros, muchos hacían sus propias conexiones a postes públicos para obtener la luz.

Si le parece pasemos a un momento de su vida del que no se sabe prácticamente nada: su vida en los Estados Unidos. ¿Por qué decide salir de Colombia luego de todo lo sucedido en Golconda?

Yo salí del país porque llegué a la convicción de que no tenía capacidad de meterme a la política y mucho menos a la guerrilla. Entonces un primo mío me suscribió a un curso de asistente médico y vine a Estados Unidos; estudié el curso pero la falta de inglés me obligó a tomar unos cursos más para aprender algo del idioma.

Aquí en los Estados Unidos descubrí que los marginados de la sociedad no eran tanto los pobres, como sí los inmigrantes.

¿Y cuáles han sido sus labores desde que llega a los Estados Unidos?

Yo había sido suspendido de mi sacerdocio en Bogotá y cuando llegué no encontré ninguna forma de ejercer mi sacerdocio con la Iglesia católica, pero la Iglesia episcopal me dio la oportunidad de construir un centro infantil donde pude, con mucho éxito, desarrollar mi labor.

Dados los éxitos y la amistado tan profunda que me unió con un sacerdote americano que llegó a ser mi mejor amigo, se me propuso que aplicara para hacerme sacerdote de la Iglesia Episcopal. Fui al Seminario de Virginia por un año y estudié otra vez Teología y Sagrada Escritura, regresé con mis estudios y pude ejercer como sacerdote episcopal. Fui nombrado rector de una parroquia en la ciudad de Tampa donde ejercí por lo menos por diez años en la parroquia San Fancis.

¿Qué otros cambios ha sufrido su vida en estos años?

Un cambio radical fue mi matrimonio y la felicidad de haber tenido dos hijos. Esta fue una gran experiencia, realmente grandiosa. Hoy, a los 84 años de vida, vivo con uno de mis hijos y no dejo de darle gracias a Dios por ese regalo tan extraordinario.

Entonces Luis, ¿queda algo de Golconda en su vida?

Aquí en los Estados Unidos el grupo más severamente marginado es el de los inmigrantes, en especial los indocumentados. Por eso he tomado en muchas ocasiones actitudes que no han dejado de provocar inconveniencias y, tal vez, consciencia…