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“Asumir ese compromiso con el lugar que habitamos”: Una entrevista a Miguel Vicente Tamayo

Miguel Vicente Tamayo es socio fundador de la corporación Convivamos, la cual lleva 31 años impulsando el movimiento comunitario en la zona nororiental de Medellín. Actualmente es promotor territorial del programa “Derecho a la ciudad y defensa del territorio” y debido a eso quisimos hablar con él sobre el desarrollo del movimiento comunitario en la ciudad y sus retos en medio de una historia que fluctúa entre el paramilitarismo, el narcotráfico y la violencia estatal.

La Corporación Convivamos es una organización comunitaria de carácter popular que se constituyó en la década de los noventa, y desde entonces ha venido promoviendo el fortalecimiento del movimiento comunitario, el desarrollo local y los derechos humanos en diferentes comunas de Medellín. En este sentido, ¿cuáles han sido las dinámicas sociales y políticas que configuran el contexto de su actuación?

Cuando inicié en Convivamos con otros compañeros y compañeras soñadoras hacíamos parte de varios procesos como lo fueron los grupos juveniles y catequéticos. Estos tenían enfoques culturales y deportivos para impulsar en el barrio Villa Guadalupe, en un inicio espacios de esparcimiento, y ya después venía la parte de ir adquiriendo esa conciencia política crítica. De todos estos espacios, recuerdo al grupo Rajaleñas que en la década de los setenta e inicios de los ochenta tuvo un rol muy importante en el marco de los distintos movimientos cívicos y las revueltas, convocando desde la música y los talleres.

Prácticamente todos los grupos en la comuna venían siendo impulsados por los movimientos de los jesuitas. Entre estos procesos fue muy importante poder contar con mentores como Federico Carrasquilla, sacerdote militante y teólogo de la liberación, que junto a otros curas se encargó de establecer una proyección de trabajo muy clara en lo comunitario: poner a dialogar al Evangelio con lo político, lo social, lo económico y los derechos humanos. Parte de todo este proceso permitió formar líderes y lideresas en el barrio que se pensaban alternativas al contexto de los ochenta, mediado por la profundización de la violencia y la permeabilidad del narcotráfico en nuestra sociedad. En nuestro barrio se traducía en bandolas adscritas al Cartel de Medellín con prácticas como el sicariato, las vacunas y las amenazas a los mismos grupos que en ese entonces nos pensábamos una vuelta diferente.

Convivamos es un referente en trabajo con niños y niñas porque ha sido de los pilares desde que iniciamos; porque es resistirle al narcotráfico y arrebatarle la posibilidad de seguir reproduciendo ese sistema de violencia y control sobre nuestros cuerpos. Basta con recordar todas las famosas Cooperativas de Vigilancia (Convivir) fundadas en ese entonces el gobernador de Antioquia Álvaro Uribe Vélez, quien montó e instaló todo el proyecto paramilitar en la ciudad. Ahí fue donde nació el Bloque Cacique Nutibara, el Bloque Metro, etcétera.

Foto: archivo corporación Convivamos.

Lo que pasa con esto, es que el tema de los combos paramilitares ha ido cambiando de rostros con todo lo que dejó el narcotráfico: una cultura mafiosa. Dejó instalado unos prototipos en ese sujeto social, enmarcados en el vivir bien así sea por poco tiempo (la casa grande, la buena moto, la Toyota) a cambio de “matar al que toque que matar”.

A todo esto se sumaron prácticas alrededor de la droga como el manejo de las armas, las vacunas, la extorsión, el secuestro, las pugnas entre los mismos combos por el territorio y no solo el físico o espacial, también por los territorios de la gente (su cuerpo). Esto tuvo mayores implicaciones para la mujer, porque veíamos cómo los grupos paramilitares hacían de los cuerpos de las mujeres un botín de guerra. Las instrumentalizaban en medio de muchas necesidades y carencias que no se resolvían de otra forma, y veían, de alguna forma, un oportunidad en el mismo narcotráfico. Las bandolas siempre han estado al servicio del narcotráfico, de los gobiernos que adoptan el paramilitarismo como un régimen de Estado y de los gobiernos de una dictadura que se vive disfrazando de democracia.

Nosotros veníamos, por un lado, formando gente políticamente desde lo moral, lo recreativo, lo deportivo; con torneos, tomas culturales, peñas y asambleas barriales. Veíamos que un vehículo importante para cambiar la oleada de asesinatos en el barrio y todo este panorama de violencia era la iglesia, pero esa iglesia abrazada a la teología de la liberación que se pensaba el bien común, los derechos humanos y el respeto por la humanidad. No era la gente al servicio de la iglesia como se suele ver hoy, sino el deber de la iglesia al servicio del pueblo.

Ahora bien, los procesos barriales han venido vinculando la necesidad de incidir políticamente en los lugares que habitamos. ¿Cuáles son las experiencias que permiten acercarnos al movimiento comunitario y cómo se fueron configurando los barrios en la comuna Popular?

El proceso juvenil en un inicio expresaba la necesidad de poner a conversar lo que aprendíamos en la iglesia y en los talleres con la capacidad de actuar en el mismo barrio bajo la perspectiva del cuidado de la vida. Parte de todo este contexto donde uno veía la muerte en la esquina, se escuchaba mucho un lema del barrio y era “poder dejarle una casa a la cucha”, es decir, vivir bien. Eran, y son todavía, discursos del salir adelante en medio de tanto.

Con esto hay que entender que en esa época toda esta parte de la comuna 1 seguía siendo zona de invasión de gente que llegó desde la década de los cuarenta y sesenta con los desplazamientos del campo a la ciudad. Muchos de nuestros abuelos llegaron acá desplazados perdiendo sus casas y tierras, pues eran campesinos que vivían y trabajaban la tierra. A eso se debe que la propia gente empezara a organizar su casa.

Si se fijan estos barrios no tuvieron diseño arquitectónico y mucho menos de planeación. Estos barrios parecen el pesebre de la clase empobrecida: “ponemos la casa donde se nos da la gana”, pues no había división de manzanas, andenes, nada. Por eso en Medellín uno mira para arriba, para esta zona y para las periferias de las otras zonas con pinta de pesebre.

Pero las dinámicas de migración interna propician la gestación de lugares comunes y de una habitabilidad no solo material sino simbólica. ¿Dirías que ese proceso de desplazamiento y ocupación facilitó que la misma gente se empezara a organizar frente a otros asuntos de carácter político?

De alguna forma lo fue. Igualmente nosotros tenemos un arraigo en esos asuntos, traemos la herencia de otros procesos organizativos, todos estos barrios los hicieron nuestros abuelos y abuelas a punta de autogestión y convites populares. Que vos eras el taxista de la familia, ibas y ayudabas a transportar material para construir las casas, y así con todas las otras profesiones y los saberes de la misma gente que se ponían en diálogo con lo que se necesitaba.

Yo resumiría que el convite es en dos palabras “trabajo colectivo”. Hace parte de un proceso que genera comunidad, y se hace precisamente para buscar satisfacer una necesidad insatisfecha por la misma ausencia del Estado. Pero esta ausencia es en la aplicación de derechos humanos, porque acá sobra Estado cuando mandan a los milicos y los paracos en las disputas territoriales que se han dado.

En últimas el convite teje comunidad para combatir todas esas amenazas del conflicto, y en el proceso poder crear espacios y lugares para continuar resistiendo. Lugares como las sedes de las Juntas de Acción Comunal, que en su tiempo les decíamos los “comités cívicos” y estaban conformados por los liderazgos que salían del barrio, los que iban haciendo el alcantarillado, el alumbrado, la capilla, la cancha de fútbol. No eran aparecidos, tenían sí o sí que llevar un proceso de colaboración y organización con la comunidad. Uno veía hombres y mujeres por igual.

Foto: archivo corporación Convivamos.

En medio de aquel contexto que describes, marcado el narcotráfico, la violencia estatal y paramilitar. ¿Qué personas empiezan a pensar el trabajo comunitario y específicamente a formalizar lo que hoy es la corporación Convivamos?

Nosotros teníamos algo claro, y era que las proyecciones que se tenían en el barrio y en la comuna debían ir siempre acompañadas de la organización política como forma de vida. Nosotros no hacíamos las actividades porque sí, sino que cada acción colectiva, fuera del tamaño que fuera, tenía una intencionalidad de satisfacer las deudas que ha dejado el Estado en la comunidad. Por eso es tan importante en lo comunitario, comprender que la horizontalidad debe sostenerse desde la misma vocación por servir a las y los demás.

También era tener claro que lo que hacíamos buscaba darle un sentido a la vida misma. No sirve de nada que seas un buen politólogo o psicólogo si la investigación y lo que aprendes no lo das al servicio de la comunidad, eso realmente no tiene sentido. Si los libros que se leen y se dejan en las bibliotecas no se llevan a la práctica y no son útiles para generar movimiento, empoderamiento o emancipación, no tienen ningún sentido. Eso ha hecho la corporación Convivamos en estos 31 años, generar movimiento, impulsar estrategias de formación y organización para la gente de la zona y para crear conciencia crítica.

Algo que diferencia al movimiento comunitario de otras formas de lucha de la izquierda en Colombia es que adopta el pensamiento revolucionario no guerrerista, y eso es claro para nosotros. Acá a la sede han llegado presidentes, senadores, alcaldes y diputados con escoltas, y lo que siempre les toca hacer es dejar a su gente afuera. La presencia misma de armas es inaceptable porque reducen al ser humano a un sometimiento de autoridad, porque el arma divide la igualdad de las personas y excluye mucho antes de ser disparada.

Hablemos ahora de las apuestas barriales y las implicaciones de los liderazgos que se suman a ellas. ¿Cuáles vienen siendo los principales retos que se tienen en el trabajo de generar movimiento comunitario?

Muchas veces el problema no era cómo acercarnos, casi siempre en aquella época las mismas personas hacían explícito el llamado a construir cosas en el barrio, a montar procesos y a tratar de mejorar todo ese contexto de violencia. Los retos iban por el lado de cómo sostener ese movimiento en las comunidades y que fuese de largo aliento, más allá de construir la cancha era promover su uso, porque cuando los espacios que nos ganábamos se dejaban de utilizar, eran vacíos que el narcotráfico se tomaba, volviendo la cancha por ejemplo en una plaza de distribución de droga, y así con todos los espacios, que no son solo los físicos. Es un reto, en últimas, por disputarse los cuerpos y las mentes para la organización política con una perspectiva clara de lucha.

Otro reto que veo actualmente es que el movimiento comunitario está muy diezmado, y lo ha diezmado precisamente el acogerse a las dinámicas de desarrollo del capital: la contratación, la rifa de cargos públicos con varios líderes que en su momento trabajaron conjuntamente con la corporación, y en general se dedicaron a hacerles el juego a esas políticas de Estado que lo único que han dejado en todos estos años ha sido la institucionalización de la participación comunitaria.

Esto es un llamado para ellos, es revisarnos y revisar la historia de todo lo que se logró y se ha venido logrando colectivamente en tantos años, retomar apuestas que en la actualidad se convierten en espacios de poder interesantes como la incidencia política en los Planes de Desarrollo, los Concejos Municipales de Juventudes, las políticas públicas y los acuerdos municipales que tenemos en materia de derechos de las mujeres, niños y jóvenes. Retomar legados del trabajo que se ha hecho, filtrando esas malas prácticas de unos cuantos que no comprendieron el verdadero objetivo colectivo de todo esto.

Foto: archivo corporación Convivamos.

Las campañas de estigmatización hacia todos los procesos de izquierda siempre han existido, y en el Paro Nacional se ha visto cómo este instrumento discursivo busca deslegitimar y desmovilizar. ¿Cuáles pueden ser las posibles formas de mitigar esto y qué elementos deben tener en cuenta las juventudes que hoy están en las calles?

Una de las estrategias a nivel de la corporación Convivamos, que siempre ha estado transversal y ha funcionado, ha sido la de respaldar y blindar todo proceso político con la misma ciudadanía, mostrarse en lo práctico y lo tangible con las comunidades. En el 2006 cuando judicializaron a Fredy Escobar Moncada, trabajador de la corporación, lo hicieron pasar como un ideólogo de las FARC-EP.

A Fredy lo cogen por confusión de una orden de captura que tenía un miembro de la guerrilla con un nombre parecido, y a raíz de eso los mismos paramilitares de la zona llegaron a la corporación a decir que esto era un nido de guerrilleros y que lo que hacíamos tenía complicidad con ellos. ¿Cómo hicimos? Vamos a la calle, conocemos al profesional, al planeador social, al de la tienda, a la de los tintos y tejimos toda una campaña en contra de esos señalamientos. La misma gente del barrio que nos conocía salió a respaldar el acumulado que hemos construido en los territorios de la zona nororiental.

Y lo otro, hay que hacerle una invitación a la academia, esa que debe asumir un papel protagónico articulado con esos nuevos liderazgos que han venido surgiendo desde las juventudes que hoy mueven e incomodan al país. El camino está en retomar la vocación del servicio, asumir ese compromiso con el lugar que habitamos y con quienes lo habitamos.