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Apostaron con bastante éxito a una simple rendición de la insurgencia

Hablamos con Carlos Aznárez, director del periódico Resumen Latinoamericano, quien nos contó cuál ha sido el papel de las organizaciones insurgentes colombianas en América Latina y cómo las condiciones de su creación no han sufrido cambios considerables aún después de los Acuerdos de Paz. Insiste, por lo mismo, en la necesidad de seguir construyendo paz y luchando la revolución. 

Esta entrevista hace parte del libro Final abierto. 20 miradas críticas sobre las negociaciones con las insurgencias (2010-2018), publicado por Revista Lanzas y Letras y La Fogata Editorial

¿Cómo evalúa la influencia que ha tenido la insurgencia colombiana en América Latina? ¿cómo cree que influirán a futuro el desarme de FARC y un eventual avance en las negociaciones con el ELN?

Carlos Aznárez*: Puede afirmarse que en la historia contemporánea del continente se han dado dos escenarios fundamentales que influyeron notoriamente en el devenir de varias generaciones de revolucionarios y revolucionarias. En primer lugar, toda la experiencia recogida de la victoriosa Revolución Cubana. Sus aportes en lo que hace a teoría y praxis siguen iluminando a quienes creemos que solo el socialismo y la consiguiente derrota del capitalismo pueden salvar a la Humanidad de su extinción.

El otro hecho trascendental en este mismo camino es la aparición en Colombia de las organizaciones insurgentes. Tanto las FARC como el ELN han demostrado durante décadas que cuando hay una causa justa por la que combatir y el sistema y sus Gobiernos cierran todas las puertas al diálogo, se convierte en un derecho inalienable de los pueblos la rebelión armada. Eso es lo que llevaron a cabo hombres como Manuel Marulanda, Camilo Torres, Jacobo Arenas, el Cura Manuel Pérez, Carlos Toledo Plata, Alfonso Cano, Jaime Bateman y tantos otros. Todos ellos no despreciaron en ninguna ocasión el diálogo, más aún, en varias oportunidades las dos insurgencias más importantes se sentaron a mesas de discusión con los Gobiernos para buscar salidas que no significaran más violencia. Lo hicieron siempre en nombre de importantes sectores del pueblo pobre y de quienes más soportaban las políticas reaccionarias, pero inevitablemente estos intentos terminaban en nuevos estallidos de brutalidad sistémica y su consiguiente resultado de muerte, tortura, presos y millones de desplazados.

Durante años, ambas organizaciones guerrilleras construyeron escenarios de poder popular. Estos territorios liberados sirvieron para hacer una práctica importante de autogobierno, pero también posibilitaron que el campesinado pudiera alfabetizarse, contar con asistencia médica básica y formarse políticamente para enfrentar a quienes, desde el poder, siempre los han ultrajado. Todo ello en medio de una prolongada y desigual guerra contra uno de los ejércitos mejor armados y más letales del continente, sin olvidar el concurso del paramilitarismo y la amenaza permanente de las bases militares que Estados Unidos tiene desplegadas en territorio colombiano.

Es cierto que frente al crecimiento de control territorial de las insurgencias, el establecimiento concentró todo su poder de fuego, apoyado por la Inteligencia israelí y norteamericana, pero no es menos importante que a pesar de estas ofensivas y las respectivas acciones contrainsurgentes (Plan Colombia, Plan Patriota) las organizaciones revolucionarias pudieron instalar sus propuestas políticas en la sociedad, y a la vez crecieron numerosas organizaciones sociales reivindicativas que en varias ocasiones han puesto en jaque los gobiernos.

Ahora bien, en los últimos años, producto de una dura ofensiva militar, algunos importantes dirigentes de las FARC fueron asesinados. Si a esto le sumamos la desaparición física de un líder histórico como fue Manuel Marulanda, notoriamente convencido de que la lucha era por el poder y no por un retazo del mismo, si por otro lado, tantos años de guerra habían producido un fuerte desgaste sobre la población, y si además existía una evidente presión externa por parte de países amigos para comenzar a recorrer el camino del abandono de las armas a fin de poder encarar la lucha política, el resultado lógico es que comenzara a instalarse con fuerza la idea de conversar sobre posibilidades de paz con el enemigo. Así nació la Mesa de La Habana con sus luces y sombras.

No puede decirse que en esa Mesa no se hablara de todos los temas, pero lo cierto es que lo acordado allí no tenía siempre un correlato en el territorio, y esto, con el correr del tiempo se fue haciendo más visible. Tanto que cuando finalmente llegó el momento de firmar los Acuerdos no todos los bloques de las FARC aprobaron lo actuado. Es cierto que la gran mayoría de la organización confirmó los pasos dados por la comandancia, es cierto también que hubo consultas y debates para asumir ese trascendental capítulo, pero también quedó claro que había una lógica desconfianza en su cumplimiento. Por un lado, por conocer cómo se comportan los representantes de la burguesía en estos casos, tratando de reducir a una mínima expresión lo acordado, y por el otro, porque más allá del optimismo manifestado por los firmantes de las FARC, no era una paz con justicia social, como siempre se proclamó, y además se intuía que el paramilitarismo y el propio ejército buscarían ganar terreno.

Sin duda nadie que sea revolucionario puede oponerse a la paz, pero «esta paz» no era la soñada ni mucho menos, y muy pronto eso quedó claro y los hechos que se desencadenaron sirven para confirmar una vez más de qué piel esta hecho el enemigo del pueblo colombiano. Y pone al ELN, mirándose en el espejo de sus «primos» farianos, frente a las dificultades con que podrán encontrarse en un futuro inmediato.

Este proceso de paz tal cual está presentado influye en el contexto latinoamericano en varios aspectos, la mayoría negativos. No porque no hubiera que intentarlo, sino porque los resultados concretos, más allá de lo acordado. son mínimos tras más de medio siglo de lucha. Las condiciones económicas no han cambiado desde que Marulanda se alzó en armas en Marquetalia y Tolima, o cuando Camilo colgara el fusil sobre su sotana. El imperio cada vez tiene más influencia sobre el establecimiento, y el poder militar enemigo se ha multiplicado por tres o por cuatro. El paramilitarismo anda a sus anchas e incluso invade territorio venezolano convirtiéndose en una gran amenaza para esa Revolución. Pero además, generalmente la desmovilización armada trae aparejada la desmovilización de los sectores que acompañaban los ideales de la guerrilla. Para que eso no suceda habría que cambiar las armas por mayores dosis de confrontación popular. Mostrar diariamente los dientes al enemigo, respirarle en la nuca, optar por la desobediencia civil, acorralarlo, y no depositar solo la esperanza en las urnas que tan bien maneja la politiquería burguesa.

Venezuela vive momentos complejos, de inestabilidad política ¿cree posible que los avances de paz en Colombia tengan como contraparte situaciones crecientes de enfrentamientos, incluso por las armas, en el vecino país?

C.A.: Lo que pasa en Colombia tiene siempre un rebote en la situación venezolana, para bien y para mal. De allí que Hugo Chávez primero y luego el presidente Maduro hayan hecho tantos esfuerzos para que funcionara el proceso de paz. Lo que ocurre es que más allá de las buenas intenciones, el régimen derechista y pro-imperialista de Santos en el Gobierno y Uribe en el llano, se han convertido en uno de los arietes principales para embestir a la Revolución Bolivariana. Desde ese territorio se atiza el fuego de la guerra económica, se fomenta el contrabando y últimamente se incita a promover exilios masivos (estables o móviles) por parte de ciudadanos venezolanos. Santos se anota en cuanta movida de guerra diplomática y abandera el boicot económico con que Trump castiga al bolivarianismo.

Además, está el factor militar. Con las FARC desarmadas y el ELN en la mira de todo el andamiaje represivo, es indudable que en caso de invasión armada directa o tercerizada a través del paramilitarismo (algo que, en el último tiempo, hasta los más moderados no descartan), la retaguardia colombiana pro-chavista va a tener dificultades para acudir en ayuda.

Como viene ocurriendo en los últimos años, la gran defensa de la Revolución Bolivariana estará en manos del bravo pueblo, votando cuando haga falta o preparándose a través de las milicias a defender lo conquistado con las armas con que se cuente y haciendo valer la unidad Pueblo-Fuerzas Armadas. Sin duda, si ese momento llegara no faltarían colombianos y colombianas (y gentes de toda Latinoamérica) dispuestos a echar una mano.

Como director de un medio de comunicación ¿qué opina del cubrimiento periodístico que los medios internacionales dieron a las negociaciones con las FARC y el ELN?

C.A.: Indudablemente la gran mayoría de los medios de comunicación hegemónicos, comenzando por los colombianos, desarrollaron durante todo el prolongado período que duraron las negociaciones FARC-Gobierno, en La Habana, una estrategia francamente destructiva. No solo repitieron el discurso único, mediante el cual se mostraba a la insurgencia arrinconada y con un evidente grado de debilidad y falta de rumbo, por lo cual tuvo que acceder a buscar una salida por vía de la negociación, sino que además se insistía en mostrar a los representantes de la guerrilla como portadores de una currícula ligada a crímenes contra la sociedad.

Esos mismos medios que han amparado durante años el accionar genocida del uribismo, su metodología de la motosierra y el fortalecimiento del paramilitarismo, o que mostraron sumisión informativa ante la política de represión, falsos positivos y asesinatos del actual Gobierno y de los que le precedieron, no dudaron, durante las reuniones de la mesa de La Habana, en fabricar mentiras y difamaciones sobre el accionar guerrillero.

Inventaron historias, dieron luz verde a relatos poco creíbles de ex guerrilleros arrepentidos o se dedicaron a mostrar que «los acuerdos no llegarían a buen puerto» porque la guerrilla no tenía interés real en los mismos.

Sin duda, los medios de la burguesía apostaron en todo momento y con bastante éxito a que no haya negociaciones de paz sino una simple rendición de la insurgencia, y si hubo un momento donde se desplegó todo el arsenal mediático para confundir a la población fue precisamente cuando se lanzó el plebiscito por SI o por NO a los acuerdos rubricados en La Habana. En ese sentido, basta recorrer los ríos de tinta que se vertieron y los noticieros televisivos y radiales de aquellos días para descubrir cuantas infamias se dijeron acerca de lo que habían significado más de 50 años de lucha armada, pero no se ponía igual fuerza para hablar del paramilitarismo y sus crímenes pasados y actuales. Y menos en criticar las acciones de un Estado que promueve violencia a través de políticas neoliberales y sus derivados represivos contra obreros, campesinos y estudiantes.

Salvo pequeñísimas excepciones, los medios hegemónicos apostaron a un relato de la paz que ignorara la memoria histórica, generara un escenario de guerrillas débiles y ocultara las mil razones políticas y sociales que aún están vigentes y que llevaron a que miles de jóvenes tomaran la decisión de pelear por todas las vías posibles para construir un mundo diferente. Lo hicieron con respecto a las FARC y lo repiten igualmente frente a los intentos del ELN de dialogar en la mesa de Quito.

Solo los medios alternativos, a pesar de todos los inconvenientes que encierra su existencia, fueron y son una pieza fundamental para que la información real sobre las posibilidades de la paz se conociera fronteras adentro y en todo el mundo.

A través de ellos llegaron al público las denuncias sobre el incumplimiento de los acuerdos, las amenazas de muerte o los repetidos asesinatos paramilitares y también las voces de dirigentes insurgentes explicando que la paz estaba siendo acorralada y ninguneada.

¿Qué valoración general tiene de los procesos de negociación con las insurgencias llevados a cabo durante los últimos ocho años?

C.A.: Repito que para hacer una valoración de un proceso de paz hay que atenerse a los resultados, y estos saltan a la vista, dejando mucho que desear. La gran mayoría de los puntos de los acuerdos firmados no se están cumpliendo. Ni el importantísimo tema agrario, el de las tierras, que no solo siguen en manos de los de siempre, sino que debido al abandono producido por las FARC de sus territorios históricos, el campesinado denuncia con horror y rabia como se han apoderado de ellos los paramilitares de las distintas «Autodefensas». Tampoco funciona la Amnistía a pesar de que se dictara una ley para hacerla efectiva. Solo un grupo de presos ganaron la libertad, pero miles quedan aún entre rejas como rehenes y en terribles condiciones de inseguridad. No se cumple con las reivindicaciones sociales y más aún, cuando el campesinado protesta los masacran como ocurriera en Tumaco. Lo mismo ocurre con cada uno de los sectores de la sociedad que optan por movilizarse. Y por último, están los crímenes cotidianos del paramilitarismo: los asesinatos selectivos de líderes y lideresas sociales y populares, las amenazas de muerte a los militantes de Marcha Patriótica y el Congreso de los Pueblos (varios de cuyos referentes han sido ultimados). O las operaciones criminales contra los desmovilizados o ex presos de las FARC, que hacen recordar, sin exageraciones de ninguna índole, iguales acciones sufridas hace años por los militantes de la Unión Patriótica. Hasta el propio comandante fariano Jesús Santrich apuntó que, si el clima represivo sigue como hasta ahora, nos van a matar a todos.

En lo que hace al ELN, el Gobierno ha puesto todas las piedras en el camino para boicotear las conversaciones en la Mesa de Quito, desde aprovecharse de los ceses puntuales de la actividad armada para atacar campamentos de esa guerrilla hasta alimentar campañas mediáticas de intoxicación.

Podrá argumentarse que todos los procesos de paz son difíciles en los primeros años, pero no puede ocultarse la realidad con expresiones de deseos. La gran mayoría de los procesos similares llevados a cabo en Latinoamérica y Europa han sido «a la baja». Como máximo, se han conseguido algunas bancas en el Parlamento o gozar de una legalidad acosada. El enemigo se las ingenió siempre para mostrar que las insurgencias habían sido «derrotadas». Más aún si pueden llegar a exponer como trofeo las armas entregadas o inutilizadas por los combatientes. Todo parece aconsejar en base a las experiencias pasadas que la tan polémica dejación de armas, sólo habría que realizarla —visto lo visto— si se contara con la seguridad de que lo que se acuerda en una mesa de paz va a cumplirse. De lo contrario, que unos se desarmen, con todo lo que ello significa como símbolo, y otros no lo hagan, genera una desventaja que otorga premio al opresor.

La paz es una meta a alcanzar, pero entre proclamarla y lograrla hay un largo trecho. Tengo confianza en que los militantes revolucionarios que durante más de cinco décadas vienen poniendo el cuerpo y la vida misma para lograr una Colombia con justicia social, soberanía e independencia, sepan encontrar, dentro de las dificultades y los sinsabores de esta «paz» incompleta, las formas de seguir peleando por la Revolución y el Socialismo. Con las armas con que cada uno elija, y armándose de una coraza ideológica contra los cantos de sirena de quienes les recomiendan ser políticamente correctos para dominarlos mejor.

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*(Buenos Aires, 1947) es periodista y analista internacional. Desde 1993 dirige el periódico Resumen Latinoamericano, que en la actualidad cuenta con ediciones en Perú, Venezuela, Uruguay, País Vasco, Cuba, Argentina y Estados Unidos. Conduce el programa televisivo y radial Resumen Latinoamericano que se transmite en emisoras de distintos países.