Con bombos y platillos se anunciaron las pasadas elecciones locales como un hito político marcado por alcaldías “alternativas” en ciudades como Cali, Medellín o Bogotá. Tras un semestre de administración vale la pena volver la mirada y preguntarse: ¿qué tan alternativos resultaron los alternativos?
Tras conocerse los resultados de las elecciones del año pasado, muchos dijeron que los “alternativos” habían tenido “triunfos resonantes”. En Cali ganó Jorge Iván Ospina, Jorgivan el de la Alianza Verde, que ya había sido alcalde y que también fue senador. En Bogotá ganó Claudia López, también senadora y de la Alianza Verde. Y en Medellín ganó Daniel Quintero, que montó toda su campaña sobre la idea de que era independiente, pero se sabe es ahijado de Cristo y de Pardo; igual que Luis Ernesto Gómez, el de los tenis.
Se suponía que todos eran “alternativos”. Sin embargo, a escasos 6 meses de posesionados, quedan inmensas dudas sobre si realmente son tan alternativos e independientes como dicen serlo. Una mirada a algunas de sus medidas, así como a sus comportamientos políticos, nos permite hacernos una primera idea.
Comencemos con Bogotá. Claudia dijo en campaña que ella era centroderecha, y aun así sectores de izquierda respaldaron su candidatura porque se suponía que era “alternativa”. Pero su comportamiento en temas como la protesta social, o los desalojos en materia de vivienda, son desafortunados. Basta ver el rechazo público a las movilizaciones, cuando ella misma ha sido promotora de infinidad de actividades callejeras, o la imagen de una funcionaria que encapuchada lideró un cruel desalojo, bajo la excusa de encontrarse amenazada. Por no hablar de Transmilenio por la 68, el mismo que en campaña dijo que no iba a hacer, o de los espaldarazos que se ha dado con el uribismo.
En Cali, Jorgivan ha tenido siempre un favoritismo por los desalojos. Parece disfrutar al dejar a la gente sin casa. Así lo confirmó el pasado 10 de junio, cuando en plena cuarentena adelantó un violento desalojo cerca al río Pance, sin un plan de reubicación, y con la imagen destacada de un policía que se rehusó a adelantar el desalojo. Además, en su gobierno trabaja Roy Barreras, pero no el senador sino su hijo, como Director de Planeación. O sea, la clase política valluna. Lo único que falta es que resulte gente de Juan Carlos Abadía o Martínez Sinisterra.
Finalmente, en Medellín está Daniel Quintero. El hombre de la historia conmovedora. El ejemplo de superación personal que el capitalismo usa para justificarse. Ha hablado mucho del “Valle del software” como proyecto de impulso económico en la región. Pero en realidad, su gobierno lo que ha hecho es consolidar el “Valle del Uribismo”. Así fue desde que designó al uribista Juan Carlos Vélez para hacer el empalme en materia de seguridad con la administración pasada. Luego lo confirmó con la autorización de entrada del ESMAD a la Universidad de Antioquia. Y más recientemente con las actuaciones irregulares de la policía de Medellín en las jornadas de movilización del 15 de junio, donde salieron con los uniformes sin identificación a golpear, perseguir, capturar y violar manifestantes.
Así que ahí quedaron los tales gobiernos alternativos. Haciendo lo de siempre, con los de siempre, para beneficiar a los de siempre.
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