Hoy, 15 de mayo, fecha en que se conmemora la labor de los maestros y maestras, destacamos la vocación de cambio y transformación social que encarna el ejercicio libre, creativo y rebelde de la educación. Un homenaje a quienes conspiran…
A quienes conspiran, luchan, sueñan y resisten:
A lo largo de nuestra vida estudiantil y con el paso por los diferentes escenarios educativos nos topamos con diferentes maestros y maestras que de algún modo aportan a nuestro crecimiento; sin embargo, no todos y todas logran dejar una huella en nuestras vidas. Esto se da precisamente, porque hay quienes toman la labor docente con tanta pasión que logran inspirar a sus estudiantes y romper, de alguna manera, con la relación vertical que históricamente se ha establecido en el ejercicio de aprendizaje.
Con profunda admiración hoy recordamos a esos maestros y maestras que —como diría Freire— no han aceptado ser simples máquinas de conocimiento, que no consideran a sus estudiantes recipientes consumidores de información, sino que, por el contrario, se han ocupado de pensar el ejercicio pedagógico como un escenario irremediablemente político en donde lo fundamental es la construcción colectiva del conocimiento. A quienes día a día y desde su ejercicio práctico recuerdan la importancia de construirse en comunidad, valorando las experiencias vitales de cada estudiante, teniendo siempre presente que la construcción de conocimiento implica un ejercicio crítico, reflexivo y por supuesto dialógico.
A esos maestros y maestras que durante este confinamiento se han tomado la tarea de sentarse en compañía de sus hijos, hermanos o amigos para tratar de aprender y comprender un poco más cómo es que funcionan las herramientas que ofrece la tecnología, porque asumen un verdadero compromiso con sus estudiantes y los territorios. Y así mismo, a quienes tienen la sabiduría para comprender que las realidades de sus estudiantes distan mucho unas de otras y que no todos cuentan con las mismas condiciones de vida. A quienes la carga laboral se les ha triplicado y siguen ingeniándose desde casa maneras de asombrar a chicos y chicas que están dispuestas a comerse el mundo.
En el libro El maestro sin recetas, Paulo Freire sostendrá una idea básica sobre lo que implica la labor de los y las maestras: la clave para el diálogo crítico es escuchar y conversar. Entonces, acudirá al concepto de “educador democrático” para ejemplificar el valioso papel que tienen estos en el proceso de aprendizaje, pues si los y las maestras no se ocupan de escuchar las voces de los educandos ¿cómo podrán aprender a hablar con estos?
En este sentido, es apenas natural que tengamos nuestros propios problemas, que en nuestras casas las cosas no estén saliendo bien o que, por alguna razón, nuestro ánimo ha decaído y con él, nuestro interés por estudiar; por eso también recordamos a aquellos a quienes podemos acercarnos a contar nuestros sentires, nuestros pesares, nuestros temores; quienes se convierten, voluntariamente, en amigos; quienes tienen una palabra de aliento, un consejo o una observación que busca siempre construir e impactar positivamente en nosotros.
Cómo no recordar con cariño a los maestros y maestras que nos sacaron de las aulas y los muros que comprenden nuestras universidades y nos llevaron a transitar los caminos del trabajo comunitario, que nos hablaron de la educación popular y nos acompañaron a leer a quienes se han encargado de narrar el mundo desde las realidades de los territorios. A quienes nos enseñaron que no hay nada más importante que asumir un compromiso revolucionario con el pueblo y que la academia debe estar al servicio de las comunidades, que debe atender contextualizadamente a las necesidades de un país profundamente desigual e inequitativo, como diría Fals Borda, pasar del concepto de “extensión universitaria” al de “universidad participante”.
Esos maestros y maestras que inspiran y conspiran, que acompañan cuando decidimos volcarnos a las calles, que se convierten en compañeros de luchas y disputas al interior de nuestras instituciones, que nos alientan a luchar por alcanzar nuestros justos derechos, que marchan de nuestro lado por una educación pública, gratuita, universal y antipatriarcal. A esos maestros y maestras que en momentos de caos se vuelven cordón humanitario para recordarnos que están ahí, al pie del cañón. A aquellos que día a día reinventan nuevas y diferentes maneras de resistir frente a un Estado que les desconoce, deslegitima, persigue, señala, estigmatiza y asesina. A quienes hoy siguen de pie en la exigencia de sus derechos, a quienes les ha tocado vivir en un país que desconoce la importancia del maestro en la construcción de sociedad. A quienes, desde la música, la literatura, las matemáticas, la danza, la fotografía y la poesía aportan día a día a la construcción de un país en paz.
Quizá no existe una receta para construir maestras y maestros perfectos, y a esos precisamente, hoy les felicitamos: A quienes se cuestionan y cuestionan constantemente su rol, su lugar de poder, su lugar en el mundo. A ellos y ellas a quienes podemos llamar MAESTROS y MAESTRAS en mayúscula sostenida.