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Paula Andrea y Magaly: quince años reconstruyendo mariposas fragmentadas

Por 15 años ha sido todo un reto reconstruir, retazo tras retazo, un relato acerca de lo que sucedió aquel 10 de febrero del 2005, cuando dos jóvenes estudiantes salen agonizantes hacia el hospital, luego de un fúnebre tropel en la Universidad de Antioquia. Paula y Magaly, 15 años después, permanecen en nuestra memoria… [Portada: Memoria y resistencia, @vitallage].

Abrir las puertas,
Quitar los cerrojos,
Abandonar las murallas que te protegieron,
Vivir la vida y aceptar el reto,
Recuperar la risa,
Ensayar un canto,
Bajar la guardia y extender las manos
Desplegar las alas
E intentar de nuevo,
Celebrar la vida y retomar los cielos”.

“No te rindas”, Mario Benedetti

Por: Jorge Vélez y Camila López.* Tal vez toda persona que estudie o haya estudiado en la universidad pública esté más que enterada, con pelos, señales y todo el morbo que requiera, de las historias sobre tropeles que terminaron mal. Tal vez, además, haya leído crónicas y artículos de reflexión sobre esos sucesos. Quizá ya tenga una posición inamovible o, mejor dicho, un preconcepto sobre esos actos y sobre las personas que los llevan a cabo y, posiblemente, esté cansada del tema que por los últimos meses ha estado en boga por cuenta del Paro Nacional desde el 21N. No obstante, lo advertimos, esta no es simplemente otra historia sobre el tropel.

No sabemos la razón concreta, no sabemos si se debe a la desideologización que, según se dice, trajo consigo la caída del muro de Berlín y de la Unión Soviética, al supuesto fin de la historia, a los procesos del neoliberalismo o al atentado de las Torres Gemelas del 2001, pero ahora todo acto político es juzgado por su mera apariencia, se le margina de su razón de ser, como si el nuevo siglo no pudiera tener motivaciones profundas, políticas y radicales “Henos aquí, entonces, con que hubo historia, pero ahora ya no la hay” (Marx, 1987).

Como consecuencia, todo es reducido a conceptos que toman a la realidad por sus efectos y, por tanto, vagos y ambivalentes, tan amplios que pueden abarcar desde una manifestación que bloquea vías, hasta un atentado a actores directos de un conflicto armado interno. Así pues, denominar un acto como terrorista o vandálico nos desplaza a un terreno fangoso del que nadie puede salir bien parado, nos cubriríamos nosotras mismas con un velo ante la realidad que ingenuamente o indolentemente nos negamos a enfrentar.

Así pues, quitarse el velo, enfrentarse descarnadamente a la realidad y solidarizarnos con las nuestras nos puede costar que seamos nosotros mismos los sujetos de esos adjetivos truncos. Este 2020 ajustamos 15 años con ese peso encima, en el proceso de negarnos, de aprender, sanar y recordar. Las reflexiones sobre lo sucedido han sido muchas, pero ahora el nuevo camino es desclandestinizar la memoria, quitarle la capucha, humanizar los rostros pálidos plasmados en los muros, y ponerle carne y hueso a las personas que han sido juzgadas desde la comodidad de las aulas y de los pasillos sin tener la posibilidad de defenderse, ya sea por la gravedad de las heridas que las llevaron al hospital o por el silencio de sus muertes.

Queridos y queridas lectoras, Paula y Magaly eran más, son más que un tropel.

* * *

En épocas en las que el pueblo se obstina en la paz por el cansancio de tantos años de guerra, es difícil entender la opción por la violencia de años anteriores. En la ligereza de la inmediatez nos atrevemos a juzgar sucesos del pasado con la vista gorda del presente. Y no es que ahora ya no existan razones objetivas para rebelarnos, es que las formas han cambiado; ha cambiado la categoría de los grupos paramilitares, pues como ahora asesinan sin ideología, son bandas criminales; han cambiado nuestras aspiraciones, pues antes pretendíamos un mundo justo y ahora nos limitamos —sin éxito— a la defensa de la vida; han cambiado las formas de reprimir y las formas de manifestar. Hagamos el esfuerzo por no caer en el otro terreno fangoso, el de la ahistoricidad, y veamos cómo se vivía en el 2005.

La Universidad Nacional de Colombia, como conejillo de indias para el resto de instituciones de educación superior, comenzó a vivir las reformas tendientes a la privatización con la rectoría de Antanas Mockus (1991-1993) y la entrada en vigencia de la Ley 30 de 1992. Además de los recortes a Bienestar Universitario y la adopción del sistema de créditos para regular la estadía y el rendimiento académico de los estudiantes, el componente más afectado con las reformas fue el de matrículas: un alza exorbitante en los cobros que, según denunciaban los estudiantes, tenía como objetivo elitizar a la universidad pública y restringir así el pensamiento crítico y el movimiento estudiantil. Unos años después, entre 2003 y 2005, el puesto de la discordia fue para Marco Palacios, quien quedó en la historia de la Universidad como uno de los rectores más polémicos por, entre otras cosas, permitir la vigilancia privada dentro de la Universidad, promover una reforma académica y modificar el estatuto general de la Universidad.

Ahora bien, esto solo en términos oficiales, pues en la extraoficialidad confluían otros fenómenos más preocupantes aún. A pesar de que las estructuras paramilitares planearon e implementaron todo un proyecto de desarrollo urbano que hacía confluir el control territorial, poblacional y de rentas ilegales, se evita hablar, hasta el día de hoy, del plan para llegar a las universidades públicas1. En la realidad, las Autodefensas Campesinas de Córdoba y Urabá (ACCU) llegaron a la Universidad de Antioquia y amenazaron a profesores y estudiantes, las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC) crearon comandos urbanos, así como a la Autodefensa Universidad de Antioquia (AUDEA) y la Autodefensa Universidad Nacional (AUNAL).

Pero eso no es todo, no se nos olvide que después de expulsar a las milicias del ELN de la comuna 8 de Medellín en el 2003, el Bloque Metro de las AUC entra en confrontación con el Bloque Cacique Nutibara en diferentes barrios, siendo este último el que triunfaría y el que hacía parte de las estructuras dentro de las AUC dedicadas al narcotráfico, con poco interés ideológico o político, pero con gran potencial para amenazar, asesinar y desaparecer. A pesar de los procesos de privatización, para inicios del 2000 los sectores populares más marginados aún podían acceder a la educación pública, por lo que muy probablemente Paula y Magaly compartieron salones de clase con estudiantes que militaban en las AUC en sus barrios.2

Alguna vez en una discusión de clase, una estudiante afirmó “yo sigo lo que dice mi profesor: no doy mi opinión en clase, porque uno nunca sabe quién está sentado aquí”, y claramente esto tiene repercusiones diferentes en la actualidad, después de la desmovilización de las AUC y de las FARC, de las que podía tener entre el 2003 y el 2005. ¿Qué decir o qué callar cuando tu opinión te puede costar la vida? ¿Cómo decir, cómo denunciar en ese contexto? Podemos hacer una larga lista de aquellas personas que decidieron, como se dice coloquialmente, seguir dando cara y que fueron asesinadas, pero podemos decir, de una vez por todas, que, ante la violencia y el silencio violento, la capucha y la resistencia por otros medios fueron el camino para otras personas que estaban determinadas a hacerse escuchar sin ser asesinadas.

Porque en este país resistir está mal visto y solo se es digno de aparecer marginalmente en la historia, si mueres como una víctima pasiva.

* * *

Primer mural realizado en memoria de Paula y Magaly días después de su fallecimiento el 18 de febrero de 2005. FCHE-UN. Fotografía: Archivo personal amiga de Paula.

El tropel, la pelea, la lucha, la resistencia. Con música, pintura o trabajo comunitario, con escritura, un fusil o una piedra. En Colombia los pueblos han asumido formas muy distintas de resistir, desde el proceso de independencia hasta los procesos de liberación y dignidad de nuestros días. Y del lado de la resistencia violenta no han faltado los errores, los desastres, los excesos. Muchos de ellos ya han sido repasados en 70 años de cruenta guerra entre guerrillas, paramilitares y Estado, pero poco se ha hablado por fuera del alma mater de las consecuencias del conflicto armado en los campus universitarios. Por un lado, de los estudiantes, profesores y empleados universitarios asesinados a manos del Estado y del paramilitarismo3, o por otro, de los 20 estudiantes que han muerto, en algunos casos de manera sospechosa, por el uso inapropiado de explosivos.

¿Quién o quiénes se hacen cargo de la memoria de esos 20 estudiantes? ¿Quién asume las responsabilidades, al menos, éticas y políticas? ¿Por qué si el primer caso ocurrió en el año 2000, aún en el 2019 seguimos enterrando estudiantes? ¿Cómo calculamos la pérdida social, familiar y política de estos sucesos?

A la pérdida de Paula Andrea Ospina y Magaly Betancur de la Universidad Nacional de Colombia Sede Medellín, debemos agregar los nombres de Adolfo Altamar Lara y José Luis Martínez Castro de la Universidad del Atlántico en el 20004; a Jennifer Patricia Riveros Leal de la Universidad INNCA, a Luis Concha Alvarado de la Universidad Libre, a Óscar Sánchez y a Ricardo Andrés Ruiz Borja en 20065; a Dreiber Javer Melo Ferro, Darwin Adrián Peñaranda, Yuri Martínez Garcés y José Manuel Saballeth Llinas de la Universidad del Atlántico en 20066; a Jan Farid Cheng de la Universidad Santiago de Cali en 2011; a Edwin Ricardo Molina de la UPTC en 2012; a Daniel Andrés Garzón, Óscar Danilo Arpos y Lizaida María Ruiz de la Universidad Pedagógica Nacional en 2012; a Juan Camilo Agudelo de la Universidad de Antioquia en 2013; a Johnny Rodríguez de la Universidad del Valle y a Julián Andrés Orrego Álvarez de la Universidad de Antioquia en 2019.

Pero no solo son ellos, también es necesario pensar en las docenas de estudiantes que han resultado mutilados, quemados e incapacitados en el transporte o elaboración de elementos explosivos.

El peso familiar, social, político y organizativo que han desencadenado estas muertes y lesiones, se suma a la arremetida judicial y mercenaria del Estado contra quienes han optado por un país distinto.

La memoria es una necesidad subjetiva tanto de los procesos políticos y sociales, como de las familias, los amigos y otros interesados. En esa memoria confluyen multitudes de relatos, juicios, culpas, prejuicios, apropiaciones, dolores y amores. Esas memorias en excepcionales situaciones han logrado confluir y conversar, pues el silencio sobre los desastres que hemos cargado como sociedad, nos impiden revisar y cuestionar lo hecho para dimensionar nuestro devenir.

La protesta es una necesidad colectiva, y lo es hoy aún más ante las grandes precariedades de este país y ante la violencia institucionalizada del Estado. Pero nos hemos acaso preguntado, si el uso de explosivos es un medio que debe permanecer como protesta en las universidades, ante las desalentadoras consecuencias que nos han traído.

El problema no es la capucha ni el tropel, el problema no es la piedra, ni la pinta, ni mucho menos ocupar las calles. Esos son ejercicios necesarios que debe sortear cualquier democracia liberal, y más aún aquella que pretenda denominarse Estado Social de Derecho.

Pero hemos folclorizado y normalizado prácticas que nos han causado daño, las pertinentes preguntas que nos hemos hecho sobre la lucha armada y su vigencia, por ejemplo, deberían evidenciar la necesidad de revisar fórmulas que parecen no ser tan eficientes, entre ellas, el uso de explosivos en el tropel y, evidentemente, la existencia misma del ESMAD, envueltos estos últimos en asesinatos y graves violaciones de DD. HH.

Esta reflexión busca problematizar los contextos sociales y políticos que han llevado a generaciones a arriesgar sus vidas, también busca reflexionar sobre los medios de lucha y el costo que nos han dejado algunos de ellos. La muerte de Paula y Magaly es la viva imagen de la derrota y del costo humano que ha significado la perpetuación de la guerra y la ausencia de garantías sociales y políticas de una élite, que aún hoy, sigue negando la salida negociada del conflicto y, que increíblemente, niega tozudamente la existencia del mismo.

* * *

Las movilizaciones en contra de los diálogos sobre el Tratado de Libre Comercio entre Colombia y Estados Unidos desde mayo de 2004, se unieron a las manifestaciones por la educación superior y en contra de las reformas de Marco Palacios en la UN, y los ánimos volvían a caldearse después del letargo dentro de las universidades. Las movilizaciones a finales de los noventa, en contra de las inminentes reformas estudiantiles, el asesinato de Gustavo Marulanda, las amenazas y la llamada represión académica, desgastaron y hastiaron al estudiantado.

Pero el TLC no solo traía consigo trágicas consecuencias para el sector agrícola colombiano en profunda desigualdad con el estadounidense, sino que, según los comunicados estudiantiles, atacaba directamente a la independencia de la universidad, pues imponía el cambio de las mallas curriculares para adaptar la academia a las necesidades del mercado. La movilización en contra no solo era un acto de solidaridad con otros sectores sociales, sino un acto en defensa de la educación superior pública. Así pues, luego de un receso en la negociación, se acordó una nueva ronda para el 7 de febrero en la ciudad de Cartagena.

Ante ese panorama, diferentes grupos clandestinos de las universidades de Medellín e incluso las milicias de los Comandos Armados del Pueblo (CAP), organizaron un tropel para el 10 de febrero en la UdeA, un día antes de que terminara la nueva ronda de diálogos. Claramente se pretendía un acto de alto impacto en protesta ante el TLC. Lamentablemente, el alto impacto radicó en los graves heridos que dejó la explosión y no en el rechazo a un acto injusto contra los sectores populares de Colombia. El 18 de febrero mueren Paula y Magaly, después de que el día 11 se cerrara la ronda de negociaciones sin ningún inconveniente.

Después de la Operación Álgebra II, que tenía como objetivo investigar y capturar a los estudiantes supuestamente implicados en el tropel del 10F, de la conformación del Comité de Solidaridad Estudiantil entre profesores de la Facultad de Derecho de la UdeA, estudiantes y trabajadores sindicalizados, de la captura de 14 estudiantes, de montajes judiciales y de la posterior liberación de 6 ellos, continuaron las movilizaciones estudiantiles golpeadas por estos sucesos. Para el 13 de abril se había convocado paro nacional en defensa de la educación pública. Entre el 6 al 13 de mayo es cerrada la U.N. Medellín para impedir la entrada de los estudiantes que venían movilizándose. El primero de mayo el ESMAD asesina a Nicolás Neira y, para junio, son encontrados los restos de Gilberto Agudelo, quien fue presidente de SINTRAUNICOL, luego de ser asesinado en el 2000 por paramilitares.

Fue un año difícil, de mucha represión, de declive moral por la pérdida de Paula y de Magaly, de repliegue de organizaciones estudiantiles, pero ante la necesidad de la movilización, el resto del estudiantado siguió en las calles. Para familiares y amigos, estas jornadas seguramente pasaron como en cámara lenta mientras seguían en el aturdimiento que dejó el vacío de las mariposas. Seguramente pareció una burla lo que continuó, el comunicado de la Facultad de Ciencias Humanas y Económicas de la Nacional el 14 de febrero que, entre palabras huecas de apoyo, juzgó los actos violentos, la celebración de los 30 años de la facultad, la descarada llamada a lista de Paula después de su muerte, los señalamientos, el silencio cómplice, el miedo.

Comunicado del 14 de Febrero del 2005 de la Facultad de Ciencias Humanas y Económicas. Imagen: Archivo Oficina Estudiantil U.N.

* * *

Magaly, en el trabajo popular en el barrio; Paula, en la acción organizativa en la universidad. Ambas, preocupadas por las realidades sociales de este país. Aunque no eran propiamente amigas, seguro se conocían, seguro llegaron a conversar en los pasillos de la Nacho o de la UdeA sobre las dificultades del movimiento estudiantil, sobre la cruenta realidad de las gentes en las comunas o sobre las reformas que cada vez hacían menos pública la universidad.

En la inquietud de su juventud, Magaly fue una mujer tímida y callada, muy buena estudiante y comprometida con su trabajo político y social en algunos barrios del sur del Valle de Aburrá, por lo que se le veía poco en la universidad. Con su cabello castaño oscuro y corto, sus 1.65 de estatura, sus ojos un poco achinados y con los hoyuelos en su mejilla. Pasó mucho de su tiempo con las y los trabajadores, con las amas de casa y la comunidad, con los cuales compartía talleres y ejercicios creativos.

Paula llegó a la universidad siendo bastante joven, con ciertas experiencias políticas y organizativas que traía del colegio. Se la veía repartiendo volantes e invitando a los estudiantes a participar, fue una estudiante comprometida, muy aplicada y privilegiaba el debate con sus maestros y compañeros. Su cara pulida con un lunar cerca de la boca, su cabello negro a la altura de los hombros y perfectamente liso, sus cejas tupidas y sus lentes negros y gruesos, su rostro dulce y angelical como aún hoy se la recuerda.

Amaba andar en tenis para poder correr y sentirse libre, no entendía cómo sus amigas iban con botas de punta larga a la universidad. Cierto día, Paula le heredó unos zapatos a una de sus amigas, pues ambas eran de pie pequeño y sabía que ella se los admiraba; a cambio, su amiga le regaló una camisa verde, la cual, nunca logró verle puesta. Para ella, ponerse los zapatos implicó cargar el dolor, y el no querer gastarlos, el amor que sentía por su amiga.

Era respetuosa en el trato y fuerte en su actuar. Profesores de la Facultad de Ciencias Humanas y Económicas, su facultad, todavía la recuerdan. El profe Miguel Ángel dice que le tenía miedo, a ella y a sus amigas. Era una mujer con mucho carácter, con mucha seguridad en el debate, temía que lo fuera a poner en jaque en clase. Más tarde se hicieron buenos amigos.

Paula fue hija única, Magaly creció con su hermana, fue ella quien mantuvo un vínculo fuerte con ambas.

No conocimos presencialmente ni a Paula ni a Magaly. Pero este ejercicio de humanizar, darles un rostro y tejer esos pequeños retazos de recuerdos, nos ha permitido pensar la historia, repensarnos a nosotras mismas y comprender la necesidad de hacer memoria.

* * *

Exposición Fragmentos de Nuestra Memoria Paula Andrea y Magaly. Mayo 8 del 2019, Plazoleta de la Memoria, FCHE-UN. Trapo expuesto originalmente en la “Jornada Cultural y de Reflexión ¡Nuestra Bandera es la Vida!” el 8 de Marzo del 2005. Foto: ContraPortada

Escuchando las diferentes voces que se han dado a la tarea de recordarlas, hemos encontrado todo tipo de relatos en donde diferentes juicios aprueban o rechazan no solo el tropel o su participación, sino además su valía como seres humanos. No se trata de sesgar su accionar político, ni de reducirlas a ello, para hacerles memoria de la manera en que nosotras decidimos hacerlo, se ha necesitado de una conversación constante entre reconocerlas como quienes se dispusieron a hacer parte de una protesta política y como mujeres que en su día a día interactuaban y construían con otros y otras.

Componer un discurso amplio en donde no se pretende ornar su muerte y sus posturas políticas, que a la vez no resultara insensible para quienes las conocieron, es un proceso lento, lleno de replanteamientos y nuevas preguntas que permiten hallar nuevas formas de hacer memoria.

A través de diferentes formas y colores encontramos a Paula Andrea y a Magaly, en un contexto difícil, en una forma de lucha, en las ansias de transformación social, en un proyecto de país diferente y también las encontramos en los pasillos de la universidad, en sus clases y con sus amigos, en las situaciones más complejas y las más sencillas y cotidianas. No pretendemos opacar sus vidas con su muerte, tampoco borrar el suceso del 2005, se trata de entenderlas como mujeres jóvenes inconformes, dispuestas a manifestarse.

Referencias

Beltrán, M., Arangure, M., & Freytter-Florián, J. (2019). Universidades Bajo SOSPecha: Represión Estatal a los Estudiantes, Profesorado y Sindicalistas en Colombia. Bogotá: Asociación Jorge Adolfo Freytter Romero (AJAFR).

Gómez, N. (22 de 08 de 2017). Cómo se dibuja un ‘falso positivo’ en Colombia. Obtenido de RT: https://actualidad.rt.com/actualidad/247760-dibuja-falso-positivo-colombia

León Borja, L. (s.f.). Retratos hablados . Obtenido de Cucharita de Palo: https://cucharitadepalo.co/retratoshablados/

Marx, K (1987) Miseria de la Filosofía. Siglo XXI Editores: México

Salgado Cassiani, A. (19 de 05 de 2017). El Turbión. Obtenido de https://elturbion.com/15082

Zona Cero. (s.f.). “Ni perdón ni olvido: 7 años después de muerte de 4 estudiantes de Uniatlántico”. Obtenido de Zona Cero: http://zonacero.com/ni-perdon-ni-olvido-7-anos-despues-de-muerte-de-4-estudiantes-de-uniatlantico-1173

Notas

* Este escrito a varias manos es resultado de indagaciones, charlas, reflexiones y cuestionamientos que nos han acompañado durante la preparación y presentación de la Exposición Fragmentos de Nuestra Memoria Paula Andrea y Magaly entre 2018 y 2019. Por ello, estos fragmentos textuales, no representan una ilación única, una conclusión acabada o un argumento carente de contradicciones. Toda la información del contexto del 2005 es obtenida del Archivo Histórico de la Oficina Estudiantil U.N.

1 Esto incluye a la UN, a la ciudad blanca, denominación que para Medellín no se desprende de su arquitectura —como sí en Bogotá—, sino de la higienización que se le ha aplicado por la fuerza a su historia.

2 Aclaremos, los sectores populares deberían poder tener acceso a la educación superior pública, no pretendemos decir lo contrario. Tampoco queremos afirmar que cualquier militante de estructuras ilegales son malévolos, sabemos y reconocemos que la vinculación a bandas en los barrios se debe a una realidad social que los empuja. Y, para terminar, anotamos que las anécdotas de personas que vivieron esas realidades en carne propia nos dicen que aquellos jóvenes que militaban en los barrios, mantenía muy bajo perfil en las universidades. No decimos que esas personas, con las que probablemente convivieron Paula y Magaly, hubieran amenazado por cuestiones políticas, pero es innegable que es un aspecto que constriñe a la hora de expresar opiniones.

3 Para profundizar en estos hechos: Universidades Públicas Bajo SOSpecha: Represión estatal a estudiantes, profesorado y sindicalistas en Colombia (2000–2019).

4 Miembros de la organización Alma Máter, murieron en extrañas circunstancias producto de una explosión en la sede estudiantil, se sospecha la participación de terceros en dicha explosión.

5 La explosión se produjo en un apartamento en el centro de Bogotá. En el hecho también murió Ana Beatriz Torres Mejía, vecina de Luis Concha.

6 Como sucedió en esta misma universidad en el año 2000, se denuncia la infiltración de externos que habrían activado la carga explosiva. En ambos casos los estudiantes hicieron denuncias y pidieron investigar lo sucedido.